Nos pasamos la vida hablando de películas, y sobre ellas disertamos acerca de los actores, de la historia (del argumento a todas horas, como si fuera lo más importante), de la fotografía, de la ambientación. Cuando algunos nos ponemos un poquito más serios escribimos o debatimos sobre directores, sobre la puesta en escena. Y cuando nos ponemos bastante más serios comenzamos a hablar sobre narrativa, sobre imagen, sobre conceptos, incluso sobre la pertinencia o no de la música, sobre particularidades concretas, pero nunca, o casi nunca, sobre el sonido. Y es una cosa que creo debe cambiar.
Dicen, algunos, que la mayor parte del cine se inventó en la época muda. Es decir, toda la mecánica de la puesta en escena, casi todas las herramientas narrativas, la caligrafía de la cámara, el desarrollo del arte del montaje. Y puede que sea verdad. Pero me parece que todos esos eruditos y directores y estudiosos y críticos de cine se olvidan siempre de algo esencial: se inventó todo lo que tenía que ver con la imagen, no con el sonido. Y, amigo lector, sin sonido el cine no es nada, por mucho que se empeñen los más recalcitrantes. Poco más que sombras proyectadas en una pared. Las imágenes mudas son fotografías, fotografías en movimiento, y carecen de vida. En la época del cine mudo, que era el cine inicial, el cine incipiente, el único cine, aquello parecía cine y por tanto lo era, y hoy podemos aprender muchas cosas de aquellos títulos y de aquellos pioneros. Pero no podemos aprenderlo todo. Falta la otra mitad del invento, del soporte narrativo en el que estamos inmersos. Falta el corazón del asunto.
El cine no es imagen, queridos eruditos. El cine es imagen Y SONIDO. Y demasiadas veces esta evidencia, este secreto a voces (nunca mejor dicho), queda silenciada (nunca mejor d…) por muchos, o por todos. Y cuando digo sonido no digo solamente los diálogos, o el sonido ambiente, o la música (el sempiterno pianito triste para acompañar momentos luctuosos…qué cascarrabias me he levantado hoy…), sino simple y llanamente, aunque no es simple ni llano el tema, lo que hace que las imágenes tan primorosamente bordadas por el director de fotografía, que ese escenario tan perfecto, que esos actores tan maravillosos, cobren vida. Nada más y nada menos. Y aunque por supuesto un embrionario director o narrador en imágenes puede aprender mucho quitando el sonido de la tele y viendo aquella obra maestra en silencio total desde el principio hasta el final, no estaría de más que ese genio del cine que está a punto de hacer su primera película aprendiera algo también, por los medios que tuviera disponibles, de música y de sonido.
Demasiadas veces me quedo perplejo cuando sale uno de esos pseudo-novelistas que hoy nos asolan (sí…los de siempre…A P-R, J G-J, Muñoz Molina y su mujer, presentadores de televisión, periodistas con ganas de escribir tonterías, famosillos sin nada mejor que hacer… ¡toda esa fauna de la que hablado doscientas veces!) y sin el menor reparo, en cualquier entrevista, dicen que no solamente no tienen ni idea de música, lo que hasta cierto punto es perdonable, sino que no les interesa. Que no les interesa. Sinceramente, creo que es una de las razones (¡no la única, por cierto!) que explican la broza literaria que perpetran. Todo arte narrativo tiende a ser música, en su composición, en su construcción, para elaborar un tempo, un ritmo y una cadencia, ya sea en el literario o el cinematográfico, e ignorar esto y darle la espalda al sonido y a la música, es una completa estupidez, digna de grandísimos ignorantes. Y esto es aún más sangrante en el caso de un cineasta, porque aún hay legión que piensan que el cine son fotografías, o que el cine es teatro, y muchísimos los que piensan que el sonido es secundario y casi una molestia, y que la música es «de acompañamiento».
Hace pocos años asistí al cine a ver la primera parte de la adaptación que se había hecho de ‘It’, la famosa novela de Stephen King. La película no está mal, pero el sonido tenía un aspecto interesante. Siendo, como es, una película de terror, la parte sonora de la película albergaba todos los efectos de miedo y de sustos tan consustanciales a este género y tan manoseados en cientos de títulos. Pero hete aquí que en determinado momento, antes de uno de esos sustos que a toda la platea (y he de confesar que a mí también) le hizo saltar de pánico hasta el techo, el diseñador de sonido, que no me cabe duda que tiene un talento innato que ojalá le dejen explorar y desarrollar algún día, nos iba preparando, a los pobres espectadores, con algunos sonidos agazapados, en una esquina de la sala (una esquina opuesta a la pantalla), con sonidos y ecos y reverberaciones muy estudiadas, que hicieron de la sala de cine, al menos por unos segundos, una caja de resonancia emocional en la que las cuatro paredes, el suelo, y el techo, además de las imágenes, nos hacían vibrar a todos en la misma sintonía. Y al experimentar yo esa sintonía me vino a la cabeza el hecho de lo muy desaprovechado que está el sonido, casi siempre, en una sala de cine.
Cuando hablamos de imagen y de fotografía, hablamos de muchos conceptos que tienen que ver con ambas. Y cuando hablamos de sonido, sucede lo mismo, y quizá con conceptos más numerosos y profundos que con la imagen, porque la imagen es absoluta, pero el sonido no. La imagen contiene ideas, equívocas o unívocas, pero el sonido ninguna, ni de unas ni de otras. Una imagen se fija en nuestra memoria, y luego la memoria puede (y de hecho lo hace a menudo) alterarla, deformarla o manipularla a conveniencia, y dos años después aquella secuencia que recordábamos a plena luz del sol era en verdad en una carretera nocturna. Esto sucede mucho más a menudo de lo que se cree. Pero los sonidos, e incluso la música, no las recordamos con tanta nitidez. Es decir, si nos esforzamos sí, podemos recuperar esa sonoridad, o esa canción, por supuesto. Pero en realidad los sonidos y la música son evocadores de recuerdos, y con ellos accedemos con mayor velocidad y rotundidad a esas imágenes que los acompañaban.
El sonido no solamente son efectos de sonido, música, diálogos. El sonido es en sí (al igual que la dirección de fotografía, al igual que la dirección de actores, al igual que el montaje…) un guion cinematográfico dentro de la película, uno más, que ha de construirse en sintonía con el resto de guiones para conformar la sinfonía que es la película. El sonido, como la música, de una película es narrativa. Son conceptos. Son emociones, por supuesto, pero sobre todo sensaciones que operan en el espectador a un nivel increíblemente profundo y poderoso, y que dotan a la película de su verdadero significado, y muy pocos directores le han prestado atención primordial. Pienso ahora en Francis Ford Coppola, David Lynch…muy pocos conocidos.
Si el lector realmente se interesa por lo que le estoy diciendo, que haga una cosa, si es que le es posible, y en estos días de encierro no tiene nada mejor que hacer: que se vea ‘El espejo’, de Tarkovski, y que preste especial atención al sonido. Se dará cuenta de que debajo de las imágenes, debajo de esta evocadora reflexión sobre la infancia y la maternidad, hay algo que está ahí y que te está contando todo eso de otra forma, en perfecta sintonía con las imágenes. Es el sonido, por supuesto, que de manera absolutamente orgánica, alternando entre música clásica, música electrónica, diálogos en off, fundidos a sonido ambiente…todo con un sentido, una dirección muy concreta, nada gratuita, que de forma sutil lleva a tu subconsciente, mecido por esos sonidos y músicas, a un estado de ánimo definido. Es el poder del sonido, cuando está empleado de un modo eminentemente narrativo.
Recuerdo cuando vi «Señales» que desde los primeros minutos parece que estás ahí. ‘El espejo’ todavía no la he visto, pero tomo tu consejo.
¡Un abrazo!
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En efecto, en esa película el sonido es clave en su estrategia narrativa. Respecto al filme de Tarkovski, es bastante más sutil, como te puedes imaginar
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