De la crítica literaria no voy a hablar, porque ya lo hice en otro artículo. La crítica literaria se ha borrado, sencillamente. Pero la cinematográfica no tanto. Seguimos teniendo señores que escriben en periódicos acerca de las películas que van a ver cortesía de las distribuidoras, o de los festivales a los que acuden. Y tenemos a adolescentes de cuarenta o cincuenta años (en la mayoría de los casos), que escriben en infinidad de blogs sobre cine, adolescentes sin la menor preparación cinematográfica ni artística, pero que lo hacen. Muy pocas o casi ninguna mujer, cosa curiosa. Y el eterno debate de si la crítica sirve para algo sigue abierto, y con lo que tenemos actualmente me temo que los detractores ganan la partida.
Para mucha gente el crítico es ese que (supuestamente) sabe mucho de cine, ese que (supuestamente) ha visto muchas películas y las ha visto bien, y ese que (supuestamente) está autorizado para separar el grano de la paja. Son muchos supuestos. Y dentro de ellos el espectador ve al crítico como un arrogante que no deja de darle collejas por las tonterías que él va a ver, mientras le invita a ver otras cosas, infinitamente más aburridas aunque quizá mucho más «artísticas», que a él, al espectador medio, no le dicen nada. En ese debate poco se puede hacer, porque no solamente depende de la capacidad del crítico, sino de las ganas que tenga ese hipotético espectador medio de aprender algo… es decir, ninguna.
Pero hay otros debates que me interesan más, en esto de crítica sí o crítica no. Yo siempre he repetido eso que dijo Wilde de que el crítico es aquel capaz de escuchar la voz que inspiró al artista cuya obra va a criticar. Y lo sigo pensando, pero no creo que haga falta hilar tan fino. Quizá el crítico de cine, simplemente, deba ejercer como honesto intermediario entre la película y el espectador no cualificado. Quizá el crítico deba ser más divulgador y menos árbitro del buen gusto. A lo mejor sería buena idea que el crítico, en lugar de dejar claro sus propios gustos cinematográficos (o la carencia de ellos), o su propia sensibilidad artística (….o la carencia de ella), diese argumentos sólidos a los que el lector de la crítica pueda añadir o anteponer los suyos. Pero me temo que en eso, como en todo lo demás, la crítica ha fracasado, y esto va tanto por los críticos españoles como por los del resto del mundo que he podido leer.
Dudo mucho, pero mucho, que la misión del crítico sea la de decir que tal película es estupenda porque el guión es magnífico y los actores están fenomenales, o que tal otra es una basura porque el director es un pirado y las imágenes son incomprensibles. Eso lo puede hacer cualquier chimpancé, y el espectador lo sabe. Por eso tantos de ellos se han metido a escribir en blogs y se han sentido como si pudieran desplazar a los verdaderos críticos, porque los verdaderos críticos no hablan de las películas. Eso es lo más difícil. Escribir sobre la profundidad o pertinencia del argumento, sobre lo bien o lo mal que están los actores, no es hablar de la película. Para ello es necesario escribir sobre cómo está hecha la película y por qué. Y eso es a veces muy complicado, porque significa enfrentar tu mente con la del director, de igual a igual.
Pero lo que de verdad me molesta, me aburre y me indigna, son todos esos críticos (legiones de ellos) que han idealizado el cine americano de los años treinta, cuarenta y cincuenta, y que de manera sistemática, al comentar una película reciente o de las últimas décadas, contraponen la película actual con las de entonces. Eso es un error grave de concepto, porque las películas son hijas de su tiempo, para empezar, y porque esos (pseudo)críticos no se dan cuenta, en segundo lugar, que con esa forma de trabajar lo que están haciendo es proponer, de manera soterrada, que el cine debería haberse mantenido con los mismos códigos narrativos, que no debería haber evolucionado, y que debería ser, todavía, poco más que teatro filmado. Y claro, esos críticos se aferran a figuras que, más o menos, se mantienen en esos códigos «clásicos» de hacer películas, con principio, nudo y desenlace. Y muchos les creen y así nos va.
Por suerte el cine ha evolucionado, aunque muchos críticos no se quieran dar cuenta, y con ello ha desvelado las carencias y limitaciones del cine de los años treinta, cuarenta y cincuenta, sobre todo el norteamericano, que es el que más ha envejecido, tanto en temática, como en conceptos como en narrativa, salvo en contadas ocasiones. ‘Sed de mal’ o ‘El ángel exterminador’ nunca envejecerán y siempre serán vigentes, pero no así ‘Ben-Hur’ o ‘El sargento negro’. Algunas cosas se superan, le pese a quien le pese, y el cine sigue su camino, como cualquier otra forma de (hipotético) arte. Insistir en volver a formas narrativas anticuadas y superadas en contra de otras que se han instalado por un imperativo de progreso intelectual, social y estético, es el mayor error de todos los grandes errores de la crítica cinematográfica más vetusta.
Y en esas estamos. Los críticos cinematográficos son más despreciados, ninguneados, ignorados que nunca. El espectador no cualificado no tiene el menor deseo de aprender. Cada vez es más difícil escoger qué ver, y cómo ver, entre la maraña creciente de películas y series a la carta. No creo que de todo esto tengan sólo culpa los creadores, o el público. La crítica también tiene parte de responsabilidad, y muy grande. Si en lugar de aspirar a ser jueces, aspirasen a ser profesores o guías, quizá la cosa cambiase. Pero para eso es necesaria una valentía y una honestidad intelectual de la que muchos parecen carecer.