Tengo que empezar esto diciendo que no es justo. No es justo para este muchacho que yo me ponga a leerle justo después de terminar ‘El cementerio marino’ de Paul Valery, y antes de comenzar con ‘Contra esto y aquello’ de Unamuno. Pero me mueve, una vez más, lo de siempre: el hecho de que no existe ninguna crítica (ni una sola, lo juro por lo que me queda de neuronas después de buscarlas por tierra mar y aire) sobre esta novelita, a lo que se suma el hecho de que, como estamos en plena epidemia global, este autor ha permitido, en un gesto de magnífico altruismo, que ‘El paciente’ se pueda descargar gratis, lo que me ayuda a (intentar) romper el maleficio de no haber podido leer una novela suya entera, principalmente por el hecho de que no pensaba pagar por ninguna de ellas…
Así que aquí estamos, y creo que un colega comentarista, que tiene su propia web, va a hacer lo mismo, de modo que pronto tendremos dos reseñas de esta novela, lo que va a resultar en un aumento, en la red y en los medios en general, del 200% en su número total.
Vayamos al asunto, y creo que me va a quedar un articulo bastante más corto del que dediqué a esa novelita ridícula de Arturo Pérez-Reverte, entre otras cosas porque no quiero perder demasiado tiempo ni hacérselo perder al lector, aunque sí el imprescindible para dejar lo más nítidos posibles mis argumentos sobre este tipo de sub-productos en particular (que por lo visto se venden casi tan bien como las novelas históricas y en general cualquier tipo de sub-literatura de la que algunos creen que les aporta algo en su vida, cuando harían mejor dedicando ese dinero a fines caritativos) y sobre el «estilo» de Gómez-Jurado (en adelante G-J, para abreviar), en particular.
Y debo decir que una vez más me ha sido imposible leerme la novela entera, o por lo menos detener la vista en las partes más enrevesadas, porque mi aguante y mi tiempo son cada vez más limitados, y porque la forma de representación de G-J, el modo en que presenta y arma su realidad novelística, la forma en que construye a sus personajes y en que va desarrollando su inverosímil argumento, hacen muy difícil que se pueda mantener la atención, pero he leído lo suficiente como para hacerme una idea general. Este hombre, G-J, que se tiene a sí mismo como un escritor de éxito (porque para gente como él cuantos más lectores tienes mejor novelista eres), como un artista total y casi como un erudito (oigan sus baladronadas y pedanterías en Todopoderosos y verán que no exagero absolutamente nada), no es novelista, del mismo modo que Alejandro Amenábar no es cineasta. Son otra cosa: los más listos de la clase.
Esta novela, ‘El paciente’, que habrá vendido miles o decenas de miles de copias, es un ejemplo perfecto de cómo no debe ser una novela y de cómo no escribirla. No se pueden escribir generalidades del tipo «todos los cirujanos del mundo beben», ni se pueden hacer comparaciones tan exageradas, tan burdas (“acompañados de uno de los silencios marca Robson, tan inasibles como el humo y tan sólidos como un muro de ladrillos”…“Tenía tantas ganas de seguir en su despacho como de que me metiesen astillas bajo las uñas”…) constantemente, además de frases grandilocuentes y nulamente narrativas en cada párrafo. En realidad, lo que G-J hace aquí es destilar todas las películas estadounidenses que ha devorado en las últimas dos décadas y plagar de clichés todo su inexistente y atroz estilo literario, si estilo se le puede llamar. Cualquier cinéfilo puede advertir imágenes de películas de Spielberg, Ridley Scott, de series de televisión…
Lo que este escritor pretende es contar una trepidante historia que podría haber sido perfectamente una de esos thrillers americanos llenos de supuesto suspense, y para unos ojos poco exigentes supongo que lo cumple. Una historia enmarcada en EEUU (cómo no), con personajes anglosajones que se expresan como si fueran de Madrid o de Toledo, en la que un prestigioso neurocirujano de un importante hospital privado, que no tiene nunca un duro (!), nos cuenta las últimas sesenta y tres horas antes de una operación que puede cambiarle la vida, al que le han secuestrado su hija para no dejar salir con vida del quirófano al presidente de EEUU (!!), todo orquestado por un malo de película que se parece a Ewan McGregor, que le vigila por llamadas o mensajes al móvil. Es decir, algo que hemos visto cien veces en cine pero que este señor no tiene el menor reparo en hacer pasar por una novela y en sentirse un importante escritor por ello.
Como en la, por cierto excelente, novela ‘El fugitivo’, de Stephen King, en la que el nombre de los capítulos es una cuenta atrás, se supone que este neurocirujano nos cuenta su versión de la historia desde la cárcel, pero ni siquiera eso lo hace G-J de forma honesta, porque continuamente rompe el punto de vista, y por tanto las reglas que él se ha marcado las incumple, entrando en el punto de vista de la cuñada y agente de FBI, cuyas vicisitudes él no puede saber, ¡e incluso en el del villano de la función, que él puede conocer todavía menos!, por la sencilla razón de que hace falta mucha habilidad, de la que G-J a todas luces carece, para contar una historia en primera persona y mantener la tensión y el estilo.
Pero más allá de todo eso, principalmente se impone en la lectura la irrevocable sensación de que el personaje protagonista es un imbécil redomado, un payaso soberbio, engreído, machista, clasista y desagradable, cuyo destino te importa muy poco. No posee el menor carisma porque los personajes, se quiera o no, son una extensión de la personalidad del autor, del mismo modo que la prosa, el estilo, es una extensión del intelecto del escritor, y en ambas cosas G-J se muestra como el niñato consentido y privilegiado que habla en sus programas de radio casi como si fuese un joven Stephen King, o un erudito como José Saramago. Él es el doctor Evans, en realidad, un hombre fatuo, vanidoso, impulsivo, de ideas infantiles, de reacciones muy poco creíbles, que a lo mejor el bueno de Rodrigo Cortés considera también una narrativa de primerísima división…
Por supuesto que un personaje protagonista no debe ser inmaculado. Eso ya está totalmente superado en la narrativa actual, pero sí debe tener carisma, sí debe ser interesante. Debe ser, en definitiva, un ser de carne y hueso con el que podamos empatizar, cuyo destino y azares nos conmuevan, nos muevan con. Pero como G-J no tiene carisma ni es un escritor interesante (salvo para aquellos que considerarían interesante, por ejemplo, a Kim Dotcom, o a Christopher Nolan, o a Julio Medem), es totalmente incapaz de crear un personaje verdadero, porque carece de imaginación para poder hacerlo, y destruye con ello de paso la imaginación y la inteligencia del lector. No sé si cabe aquí la idea de Tolstoi que afirmaba que en literatura no debe el escritor inventarse nada, que todo debe ser, o tender, a la verdad. No cabe porque demasiados escritores no saben lo que significa eso.
Gente como G-J o como Pérez-Reverte, Javier Sierra, Santiago Posteguillo, Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo, Javier Castillo, Joel Dicker, cuyo trabajo no sería tan dañino si no lo leyera tanta gente, si no tuviera tanto eco mediático, son el Covid19 de la literatura, con los espectadores además convencidos de que leen buenos libros, de que acceden a buena literatura, sin una crítica capaz de poner las cosas en su sitio. Este virus no mata a gente pero sí mata la creatividad y la buena salud de la novela, y sus efectos van a ser igualmente destructivos y duraderos.
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