No sé dónde ni cuándo lo escribí por primera vez, pero sería deseable (si no obligatorio), que nuestros más admirados artistas lo fueran por sus méritos objetivos, y no por una suerte de excéntrica mitomanía. Sé que es pedir mucho en la mayoría de los casos, pero no debería serlo tanto en el caso de supuestos «expertos» en esto del cine. Sea como fuere, que cada cual argumente como buenamente pueda, si es que puede.
Digo esto porque en mi opinión no existen dos películas capaces de contar al espectador la conquista del espacio exterior de la misma manera que lo han hecho ‘Aliens’ (1986) y ‘Avatar’ (2009), ambas, por supuesto, realizaciones de James Cameron, el más grande director de sci-fi de la entera historia del cine. Otros, supongo, se quedarían con la lisérgica y endeble ‘2001: una odisea del espacio’ de Kubrick, o incluso con la arrogante y embarullada ‘Interstellar’ de Nolan. Allá ellos. Otros optamos por un cine mucho más emocionante y paradójicamente menos cerebral.
Cameron, de alguna manera, es en sí mismo una afortunada mezcla de cineasta y científico. Entre sus escasas ficciones ya ha contado lo que puede pasar en el planeta Tierra si se nos desmadra la inteligencia artificial (con las extraordinarias ‘Terminator’ y ‘Terminator 2’), pero también ha sido de los más apasionados, y de los más ingeniosos, a la hora de contar el viaje a las estrellas. El primero de ellos, como todo el mundo sabe, secuela de la mítica película de 1979 ‘Alien’, de Ridley Scott, para la que reelaboró un guión original que iba a llamarse, muy premonitoriamente, ‘Madre’. Y creo, sinceramente, que pocas películas, por no decir ninguna, reflejan con esta fuerza el enigma de un viaje a lo desconocido, el vértigo de la exploración y la colonización espacial, la batalla por la supervivencia contra una especie alienígena hostil. Muy superior al filme de Scott, ‘Aliens’ es una portentosa obra maestra.

Por si el ocasional lector no es consciente de esto, que sepa (y esto no es ninguna fantasía) que la colonización humana del sistema solar va a empezar muy pronto, quizá en la próxima década. Y que después tendrá lugar la lógica exploración interestelar, comenzando probablemente con una estrella cercana como Alpha Centauri. La idea es viajar a un planeta habitable y no emplear para ello más de veinte o treinta años terrestres a pesar de que quizá se hallen a decenas, o centenares de años luz. Estamos muy lejos de conseguir eso, al menos en teoría, y películas como ‘Aliens’ podrían dar la sensación de dejadez científica por mor de una historia espacial más espectacular, pero nada más lejos de la verdad.
Cameron, en lugar de optar por un realismo técnico que coarte la fantasía, más propio de Christopher Nolan, parte de la ciencia para contar una ficción, y no al revés. Y triunfa allí donde otros fracasan o construyen sci-fi poco duradera, a pesar de que ‘Aliens’ es una producción modesta, de que como realizador aún tendría que evolucionar, y de que gran parte de la historia transcurre en angustiosos interiores. Poco de todo eso importa porque el aliento de gran épica, de relato de exploración estelar, que alberga esta gran obra, es insoslayable. Parece mentira que su estreno tuviera lugar hace casi treinta y cuatro años, y de que no tenga ningún plano hecho con CGI, porque de alguna misteriosa manera soporta con entereza el paso del tiempo, mucho mejor que títulos parecidos bastante más recientes o de ahora mismo.
Y en la muy famosa ‘Avatar’, de la que pronto nos llegará su segunda parte, Cameron propone el reverso a ese relato, contando una historia en la que los invasores, y por tanto la especie hostil, somos nosotros, la especie humana. No recuerdo ninguna película en la que esto suceda. Y lo hace esbozando los primeros detalles de un mundo nuevo, al que llama Pandora, y con los Na’vi como especie dominante, muy cercanos en su cultura a los nativos americanos. Construye así una parábola sobre la exploración humana como devastadora de otros mundos, a los que únicamente quiere esquilmar sin aprender nada de ellos.
La grandeza del cine de Cameron consiste en la emoción, la tensión psicológica de sus historias, en sus ideas sobra la humanidad como civilización y como especie. Son algunas de las razones que le sitúan muy por encima, a pesar de su poco prolífica carrera, de muchos otros directores muy admirados por el público menos exigente y más bakala. No me cabe duda de que muchos científicos jóvenes de hoy día que despuntan en disciplinas como la astronomía o la ingeniería espacial, vieron nacer su vocación viendo películas como las nombradas, mucho antes que documentales o filmes mucho más fríos y falsamente precisos. Es la imaginación la que nos empuja al futuro, y no el conocimiento. Al menos eso es lo que yo creo.