Creo que lo dijo Tarkovski. Lo dejó por escrito en su imprescindible libro ‘Esculpir en el tiempo’, aunque es posible que no fuera una frase acuñada por él. Poco importa. Es interesante que lo escribiera no un escritor sino un director de cine como él, aunque sin duda se refería sobre todo a la poesía. Su padre, Arseni Tarkovski, fue uno de los poetas líricos más destacados de la Rusia de finales del siglo XX. Y para Tarkovski, el arte verdadero, en todas sus formas (y él mismo lo practicó en sus maravillosas películas), era poesía. Estaba elaborado por los auténticos poetas. Pero, ¿es verdaderamente intraducible?

Uno de los temas que inevitablemente nos surgen, de cuando en cuando, a los que invertimos parte del tiempo que no tenemos en leer o en hablar de literatura y de arte, es si, por ejemplo, merece la pena leer la obra de un escritor extranjero cuya lengua no dominemos. En ese caso, ¿estamos realmente leyéndole? ¿No es un ejercicio fútil y hasta falaz? ¿No estamos leyendo a otro u otra (el traductor, claro), y no al artista original? Son preguntas perfectamente válidas. Si en verdad nos interesara este autor o aquel de más allá… ¿no sería imprescindible que antes aprendiéramos el idioma en el que está escribiendo para apreciar verdaderamente su escritura? Es muy posible que así sea.

Dijo Borges, en uno de esos arrebatos polémicos que tanto le caracterizaban, que tras leer ‘El Quijote’ en inglés, al leerlo luego en español le parecía una mala traducción. Más allá de la gracia o falta de ella en ese famoso chascarrillo, la obra de Cervantes nos da una medida relativa del problema. Es virtualmente imposible que una traducción al alemán, al japonés o al mandarín de ‘El Quijote’ pueda incluir siquiera una décima parte del carácter intrínseco, esencial, de la obra. La forma de hablar del Caballero de la Triste Figura, sus parlamentos con Sancho, el castellano antiguo de la prosa, incluso los errores gramaticales, intencionados o no, de Cervantes, son exclusivos de la versión original de esta obra maestra. Pero todo eso, ¿es imprescindible para conocer, siquiera tangencialmente, ‘El Quijote’? ¿Para conocer su esencia, su espíritu, su mensaje, su legado? Pues quizá no.

En un mundo ideal, además del inglés, deberíamos dominar perfectamente el francés, el italiano, el alemán, el ruso y el japonés para no perdernos una miríada de obras maestras literarias cuya lectura puede proporcionarnos un placer estético inconmensurable. Como esto, para la mayoría de la gente, no es posible, tendremos que conformarnos con las dichosas traducciones. En el caso de una traducción de ‘El Quijote’, evidentemente se van a perder muchas cosas, pero por otra estoy seguro de que el ocasional lector de otro idioma podrá saber quién es el personaje, y cuál es su peripecia, y por qué esa, o cualquier otra, es una obra esencial de la literatura. Y con eso debería bastar. Dejo para otro artículo una profundización en la diferencia, esencial, entre literatura como arte, y literatura más narrativa y menos artística, pero incluso en la literatura como arte, no residen únicamente en la escritura sus valores artísticos, sino en las ideas, en los caracteres y en las propuestas narrativas.

Además, por muy cuestionable que sea una traducción, me consta que los traductores hacen un esfuerzo ímprobo, en la mayoría de los casos, por adaptar los modismos, la expresividad, el estilo, del autor cuyo libro están llevando a otro idioma. De tal forma que, aunque lo leamos en español, podemos reconocer la prosa de un autor extranjero determinado, aunque lo traduzcan dos personas distintas. Y eso sucede aún en casos como el de ‘Las palmeras salvajes’, que aquí en España sólo lo encontramos (hasta donde yo sé), con la traducción más que discutible de Jorge Luis Borges. Y pese a ello, se distingue con facilidad el estilo, la fuerza, la intensidad de Faulkner. He leído la obra en inglés (el único idioma que domino además del español), y aunque es lo preferible, no creo que al traducirla al español (y eso que la prosa de Faulkner es una de las más excelsas que podemos encontrarnos en la novela) pierda demasiado. Ahí está Faulkner, en mi lamentable traducción del tal Borges.

En cuanto al doblaje de las películas… eso es harina de otro costal. Y más aún en un país tan inculto y atrasado como España, en el que el doblaje todavía es la norma y la excepción la V.O. En mi prescindible opinión, no solicitada por nadie, se debería prohibir el doblaje en este país. Tal cual. El ocasional lector de estas líneas puede buscar mi nombre en la red unido a la palabra doblaje, y verá que en algunos foros, hace ya unos años, me pusieron a parir por defender esta idea. Foros en los que escribían verdaderos defensores acérrimos de algo tan pueril como el doblaje. Pero tal como dijo algún crítico de cuyo nombre no me quiero acordar, ver una película doblada es ver una película adulterada. No es cuestión de ver películas «en inglés», sino de verlas en el idioma en las que se hicieron, con la opción siempre agradecida de los subtítulos. Un buen amigo mío me contaba que en un club de cine, nada menos, algunas personas se marchaban indignadas porque iban a proyectarse las películas en V.O. Y esto en un club de cine. No me quiero imaginar fuera de allí.

Lo ideal, siempre, es acceder, cuando se puede, al material original, si de verdad queremos saber qué es lo que se hizo y sobre todo cómo se hizo. Con qué estilo, con qué palabras. Esto en la literatura. En el cine, lo ideal es escuchar a Michael Caine o a Toshiro Mifune, y no a un actor de doblaje. Pero eso no significa que el arte sea o no intraducible. Puede que el arte no tenga que ser traducido para ser disfrutado. Esa es mi opinión. Las más grandes obras de arte, en el fondo, no se entienden. Son un maldito enigma que atrapa, como en el caso del surrealismo, la imaginación más visceral del receptor. El arte, creo, es nada más que una imagen. Una sola imagen. Puede aparecer desnuda, directa, sin filtrar, como en el cine o en la fotografía. Puede aparecer filtrada por la fantasía y el mundo interior del autor, como en la pintura o la escultura. O puede situarse ante nuestra cámara interior, después de leer del libro las palabras que la convocan. Pero es una imagen. Y esa imagen es universal, intraducible o no. Y es el receptor el que, más allá de que la imagen le entretenga, debe averiguar qué hacer con ella.

5 respuestas a “¿El arte es intraducible?”

  1. En la imprenta de Barcelona donde Don Quijote entra, hay un traductor que, respecto al tema que has tratado en tu (maravilloso) artículo, le dice al de la Triste Figura: «Pero, con todo y con esto, me parece que traducir de una lengua a otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven las figuras, están llenas de hilos que las oscurecen y no se ven con la claridad y el color del derecho».

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    • Hola, 921kibu

      Sí, valoré mencionar justo ese pasaje de la novela, pero no creí que hiciera falta. Desde luego, al Quijote poco se le puede replicar, con su verborrea. ¿No te parece que sus diálogos y discursos son los mejores escritos de la historia? En comparación, y lo digo totalmente en serio, los discursos y monólogos de Shakespeare me parecen vacíos y sin la menor gracia.

      Abrazos!

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  2. Yo reconozco que mi dominio del inglés es pésimo pero considero que ver las películas o series en V.O es importantísimo. El otro día, gracias a un buen amigo, empecé a ver la filmografía de kurosawa en Japonés con subtítulos en español y se nota la diferencia una barbaridad. El arte siempre lo será aún más en su esencia

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