El sublime Oscar Wilde dijo que «ningún artista tiene simpatías éticas…una simpatía ética en un artista constituye un amaneramiento imperdonable de estilo», pero él también las tenía, sin ningún género de dudas. De hecho, la personalidad entera de Wilde, y su propia vida, constituyen en sí mismas una simpatía ética. Puede que lo que dijo, si realmente lo dijo, fuera una de sus ocurrencias, o una muestra más de su arrollador cinismo, pero lo cierto es que todo artista establece una moral, y despliega sus propias «simpatías éticas» a cada cosa que hace. Algunos de forma más sutil, otros con brocha gorda. Pero lo hacen. Quizá la única narrativa totalmente pura e inocente, si es que tales palabras pudieran aplicársele, sería la música…pero sucede que la música es el arte más sutil de todos.
Pero centrándonos en la literatura y en el cine, sobre todo este último, resulta que la sutilidad salta por los aires. Pensemos por ejemplo en dos géneros como la fantasía y la sci-fi, tanto en literatura como en cine. Serían dos marcos que el espectador menos atento podría pensar que son de pura evasión, principalmente la fantasía. Sucede algo muy distinto: en narrativa, la fantasía, cuando está bien hecha, habla de la realidad, y del ser humano, con mucha mayor nitidez, y mucha mayor validez que un drama social, por ejemplo. Porque el drama social, o el reportaje, o una novela política, hablan de algo muy concreto, mientras que la fantasía, cuando es profunda e inteligente, tiende a hablar de universalidades. De ahí su tremendo poder.
Pensemos por ejemplo en ‘Juego de tronos’, para muchos la serie que ha marcado la década. Además de una evasión insuperable, se trata de un relato que profundiza en la naturaleza del ser humano, y que trata de hacer preguntas universales, enmarcada además en un contexto social y político mundial (la crisis económica global, el calentamiento del planeta por el efecto invernadero, la era Trump…) insoslayable, que otorga más fuerza a aquello que se está contando, y que no puede desgajarse de ello. Porque no existen las casualidades, y el que lo crea anda bastante desencaminado. Pensemos ahora en ‘The Walking Dead’, que es una «survival fantasy horror»…¿cómo desligar la aparición de Negan a la del mismo Trump en la Casa Blanca y la de otros dictadores encubiertos de salvadores en otras zonas del globo? ¿cómo no rastrear la actualidad sociopolítica, la crisis de valores, el sentido apocalíptico del nuevo milenio, con cada decisión «estética» de la serie? Resulta literalmente imposible.
Y entrando en la sci-fi más pura…¿cómo no establecer, de manera meridiana, que ‘Mad Max: Fury Road’, la obra maestra de George Miller, no es un relato en el que se condena de manera tajante al heteropatriarcado, con reminiscencias a los señores de la guerra de algunos países de África, al mismo tiempo que una crítica al despilfarro de los recursos energéticos del planeta? Las películas, las novelas, se hacen no solamente por algo, sino muchas veces para algo.
Un artista, un narrador, no solamente establece sus preferencias éticas con cada decisión estética que toma, sino que es hijo de su tiempo, y la realidad cotidiana de su sociedad queda filtrada en sus ficciones de manera inevitable, aunque quiera hacer algo de pura evasión. Porque en realidad, la pura evasión no existe, y hasta el escritor o director más comerciales, queriendo contar una historia con la que hacer olvidar al espectador sus problemas diarios, hablará de sí mismo y de su entorno, de manera más o menos velada, con mayor o menor verdad…pero es que en narrativa, por desgracia, la mentira, el autoengaño, tiene las alas muy cortas.
¿Alguien puede dudar de que lo que hace Mel Gibson en ‘Braveheart’, por ejemplo, es una exaltación de una figura crística en la personalidad del soldado William Wallace, que porta una espada casi tan alta como él mismo, y que con su empuñadura asemeja una cruz gigante?…¿Alguien tiene los redaños de negar que el grueso de la filmografía de John Ford existe no solamente para establecer la superioridad del mundo anglosajón sobre otras culturas, sino la del hombre sobre la mujer por el mero hecho de ser hombre? De la misma forma que el cine de Buñuel es una expresión de su repulsa al status quo y a lo políticamente correcto, y el de Terrence Malick se erige en una defensa de la naturaleza y de una forma de vida anticapitalista. Y el que no vea es, sencillamente, porque no lo quiere ver.
Otra cosa es la calidad narrativa, o la falta de ella, de cada una de esas ficciones. Pero la inocencia no existe en ellas, y en literatura tampoco. Puede que eso del arte sea «contar mentiras para mostrar la verdad», como tantas veces se ha dicho. Pero el artista queda retratado con sus decisiones, así como el receptor (lector, espectador) con su agudeza o su carencia. Cuando el «maestro» Pérez-Reverte, que va por ahí de liberal y de intelectual libre de prejuicios políticos, decide escribir una historia sobre un espía franquista, ‘Falcó’, puede que haya quien piense que es una elección inocente, o una provocación. No es ni una cosa ni la otra, sino una declaración de principios éticos. Y lo mismo le sucede a Vargas Llosa, y a Almudena Grandes, y a la gran mayoría de supuestos grandes novelistas españoles, sin importar el color ideológico con el que quieran presentarse al mundo. Son gente de ideas que oscilan entre lo rancio y la extrema derecha, y basta leerse un capítulo de cualquiera de sus novelas para darse cuenta de ello.
Es el espectador, cualificado (el crítico, claro está), o no cualificado, que puede ser igual de inteligente de lo que supuestamente es el crítico, el que no debe dejar que le cuelen gato por liebre, y el que en ningún caso puede pensar que en narrativa hay inocencia de ninguna clase. Los que escribimos, o los que filman imágenes, y en algunos casos los que hacen música, lo hacemos para algo, y por algo.