Los escritores felices y su farfolla literaria

Hace ya algunas semanas que escribí un artículo en el que hablaba un poco de la realidad más visible, más mediática, del panorama literario español actual. En él, desgranaba algunos greatest hits de mis escritores predilectos. Porque la verdad es que el tema es sangrante, interminable y más que grotesco, una dolorosa caricatura. Y todo deriva de la misma idea que ya he repetido algunas veces:

Si a un escritor le das a elegir entre:

A) Escribir una obra literaria valiente, ambiciosa, exigente, que no venda ni cinco mil ejemplares los primeros dos años, pero que quizá sea una gran obra.

B) Escribir basura literaria con la que vendan cientos de miles de ejemplares y les haga ganar mucho dinero.

Un altísimo porcentaje de los escritores con algo de talento para las palabras, elegirán la segunda opción sin pestañear, por la sencilla razón de que tanto a ellos como a su entorno, la literatura no les importa absolutamente nada. Es más, lo único que les importa es el dinero, la fama, el impacto mediático, las firmas multitudinarias de libros, sentirse más grandes que otros. Porque, y esto es otra gran verdad, todos esos escritores «de éxito», o la mayoría de ellos, me consta, creen que a más lectores mejor escritores son. Y si no me creen escuchen sus declaraciones, lean sus proclamas. Lo piensan. Pero en el fondo saben que no lo son. Lo saben perfectamente. Pero necesitan todo eso, las firmas, los elogios desmedidos, las multitudes, las ventas estratosféricas, para ayudarse en su engaño.

Bien, no es ese el objetivo de este artículo, sino el constatar que además de todo esto, estos escritores, valiéndose del narcisista, tóxico, invasivo y falaz mundo actual, más basado en la apariencia de algo que en ese algo, más interesado en gustar a una mayoría que en construir un discurso coherente, más basado en el ego, la soberbia, la chulería, el amiguismo, la exageración, el autobombo, que en un verdadero temperamento artístico, construyen una imagen de sí mismos y del mundo que les rodea tan absolutamente idílico que es verlo para creerlo. Según lo que los Pérez-Reverte, Juan Gómez-Jurado, Javier Castillo y gente así intenta vendernos, ellos viven una vida de felicidad y plenitud, de risas y de fiestas, de desahogo, de viajes, de encuentros con amigos, de reuniones, de veladas con amigos superestrellas del deporte o del cine o de la televisión, de conferencias multitudinarias, de críticos que se reúnen con ellos para elogiarles hasta agotar todos los adjetivos, de investiduras en universidades, de entrevistas televisivas…eso cuando no están en esa fascinante actividad que es la escritura de su siguiente novela, en esa aventura chispeante y feliz, en esa búsqueda de documentación parecida a la de Indiana Jones con el Santo Grial.

Este mundo de redes sociales, en el que la noticia en un telediario es lo que tal persona ha subido a su twitter o a su facebook, esta sociedad vendida al capital, en la que el dinero no es que sea lo más importante, es que es lo único importante, en que tus novelas se venden bien si tienes un montón de amigos famosos que te las van a proporcionar sin parar, es perfecto para la farfolla literaria, el puro vacío estético, de los Pérez-Reverte, Gómez-Jurado, Castillo, Sierra, Posteguillo y docenas como ellos, que les dictan a los editores lo que tienen que publicar si quieren seguir sobreviviendo en el mercado literario, y que les obligan a los lectores a no leer otra cosa si quieren estar al día de las novedades.

Y en esa felicidad sin fin que proclaman a los cuatro vientos, noche y día, por tierra, mar y aire, por todas las redes sociales, en todos los telediarios, en la radio, en los suplementos literarios, es tan perfecta que no admiten ni la menor crítica literaria, y estos grandes escritores no tendrán ningún problema en hacer callar a los (pocos) críticos valientes que se atrevan a decir lo que es un secreto a voces: que estos escritores que llenan sus twitters (léanlos y lo comprobarán) de sus libros y sus conferencias, y que sólo saben hablar de sí mismos, poseen un estilo atroz y no hacen literatura. Hacen negocio con los ignorantes que ni siquiera intentan leer un buen libro alguna vez en su vida. Esos valientes críticos serán acallados, despedidos o ninguneados, serán humillados, cuestionados y vilipendiados, y no se podrá hacer nada al respecto, mientras estos escritores, con parejas que son «influencers», o con ideas políticas cavernarias, o con salidas de tono de adolescentes, no construirán una sola idea expresiva u original en su vida, no escribirán un buen libro ni de casualidad, y seguirán siendo unos privilegiados intocables, a los que la plebe más aborregada besará por donde pasen.

Esta es la grotesca realidad, y no se puede maquillar de ninguna manera. Y debido a esa realidad no se puede hablar de literatura. Tan solo de majaderías, de niñatos engreídos, de académicos reaccionarios, de aspirantes a novelistas cuyo estilo es barato y atroz. Y el buen gusto seguirá esperando, agazapado en el rincón, a que alguien le haga algún caso. Y los buenos libros, los que exigen algo del lector a cambio de ser leídos, seguirán cogiendo polvo en las librerías de viejo y de segunda mano de todo el mundo.

Lo cierto es que un escritor, o escritora, no ha de ser increíblemente infeliz y atormentado para ser mejor novelista, o mejor dramaturgo, o mejor poeta. Eso es un cliché establecido en el siglo XIX, y que tantas figuras trágicas ha dado en el arte. Pero tampoco creo que sea muy creíble, ni sano, este narcisismo desaforado , ni este baboseo por redes sociales, ni este rollo «happy flower» de los escritores más vendidos, que se burlan de la literatura y de los lectores, mientras se las dan de defensores de la lectura, de guardianes de la cultura, y de profundos conocedores del mercado literario. No son más que unos afortunados, unos privilegiados, a los que la masa no lectora ha bendecido con compras compulsivas para matar el tiempo. No son escritores, pues ninguno de ellos tiene verdadera vocación artística, y todos ellos están más influenciados por el cine que por la literatura. Y en esta categoría no solamente entran los ínclitos Pérez-Reverte, Gómez-Jurado y Castillo, también Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo, Almudena Grandes, Matilde Asensi, Javier Sierra, Ildefonso Falcones y un largo etcétera.

Los grandes escritores, como los grandes músicos, y los grandes arquitectos, y los grandes cineastas, no se ponen a escribir para ganar dinero, ni para ganar fama, ni elogios. Lo hacen para transformar el mundo, para hacer avanzar el arte al que han consagrado su vida, para construir ideas, para despertar conciencias, para abrir caminos y horizontes. Y eso es un trabajo arduo, que les enfrenta, casi, a imponderables universales, lo que no les deja mucho tiempo para alardear, para ir de fiesta con amigos famosos, para estar a todas horas presentes en las redes sociales, para babosear en los premios literarios. Los grandes escritores, los novelistas, dramaturgos, poetas, ensayistas, son los intelectuales del mundo, y como tal son lo opuesto a este mercadeo de egos, a esta farfolla literaria diseñada para aplacar las mentes más perezosas.

7 respuestas a “Los escritores felices y su farfolla literaria”

  1. Creo que lo que más me cabrea del asunto es el amiguismo. Que entre escritores abominables se hagan la ola es normal, todos los zotes se animan entre ellos. Pero que Rodrigo Cortés, por ejemplo, diga que ‘Cicatriz’ es una obra con narrativa de primer nivel, es una vergüenza, sobre todo si piensas que Cortés es una persona con criterio, muy exigente con cualquiera que no sea amigo suyo.

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      • Claro, eso es. Yo no digo que hable mal sobre la obra de Gómez-Jurado, pero al menos que no la encumbre de esa manera, por ser honesto con respecto al arte. Dudo que Cortés crea que los libros de su amigo son buenos… aunque supongo que será complicado decirle no a alguien que aprecias si te pide ayuda. Pero como tú dices, hay gente que tiene el valor de hacer lo que dicta su criterio.

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