Hasta la cansina franquicia del niño mago, que primero fue una de las sagas literarias más vendidas de todos los tiempos, y luego una de las saga cinematográficas más taquilleras de la historia, a pesar de sus clichés, de sus múltiples flaquezas, de su carácter descaradamente comercial y vacua, tiene la grandísima de poseer una poderosa virtud. Alguna más alberga, muy aislada, pero sobre todo la portentosa interpretación de Alan Rickman, que da vida a Severus Snape, uno de los pocos personajes realmente interesantes de esta larga saga, al que él, con una sabiduría escénica inexplicable, trasciende y hace volar mucho más alto de lo que quizá estas ocho películas merecían.
Hasta ahora (y esta ocasión no va ser la excepción) sólo he hablado de grandes actores y grandes interpretaciones para estos artículos de la dirección de actores. Prometo escribir sobre actores pésimos que intentan dar el pego, y de direcciones rotundamente incompetentes. Pero ahora voy a profundizar en un caso bastante diferente a lo que es habitual, pues como todo el mundo sabe, estas ocho películas fueron dirigidas por varios directores (cinco, para ser exactos), mientras que el personaje es el mismo, y el actor también, a lo largo de las ocho películas, y aunque unos directores lo hacen mejor que otros (con la clarísima superioridad de Alfonso Cuarón) y pese a que de eso se deriva que el nutrido (y desequilibrado) reparto funcione a veces mejor y a veces peor, el gran Rickman está siempre en personaje, muy contenido, estable y creíble a lo largo de todos los títulos, lo que demuestra que algunas veces en la dirección de actores a veces solamente basta el actor:
Según dicen, la escritora de las novelas, J.K. Rowling, que aseguran tenía toda la historia en la cabeza, le contó a Alan Rickman, en la primera película, la sorprendente revelación final de su personaje. Sólo a él, y a nadie más, ni siquiera a los directores. Y de ahí que Rickman supiese cómo actuar, nunca mejor dicho, en cada momento para que la ambivalencia y la incertidumbre presidieran, fueran el núcleo central, de la composición de este crucial personaje. Personalmente, pongo en cuarentena todo eso de que los autores conocen hasta el último de los detalles de una larga saga antes de escribirla, y no sé si esa confidencia a Rickman es cierta, así como nadie lo puede asegurar salvo la propia escritora. Pero es indudable que el actor era consciente de la dualidad interna de su personaje de su mismo principio, y en ningún momento la traiciona, sino que con su enorme clase interpretativa la potencia y crea a partir de ella el magnetismo irresistible de su personaje.
Y tal como sucede en muchas series, en las que los capítulos están dirigidos por varios directores, y en algunas películas, en las que el actor es la superestrella y el director es un mindundi, es el actor el que se dirige a sí mismo, lo cual es un acto de puro instinto, pues nadie tiene la visión en conjunto de un director, y el intérprete ha de saber muy bien lo que está haciendo en cada toma, y ha de saber muy bien qué tomas van a ser las decisivas, y qué expresa cada ángulo de cámara, y cuales son las inflexiones psicológicas de su personaje. Tal cosa parece suceder en ‘True Detective’, en la que Matthew McConaughey realiza una de las mejores interpretaciones de la historia, y en la que, a pesar de contar con un único director para los ocho episodios, Cary Fukunaga, da la impresión de que las decisiones más importantes las tomó el intérprete. Y tal cosa parece suceder aquí, con los directores sin más remedio que plegarse a las decisiones interpretativas de Rickman, que sabe mucho más de su personaje que ellos mismos, y seguramente mucho más del arte de la intepretación y la dirección de actores.
Es Snape, sin ninguna duda, el personaje más interesante de toda la saga, y en cierta medida el verdadero héroe de la historia y el personaje que más sufre y más se arriesga. Claro, esto lo sabemos al final de la historia, y hasta entonces en algunos episodios parece el villano de la función, en otros una simple molestia, y en la mayoría un personaje secundario que parece relevante pero que siempre se queda en la sombra. La elección de Alan Rickman, cuyo primer papel en cine fue nada menos que el de Hans Gruber en ‘Jungla de cristal’ (‘Die Hard’, John McTiernan, 1988), no pudo ser más acertada. Con un coraje y un instinto interpretativo inauditos, siendo mucho menos relevante en la mayoría de las películas que otros grandes actores como Gary Oldman, Emma Thompson, Brendan Gleeson, Ralph Fiennes…. al final se los acaba merendando a todos ellos con la más trágica historia de amor.
Porque es el amor lo que mueve a Snape, y lo que le hace sufrir de un modo indescriptible, pero sólo lo vemos la final…. ¿Seguro que lo vemos sólo al final? La sensación de pérdida, de derrota emocional, está presente en los ojos de Rickman durante toda la saga. Y si el espectador presta atención, se acentúa cada vez que interacciona con Harry Potter, el hijo que su ser amado tuvo con otra persona, pero que tanto se parece a ella. En la larga tradición cinematográfica de actores británicos que trabajan desde la sutilidad, con los pequeños detalles casi imperceptibles, el trabajo de Alan Rickman es uno de los más grandes. Es virtualmente imposible rastrear cada escena suya en la saga (no tiene tantas) y no percibir todo esto que estoy diciendo. La belleza de su sacrificio, la astucia de sus acciones, la soledad, la expiación interna, todo eso se ve en esta portentosa interpretación.
Y tiene mucho más mérito porque no se trata, salvo en el caso de la tercera película, de una saga particularmente bien escrita, dirigida, montada e interpretada. El actor que encarna a Harry Potter, Daniel Radcliffe, es bastante limitado, por no decir que es simple y llanamente un mal actor. Las películas, a igual que los libros, están imbuidas de un gusto por el cliché, por la imagen fácil, por lo obvio, por cierta zafiedad narrativa, por una frivolidad exasperante, por unos arquetipos trillados. Y Rickman sale triunfante. Él solo consigue que valga la pena verlas, aunque sean apariciones tan breves.
Rickman murió a principios de 2016, de un cáncer fulminante. Ahí ha dejado, para el recuerdo y el respeto de muchos, una carrera teatral y cinematográfica admirable. Ha hecho papeles de todo tipo, y algunos de ellos han sido magníficos. Pero ninguno como el de Severus Snape, un personaje extraordinario para un actor extraordinario.