En mi opinión Kubrick es uno de esos directores cuyos defensores acérrimos son, por lo común, espectadores que no han visto mucho cine o no tienen un gran bagaje cultural. Por supuesto que no es una norma, pues he conocido a verdaderos cinéfilos que tienen a Kubrick en muy alta estima, pero es lo habitual que el espectador no cualificado que busque un gran faro en el que mirar el cine, ponga a Kubrick en un desmesurado pedestal. También es bastante habitual que lo pongan ahí aspirantes a críticos o diletantes sin la menor formación. Esto, para mí, ya es un indicativo lo suficientemente poderoso.

Kubrick, como muchos otros directores muy famosos, es un director de verdadero talento. No se trata de ningún farsante o de ningún torpe. Formado en fotografía, es uno de esos cineastas que tienen muy claro lo que quieren y qué tipo de cineasta quiere ser, y lo fue hasta su prematura muerte (71 años no es una edad muy avanzada para morir). Conocía el lenguaje, conocía la técnica a fondo, y tenía una mirada. Ahora bien, eso no se traduce, por necesidad, en la obra de un genio del cine, principalmente cuando hablamos de un tipo que quería hacer, nada más y nada menos, que la película definitiva de cada género que tocase. La ambición por sí misma es admirable, pero no la desmesura ni las pretensiones de perfección absoluta.

Sus primeros trabajos, incluso ‘El beso del asesino’ (1955) o ‘Fear and Desire’ (1953), eran no sólo estimables en su amateurismo, sino que anticipaban un talento narrativo incontestable, que luego se vio refrendado con la rotunda solidez de ‘The Killing’ (1956) y ‘Senderos de gloria’ (1957), especialmente esta última, sin duda una de sus mejores películas. Gracias a ella, por uno de esos rebotes del destino, terminó dirigiendo ‘Espartaco’ (1960), que había empezado Anthony Mann, y debido a su éxito cimentó una reputación con la que pudo moverse con mayor soltura a través de los procelosos años sesenta. Década en la que poco a poco iría autoconvenciéndose de dos cosas, a cual más delirante: que él, Stanley Kubrick, era un genio sin parangón en la historia del cine; y que en el arte la perfección es no sólo posible, sino ante todo alcanzable para un genio como él.

Así las cosas, dirigió la hoy muy superada, aunque sin duda brillante en su momento, ‘Lolita’ (1962), sobre el texto original de Nabokov, y a continuación otro de sus grandes aciertos: ‘Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb’ (1964), una sátira político-bélica que quizá representa la verdadera medida de su talento, y que de alguna forma significó la cumbre de su carrera y el principio del declive. Porque a Kubrick se le resquebrajaron los aposentos de la cabeza y empezó a creerse que podía hacer la película definitiva del género que se pusiera por delante, y así llegó ‘2001: Una odisea del espacio’ (1968), escrita al alimón con Arthur C. Clarke, con la que quería realizar la película del espacio definitiva, su ‘Conquista del espacio’ ahora que se había hecho ‘La conquista del oeste’ (Ford, Hathaway, Marshall, 1963), filmada en algunas partes también en cinerama, como aquella, y con la que establecería su grandiosidad como director de cine.

Lo cierto es que ‘2001’, con una soberbia y en cierto modo revolucionaria fotografía de Geoffrey Unsworth y John Alcott, no es la película definitiva del espacio, y aunque posee no pocos valores cinematográficos y narrativos, está presidida por una grandilocuencia, unas ínfulas, una arrogancia y una soberbia que a día de hoy resultan risibles. Comenzar su gran epopeya con el ‘Así habló Zaratustra’ de Johann Strauss, y terminar con el bebé planeta o bebé estelar, tras el viaje psicodélico del astronauta, y con imágenes como el hueso lanzado al aire que se transforma en una nave espacial a corte de montaje, son ideas propias no ya de un presuntuoso engreído, sino de una petulancia casi infantil. No aporta nada al espectador, más que una colección de imágenes primorosamente diseñadas, como nada aporta ‘La naranja mecánica’ (1971), sólo que en lugar de bellas y sugerentes imágenes del espacio, sucias y sórdidas imágenes de violencia sin trascender.

Pero Kubrick, ya convencido de que es un genio, disfrutando de un contrato privilegiado con Warner, tenía que seguir demostrándose que era un artista sin parangón. Y casi lo consigue con la magnífica ‘Barry Lyndon’ (1974), quizá su última buena película, con un tono y un ritmo casi fascinantes. No es la gran película histórica de todos los tiempos, pero es una gran película, sin ningún género de dudas. Mucho mejor, más cuidada, en cierto modo más emocionante, que sus tres últimos trabajos: la muy convencional y epidérmica ‘El resplandor’ (1980), sobre la novela de King, el bélico ‘La chaqueta metálica’ (1987), de la que se salva su primer tercio, y la muy irregular ‘Eyes Wide Shut’ (1999). De la primera de las tres cabe destacar que gusta mucho a los que no se han leído la novela, cuya historia y peripecia es mucho más interesante que lo que nos ofrece la adaptación. La segunda ya muestra a un director que se está quedando por detrás de los cineastas más jóvenes que en ese momento están haciendo filmes bélicos, y la tercera a punto está de despeñarse por los escombros de la nimiedad después de un comienzo prometedor.

Yo no creo que esto sea una carrera digna de elogio, aunque no faltará quien salga y diga que Kubrick es inabarcable, como Shakespeare (que también es más que abarcable…). Kubrick fue un buen director, con aciertos como ‘Senderos de gloria’, ‘Lolita’, ‘Dr. Strangelove’ o ‘Barry Lyndon’, lo que no es poco. En mi opinión el resto está muy por debajo de su leyenda, y le convierten, de forma inevitable, en un cineasta increíblemente sobrevalorado. Quizá de los más sobrevalorados de la historia del cine.

Una respuesta a “Stanley Kubrick en unos pocos párrafos”

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