Estas páginas, estos artículos míos, al menos por el momento, no los lee mucha gente (aunque este fin de semana, por alguna razón, he tenido cientos de lecturas… misterios de la vida), pero aún siendo muy consciente de mis limitaciones quiero lanzar una queja, una protesta o una demanda, o como carajo lo quieran llamar, en forma de pregunta: ¿Dónde diablos está la crítica literaria? ¿Dónde coño se ha metido? ¿Qué es lo que está pasando?
Daría para otro debate el argumentar si la crítica (literaria o de cualquier otra disciplina) vale para algo, porque seguro que no faltará quien quiera ponerlo en duda. Precisamente quiero demostrar, o por lo menos dejar claro que para mí no es que valga para algo, es que es un componente fundamental de la cultura. Y de eso voy a hablar en este artículo. He trabajado de crítico (pagado, claro está) en varios medios, y aunque la experiencia ha sido a veces complicada y difícil, creo que merece la pena. Y también merece la pena dejarse influir por los críticos, aunque sea un poco. Pero ya llegaré a eso.
Si uno busca crítica literaria en la prensa escrita, tiene un verdadero problema. En primer lugar porque la mayoría de los periódicos importantes forman parte de un conglomerado editorial, por lo que será muy difícil encontrar opiniones discordantes a la mayoría o que puedan poner en tela de juicio a un autor consagrado. Y en segundo lugar, y en directa relación con eso, porque no hay crítica como tal, sino promociones de libros disfrazados de reseñas.
Y para terminar, de todo eso deriva que no hay críticos literarios de peso, no hay grandes nombres más allá del que lleva veinte años trabajando para un periódico o suplemento o medio concreto, y que ya se ha vendido a las editoriales tantas veces (y no me refiero a que le unten, sino que ha aceptado el status quo) que ha olvidado que está ahí para algo.
¿Por qué debemos buscar crítica literaria, en primer lugar? Pues porque son, se supone, personas que han leído más que nosotros, que tienen un criterio formado, y que van a poder darnos una primera valoración tanto de las novedades como de ediciones nuevas de títulos del pasado. Son una guía, un intermediario que nos va a ayudar a nadar en el inmenso (por decir una palabra suave) océano de tinta y papel sin ahogarnos en él.
Y, más aún, el crítico siempre es el guardián del canon, o por lo menos de cierto canon. Y es el que va a anteponer, siempre (cuando es un crítico comprometido con su oficio) lo arriesgado y lo vibrante, frente a lo comercial y acomodado. Por supuesto que además el crítico tiene el deber (y supuestamente el talento) de escuchar la voz que inspiró al artista cuya obra critica. Pero eso ahora mismo es lo de menos.
El lector puede hacer la prueba. Que busque en Babelia, o en El Cultural, críticas literarias. No las va a encontrar. Como mucho encontrará textos laudatorios, encomiásticos, del que se espera sea el siguiente éxito de Pérez-Reverte o Falcones. Hay muchos escritores estrella en España, y por algún increíble milagro todo lo que escriben, a juzgar por los medios más leídos, son obras maestras o algo parecido. Y los lectores, maravillados y manipulados, se van a creer que están comprando joyas absolutas, cuando lo que están adquiriendo, demasiadas veces, son libros carentes del menor valor literario.
No queda otro remedio, si de verdad queremos leer sobre literatura, y aprender, y contrastar nuestros conocimientos y opiniones, que recurrir a la web. Uno de los pocos críticos que vale algo es Alberto Olmos (que además ha escrito novelas, por lo que sabe de lo que habla), aka Juan Malherido, que durante muchos años tuvo un blog bastante cañero, divertido y macarra. Ese estilo de crítica basada en el chascarrillo culto, en el retruécano cínico, que tanto se estila hoy día y del que él puede ser uno de los más sólidos exponentes. Tiene gracia el hombre, que ahora escribe sobre literatura (y sobre lo que le da la gana) en El Confidencial. Pero se echa en falta mayor rigor, menor pasión por gritar a los cuatro vientos los gustos personales y más interés por divulgar conocimientos, por inspirar, por ser un crítico más comprometido con su tiempo.
Uno de los más grandes críticos de arte en general y de literatura en particular que ha dado este país, Manuel García Viñó, ya fallecido y que al parecer no le hacía mucha gracia a Olmos (tampoco Olmos le hacia mucha gracia a Viñó), sí era un hombre de una vasta cultura y una preocupación moral por defender el canon de la novela y la importancia de la literatura en la sociedad. Lamentablemente, tuvo poca repercusión, pero en lo personal le considero un maestro. Lo único que le achacaría es su inclinación al ataque verbal directo, sin la menor sutilidad. Quizá tenía razón cuando llamaba a Pérez-Reverte un capullo integral, pero ese tipo de declaraciones desdibujan bastante el discurso.
Existen webs, por supuesto, como Un libro al día (que recomiendo al lector puntual de este artículo que le eche un vistazo), en la que un equipo de comentaristas, que han leído lo suyo y que son bastante honestos, dejan una reseña al día sobre cualquier clase de libro. Y hay otros al parecer muy leídos, como el infame Papel en Blanco, que es más una web de cómics que otra cosa. Seguro que el lector interesado por la literatura tiene unos cuantos ejemplos más. Pero es poca cosa, me temo. Yo también, desde estas páginas, intento escribir sobre literatura, y mi intención es hacerlo con mayor asiduidad en las próximas semanas.
Hace pocos días que murió Harold Bloom, que dicen era el crítico literario más importante del mundo. No sé muy bien por qué decían eso ni quién decidió que lo fuera. No me agradaba mucho Bloom, con su soberbia y su obsesión por mirar la creación literaria desde las cimas de la exquisitez, pero no se puede negar su coraje, su erudición y su honestidad. No argumentaba, simplemente sentenciaba. Shakespeare era el escritor más grande de todos los tiempos simplemente porque sí, porque él lo creía así, y como lo era, pues él proclamaba que lo era. Pero, tristemente, en comparación con tanto crítico dispuesto a alabar un truño escrito por algún majadero de cuarenta años que va de estrella literaria, me quedaba con Bloom.
Siendo yo crítico, me he enfrentado a una realidad increíblemente absurda: al poner mal una obra, la persona a la que le había gustado que leía mi texto, se sentía ofendida, como si la atacara personalmente. Y no hablo de niños recién destetados, naturalmente, sino de supuestos hombres y mujeres adultos que no aceptan una crítica negativa porque en realidad no aceptan un pensamiento distinto al suyo. Eso se parece mucho al fascismo. Recuerdo críticas mías a películas en las que una horda (no puedo calificarla de otro modo) de energúmenos, en lugar de contrastar su opinión con la mía me atacaba personalmente, como si les hubiera insultado o escupido a la cara. Era un fenómeno grotesco. Y no creo ser el único que lo ha vivido. Pero por eso creo que es necesario. Hay que ser valiente y decir lo que se piensa, aunque a la mayoría no le guste. Y estoy convencido de que esa es una de las razones de que la crítica literaria haya desaparecido, y de que la cinematográfica sea un chiste contado por fans sin la menor formación artística o narrativa.
Pero algunos no pensamos rendirnos. No tenemos nada que perder.