Alérgico como siempre he sido a los lugares comunes, no deja de ser cierto que algunos de ellos respiran verdad, o por lo menos cierta verdad. Por supuesto, luego suele ser conveniente matizar, acotar y poner algunas consideraciones para no abundar en una idea que, como todas las ideas generalizadas, también tiene un punto de mentira o de falsedad o de falacia.
Se suele decir, en determinados debates, que es más difícil escribir un relato o un cuento, que una novela. Puede que sea cierto o puede que no. Yo he escrito ambas cosas y tengo mi opinión (que por supuesto voy a desgranar en este artículo), pero puedo entender, hasta cierto punto, a los que así piensan o se expresan. Un cuento, o un relato, que no son exactamente lo mismo, ni mucho menos, aspiran a contarte una historia, a erigirse en una experiencia lectora satisfactoria, con muchas menos páginas que una novela, por supuesto, y eso es muy complicado, y para demostrarlo basta ver qué pocos maestros reconocidos existen del relato, qué pocos simples buenos escritores de relatos, y cuántos que, con presencia de ánimo admirable pero estéril, lo intentan y se estrellan una y otra vez porque no acaban de cogerle el gusto a un formato tan breve.
Es también importante establecer las diferencias, radicales, entre relatar y novelar. Una cosa y la otra no es ni puede ser lo mismo, y es interesante que muchos que aspiran a escribir relatos lo hacen novelando, y que muchos que aspiran a escribir novelas lo hacen relatando. Quizá por eso, entre otras razones, muchos buenos cuentistas no terminan de funcionar en el género de la novela, y muchos buenos novelistas no terminan de cuajar en el género del relato. Sin embargo, y en esto creo que no estaré solo, me parece que los buenos escritores, los grandes, todos ellos, triunfaron, triunfan, en ambos géneros, y que los que sólo son expertos en uno de ellos no son verdaderamente grandes, con muy pocas excepciones. El gran narrador siempre, por definición, podrá desenvolverse en más de un género, ya sea novela, cuento, relato, teatro, incluso guión cinematográfico, para corto o largometraje, para ficción o documental. Este aspecto es para mí tan fundamental a la hora de definir a un narrador nato, como lo es el hecho de que posea oído musical, y que esté, en definitiva, interesado tanto en la música como en la literatura.
Yo he escrito novelas, y he escrito relatos, y puedo decir, sin en el menor atisbo de duda, que es mucho más difícil escribir una novela que un relato. Ahora bien, escribir un interesante relato, y escribirlo bien, es muy complicado. Es un verdadero reto en el que algunos vencen y convencen y otros hacemos lo que podemos. Lo realmente complicado es escribir bien, o muy bien, y al mismo tiempo ser capaz de hacerlo según los requerimientos de cada género. Y creo que la idea, generalizada, de que es más difícil escribir un cuento que una novela nace de una necesidad de ser políticamente correctos, casi condescendientes, con un género que por alguna absurda razón se percibe como «menor».
¿Por qué opino que es mucho más difícil escribir una novela? Por la sencilla razón de la inversión de tiempo y energía, de documentación, de disciplina. Un buen relato puede escribirse, corregirse, modificarse y concluirse en su versión definitiva en una semana. O incluso en un fin de semana. Por supuesto que antes de ponerse con él, hay que tener definidas muchas cosas, y es necesario un trabajo previo, a veces concienzudo. Pero escribirlo, redactarlo, no requiere del narrador la intensidad, el compromiso, de una novela. No digamos ya de una novela extensa. Me dirán, y no les faltará razón, que aunque se invierta menos tiempo y energía, es mucho más complicado establecer caracteres sólidos, una trama poderosa, un estilo y un vocabulario concretos a ese relato maravilloso que queremos escribir, en el que sin duda tenemos menos páginas para establecer un tono, para inducir al lector en un estado de ánimo determinado. Y es verdad. Pero salvo relatos más extensos (es decir, de más de ocho mil palabras), no entra en la narrativa, salvo excepciones realmente muy raras, el concepto del tiempo, que obligatoriamente se halla como elemento configurador, a veces como escollo casi insalvable, en la sustancia de una novela que puede tener diez o veinte veces más número de palabras que un relato.
Los mejores cuentistas de todos los tiempos (Tolstoi, Turgueniev, Chejov, Poe, Bierce, Kafka…etc), y algunos magníficos más recientes (Faulkner, King, Matheson, Hemingway), no incluyeron casi nunca el concepto del tiempo, más allá de unas pocas jornadas, y casi siempre lineales, porque jugar, manipular, trocear, fragmentar el tiempo en diez páginas en las que intentas epatar al lector con una historia poderosa, no es posible salvo en una humorada con poco alcance. La mayoría de estos grandes escritores, y estoy pensando ahora en Faulkner sobre todo, tan sólo utilizaban una porción de su fuerza imaginativa para sacar adelante sus cuentos. Ni el mejor cuento de Faulkner (estoy pensando en Dos hermanos, o en El oso, por ejemplo) puede competir, en intensidad, en lenguaje, en sabiduría narrativa, con Los invictos, o con Las Palmeras salvajes. Y en otros como Chejov, cuya actividad cuentística es gigantesca, sólo son breves apuntes de su mundo personal, mucho más cuajado en sus magníficas obras teatrales, en las que precisamente el paso del tiempo, el uso del tiempo, la concepción del tiempo, es tema capital.
Escribir bien es tan difícil como tocar bien el piano, o tocar bien el violín, o pintar bien, o dibujar bien. Y escribir un buen cuento, un gran relato, un relato magnífico, está al alcance de muy pocos. Hace falta no solo una idea maravillosa, sino la capacidad de capturarla en unos pocos miles de palabras, a veces en unos pocos cientos de palabras, y de hacerlo en muy pocas jornadas de trabajo, para que no descienda la presión psíquica de su autor sobre el material. Pero escribir una gran novela, o simplemente novelar (la mayoría de nuestros escritores mejor leídos eso de novelar no lo tienen muy claro…), es también increíblemente complejo, y lleva toda una vida, a veces, realizarlo.