Cine clásico vs. cine moderno

En el eterno, y muchas veces estéril, debate sobre lo mejor del cine, existen, siempre han existido y a este paso siempre existirán, legiones de cinéfilos, o de simples espectadores aficionados al cine, que defenderán a capa y espada la anquilosada idea de que el cine de los años treinta, cuarenta y cincuenta (del cine estadounidense, no de otras cinematografías, curiosamente) es lo mejor que se ha hecho jamás, que algunos de los directores de aquella época (Ford, Hitchcock, Wilder, Lang, Preminger, Walsh, Hawks, Cukor, Lubitsch…..) son los más grandes que jamás han existido, y que todo lo que viene después, lo que tenemos ahora, no puede ni compararse con aquel paraíso hecho imágenes y sonido. Y yo, y creo que otros, llevamos mucho tiempo diciendo que no, que no es tan fácil.

Todo eso teniendo en cuenta que el término «clásico» es bastante discutible, y que el término «académico» cuadra mejor con determinado tipo de cine…

El otro día (en realidad hace algunas semanas) empecé a ver, por mera curiosidad, ese documental en varias partes llamado ‘Movies’, a secas, que se suponía que era un repaso por la historia del cine, y que no es otra cosa que una loa desmesurada al cine norteamericano, uno de esos shows de autobombo que tan bien se le dan a los gringos, en el que única y exclusivamente, con un chovinismo sonrojante, se hablaba de cine norteamericano, y de lo buenísimas y preciosas y tiernas y emocionantes que son todas y cada una de sus películas. Lo quité a los diez minutos, añorando ese extraordinario documental de Martin Scorsese titulado ‘A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies’ (está disponible en youtube, para el que le interese…), en el que el genio italoamericano por lo menos ponía las cosas en su contexto con un poder divulgativo mucho mayor. Y eso me dio que pensar…que todos esos que se quedan extasiados todavía con ‘Casablanca’, la estupenda película de Michael Curtiz, y que no entienden, por ejemplo, ‘Eternal Sunshine of the Spotless Mind’, son hijos, o nietos, de la maldita dictadura, con la que sólo nos llegaba cine norteamericano (y no todo, porque mucho era censurado), con la que se tragaron el mito que precisamente cuenta en ese documental que es ‘Movies’.

Si fuera por la industria estadounidense, no existiría otro cine que el suyo. Pero por suerte existe. Ahora bien, los que se pasan la vida viendo películas norteamericanas de todo cariz, quedan casi insensibles ante una buena película europea, o simplemente ante una película diferente, en la que no haya buenos y malos, que no sea maniquea ni académica, y esto lo he visto yo muchísimas veces. Pero ante todo quedan ciegos ante un hecho incontestable: las películas son hijas de su tiempo, y no todas resisten el paso de las décadas. No es cuestión de negar la importancia que pudieran tener en su momento, sino de valorar la importancia que tienen en la historia del cine. Y muchas de ellas, por más que se empeñen los recalcitrantes puristas, no tienen nada que hacer contra películas europeas o contra películas actuales. Y es normal que así sea: para un espectador, uno cualificado, que tenga nociones de narrativa y de estética, y que tenga sensibilidad y curiosidad, es complicado que un filme de los años cuarenta pueda competir con uno de hace pocos años.

A fin de cuentas las películas son, o deberían ser, como cualquier otra forma de arte: un soporte, una obra, destinada a producir una impresión estética en el espectador. Y el espectador no debe ser un arqueólogo. El espectador, ese ente tan difícil de entender, sabe lo que quiere y hace lo que le da la gana. Y no es más tonto o más necio porque prefiera un filme de 2005 antes que uno de 1955, por muy prestigioso que sea. Es decir, ‘Marty’, de Delbert Mann, que sin duda es una buena película, y que en su momento recibió muchos parabienes, premios y elogios, hoy día queda como una historia y sobre todo una forma de contar una historia, bastante poco interesante. Es imposible ponerla por delante de ‘Brokeback Mountain’, por ejemplo, o incluso de ‘Munich’. No solamente están mucho mejor hechas (y no hablo de un mero aspecto técnico), sino mucho más interesantemente narradas, que es lo importante.

Pero hagamos un versus más directo, comparando películas y años, teniendo en cuenta que el cine que se hace no es el que el espectador quiere, sino el que necesita, lo que es bien distinto. Si cogemos todas las películas estrenadas en 1942, año por ejemplo de ‘Casablanca’, o ‘El orgullo de los Yanquis’, o ‘Piratas del Mar Caribe’, o ‘El Cisne Negro’, encontramos que muy pocas películas, quizá tan solo ‘La magnificencia de los Amberson’, de Welles, han soportado el paso del tiempo, poseen una narrativa universal y son todavía una forma de conocimiento. No pueden ni compararse, todas ellas, con años como el de 1999, o el de 2004. Y esto no son ganas de polemizar, son hechos. Y mejor no comparar lo que se hacía en EEUU en 1942 con lo que se hacía en Europa o en Asia.

Desde 1970 el cine entró en la mayoría de edad. A partir de ese momento, no bastaba con contar una gran historia con grandes nombres. El cine, ya adulto, en plenitud, los cineastas, los espectadores, se daban cuenta de que una película es algo más que una historia. Que cada plano y cada sonido significa algo que es parte de un todo. Que ya no se puede hacer teatro filmado, que el cine de estudios murió. Así, se recogieron todos los frutos obtenidos por los grandes genios (Welles, Antonioni, Bergman, Kurosawa… y algunos de ellos siguieron trabajando algunos años más), llegaron la Nouvelle Vague y el Free Cinema, reformularon los preceptos del neorrealismo, del cine de vanguardia y del cine social, se sirvieron de los avances en emulsión fotográfica, y de pronto el panorama fue otro. Con sus luces y sus sombras, pero otro.

Porque las artes evolucionan al hacernos evolucionar como sociedad. Es su función y es su sino. Van acorde a sus tiempos y no quedan anticuadas porque se alcancen nuevas formas, sino porque había algo dentro de ellas que no terminaba de funcionar, que era demasiado dependiente de una óptica social o psicológica muy epocal, y su poder fue disminuyendo. Pero hay otras que así pasen cien años seguirán vigentes, vivas, poderosas y emocionantes.

Exceptuando a Welles, y a los primeros genios como Chaplin, Keaton, Griffith o ¿qué ha hecho el cine norteamericano tan vivo, real, y duradero como la obra de FF Coppola, Martin Scorsese, Terrence Malick, Brian de Palma, Woody Allen, William Friedkin, Sidney Lumet, Roman Polanski, Michael Cimino, John Cassavetes, Milos Forman, Bob Fosse, Peter Bogdanovich, en los años setenta en el cine norteamericano, y por citar sólo a los más célebres? ¿Y en las últimas tres décadas tenemos a David Lynch, John Carpenter, Ang Lee, Oliver Stone, Gus van Sant, James Cameron, Todd Haynes, Alfonso Cuarón, Kathryn Bigelow, los hermanos Coen, David Fincher, Richard Linklater, Paul Thomas Anderson, Spike Lee, entre muchos otros? ¿Realmente vamos a quedarnos con el cine teatral que se hacía en los años cuarenta y cincuenta, en el que el sonido, por cuestiones técnicas lógicas, o la imagen, o la planificación, tenía menos importancia que el prestigio de su historia?

Ahora el cine puede, debe compararse con la literatura, y empezar a desgajarse de ella y del teatro, así como de cualquier arte escénica. Y lo está haciendo, pese la protesta y los pataleos de los mismos recalcitrantes que se creen con la potestad de despreciar lo que haga cualquier verdadero autor cinematográfico.

Dejo para otro trabajo la más que obvia inferioridad del cine norteamericano en comparación con el europeo o el asiático, a pesar de su poderío económico, así como el hecho de que son los autores, y no la industria, los que hacen avanzar el cine, y muchas veces a pesar de la segunda.

4 respuestas a “Cine clásico vs. cine moderno”

  1. Todavía, por desgracia, es manifiesta la actitud de rechazo generalizado hacia las películas de fuera de Hollywood. Amigos a los que cada vez que les recomiendo películas como «Los siete samurais». «La caza», «El caballo de Turín», «La vida de los otros», «Porco Rosso» o «El infierno del odio «, por citar un ínfimo porcentaje, ponen caras raras en cuanto se enteran de que son «extranjeras».

    En lo particular te agradezco retroactivamente las aportaciones que dejabas en aquel blog, del que me parece, no guardas grandes recuerdos. Gracias a ti descubrí a autores como Víctor Erice, Enrique Urbizu, Zhang Yimou, Andréi Tarkovski, David Lynch o Lars von Trier. También series como «Los Soprano» o «A dos metros bajo tierra». De esta úlitma, por cierto, tengo tu libro, que disfruté mientras le daba un segundo visionado a la serie.

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    • ¿Tienes mi libro? ¿Y cómo lo conseguiste?

      Sí, guardo recuerdos de los personajillos que había por ahí. Menuda fauna humana. Por lo menos a algunos os valieron tantos teclazos a horas intempestivas.

      Muchas gracias por tus amables comentarios!

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      • Sí, lo tengo, según Amazon desde agosto del 2015. Me había leído por aquel entoces las crítcas de algunos de los episodios de la serie en tu Cuaderno Audiovisual, y me quedé con ganas de más. Espero, por otra parte, que puedas sacar adelante ese proyecto que comentaste por aquí recientemente.

        Cierto, en aquellos lares hay de todo, pero abuda el fanatisno desenfrenado y la mala educación.

        Gracias a ti por tu dedicación Adrián, ¡un abrazo!

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