Admito que durante un tiempo no tenía ni idea de cómo titular a estas páginas. No es fácil poner un título, o un nombre, nada fácil. A veces el título te viene solo, o te viene dado, y otras veces tienes que remar corriente arriba hasta averiguar qué palabras van a acordes con el espíritu, con el tono, que quieres transmitir. En ciertos casos lo logras, y en otros haces lo que puedes. Tengo cuentos o novelas en los que creo que di con el título exacto, y tengo otros y otras que no estoy tan seguro. En el caso de estas páginas, destinadas a hablar sobre narrativa, al final lo vi claro: esto que escribo tiene que ver con las imágenes, los sonidos y las palabras, así que ¿por qué no llamarlo así?
Y es que va unido, claro que va unido. Ni las palabras ni los sonidos ni las imágenes existen en un vacío. Unas invocan a los otros, y los otros a las últimas. Me parece asombroso, y sintomático del estado de las cosas, que haya tantos novelistas famosos (y no los nombraré aquí porque ya saben algunos lectores a quienes me refiero) que no sólo no tengan ni idea de música, sino que, además, se jactan de que no les interese demasiado ningún tipo de música. No me explico cómo es posible. Y ni siquiera lo entendería de una persona que no se dedicase a las artes narrativas o plásticas, mucho menos de un supuesto escritor. A mí me resultaría inconcebible vivir sin música, inconcebible del todo. Pero claro, luego lees lo que ciertos novelistas escriben y todo te cuadra, porque no existe música interior en sus palabras.
En el resumen del año 2019, como cada año, Spotify me ha contado qué actividad he tenido con su sistema. Me dijo que a lo largo de doce meses he escuchado 4.000 canciones. No sé si son pocas o muchas. También me dijo que estoy muy por encima de la media en cuanto horas escuchadas a lo largo del año, y que me va a salir un callo de tanto cambiar de canción. Puede ser. Pero yo no creo que escuche tanta, y suelo repetir bastante a mis artistas preferidos. Eso sí, intento explorar y encontrar cosas nuevas. ¿No sucede que escuchamos una música nueva que nos gusta, esa música, de alguna forma, marca de forma indeleble esa época, esas semanas o meses, de nuestra vida? La música es una parte esencial de mi vida creativa y de mi vida interior, y sin ella me sentiría muerto, aunque en algunos momentos terribles de mi vida me he visto en la necesidad de no escuchar cierto tipo de música, porque amenazaba con destruirme…
A lo máximo que llegan algunos escritores es a ser bastante cinéfilos, o por lo menos a intentarlo. De hecho, muchos escritores están más influenciados por las películas (sobre todo las norteamericanas) que por la propia literatura. Pero ver muchas películas, o ver muchas series, es muy fácil. En un mes intensivo, si te lo propones, puedes conocer un porcentaje muy alto de las obras más importantes del cine mudo, o todo el cine francés de más valor. Pero si hicieras eso no podrías apenas escuchar música o leer… Yo creo que la clave es encontrar un equilibrio. Y vuelvo una vez más a mi caso, que lógicamente es el que mejor conozco.
Escribo todos los días (incluidos fines de semana y fiestas de guardar), desde aproximadamente las siete o las siete y media de la mañana, y aprovecho todo el tiempo que puedo, antes de irme a trabajar. Escucho música mientras tanto, por supuesto. Y en el camino al trabajo escucho más música. Y a la hora de comer. Y podcasts, los pocos que encuentro interesantes. Por la noche, después de cenar, leo, hasta que se me caen los ojos (un libro a la semana, más o menos, a veces más, a veces menos). Mientras como puede que vea una película, si no es muy larga y me da tiempo. Si no me la acabo la termino por la noche, antes o después de leer. Si se me echa el tiempo encima, me aguanto, y duermo menos. Ya dormiré muchísimo tiempo cuando haya muerto. Y si no tengo películas que ver intento adelantar los juegos de la PS4 que tengo sin terminar, o regreso a los que me gustaron. Y si me gustaron es porque hay algo narrativo en ellos, y media hora, o tres cuartos de hora, son suficientes para estimular mi creatividad o para hacer que mi cerebro se evada y viva otra vida por un rato.
Los fines de semana tengo más tiempo para ver cine. Puede que dos o tres películas en una tarde, con suerte. Otra película, u otras dos, o una serie, por la noche. Y para cada cosa que hago en la que no hace falta escuchar el mundo que me rodea, me pongo los auriculares y enciendo el Spotify. No me imagino la vida de otra manera, al menos por el momento. ¿Cómo prescindir de alguna de las tres cosas?
Los sonidos de un tema, o las palabras de un libro, evocan imágenes. Son imágenes, de hecho. Algunas más abstractas y otras más nítidas y aterrizadas, pero imágenes al fin y al cabo. Y las palabras han de tener musicalidad interior para convivir unas con otras en armonía, y la música está primero escrita y luego ejecutada, son palabras y frases pronunciadas con un instrumento musical. Y las imágenes de una película, de una serie, de un videojuego o de un cómic albergan al mismo tiempo literatura y música, si es que tales imágenes se elevan del soporte en el que están creadas.
Y no estoy diciendo que todo sea lo mismo, sino que todo va unido. Un cómic no es una novela y una novela no es una película. Hay gente, en algunos casos muy preparada, en otros no tanta, que aseguran que un gran cómic, como por ejemplo puede ser el ‘From Hell’ de Moore, es una novela. Pero no lo es. Si tiene viñetas de cómic, aspecto de cómic, dibujos y tinta y colores, es que es un cómic, y nada más. Y las películas no son cómics, ni los cómics películas. Cada soporte nos entrega su esencia (imágenes, sonidos o palabras) de una forma distinta, destilados desde la creatividad de su autor, y así es como debemos obtenerlo.