Yo soy mi crítico favorito

Debido a esta catástrofe mundial que estamos experimentando (que no va a ser el Apocalipsis final pero sí nos va a convencer a muchos, como si hiciera falta que nos convencieran, de que deberíamos ir perdiendo de una maldita vez la fe en la especie humana) resulta que muchos medios, además del Pornhub Premium, se han lanzado a ofrecer contenidos gratuitos, y hasta Movistar Plus nos ha abierto a sus sufridos clientes algunos canales que por lo general no tenemos interés en pagar. Uno de ellos, quizá el único que valga la pena, es TCM (siglas de Turner Classic Movies), en el que al contrario que otros se programan películas en excelente imagen y sonido, siempre con subtítulos, y siempre grandes clásicos…aunque la mayoría norteamericanos.

Y además de grandes clásicos, ponen documentales, entrevistas (alguna que otra bastante interesante), reportajes, especiales… Hace poco un documental, y de esto quiero escribir, sobre la famosa crítica de la revista New Yorker, Pauline Kael, quien durante cuarenta años, aproximadamente, escribió sobre cine y se convirtió en una de las «opinadoras» cinematográficas más influyentes de su tiempo en Estados Unidos. Y yo tenía la esperanza de que el documental fuera una interesante radiografía de esa era, y profundizara en la personalidad de la susodicha, bastante polémica (algo que a ella, lógicamente, le interesaba) y bastante avanzada a su tiempo. Pero en lugar de eso tenemos un panegírico en toda regla en la que celebridades del cine de EEUU, desde productores y actores hasta el mismo Tarantino, se dedican, durante 45 minutos que se hacen muy largos, a santificar a Kael, a glosar su enorme sabiduría, su inmensa influencia, su arrollador carácter, etc, etc, etc…

Los estadounidenses no tienen término medio: o hacen un documental sensacional, sea cual sea su tema, o te hacen un panfleto laudatorio que no hay por donde cogerlo. Pero esa es materia de otro artículo. Por lo pronto decir que en mi opinión Pauline Kael escribía muy bien (sí, me he leído algunos textos suyos, como el famoso ‘Raising Kane’, y otros menos famosos pero igualmente interesantes) , y era una persona culta y perspicaz, pero en mi opinión como crítica de cine (es decir, de arte) no valía mucho. Kael sufría lo que muchos críticos de renombre: un complejo de mesianismo cultural (léase «perdonavidas recalcitrante»), que surge, siempre, de un narcisismo infantil y mal curado, y que se manifiesta no en juzgar lo que hacen los demás (lo que a fin de cuentas es la labor de todo crítico) sino en decirles lo que tienen que hacer. No en analizar lo que hay en la película, sino lo que a su juicio no hay y debería haber.

Famoso es su encontronazo con David Lean, a propósito del estreno de ‘La hija de Ryan’, en el que le recriminaron, sencillamente, hacer el cine que él quería hacer, y ante la pregunta de Lean: «¿qué queréis? ¿que filme en 16 mm en blanco y negro?», Kael le respondió: «te la dejaríamos hacer en color». Así, esta crítica se convirtió en el primer, y quizá mayor ejemplo, de ese tipo de crítico bravucón, presuntuoso, petulante, engreído, que se cree, todavía hoy día hay unos cuantos, que debe decirle a los directores cómo hacer las películas, que va al cine a extraer de él su propia teoría de cómo tienen que ser las cosas, o a imponerla, y que por tanto entrega al lector un comentario no profesional, sino profundamente tendencioso, prejuicioso, con el que glorificar sus gustos personales, y nunca valorar con mirada analítica las virtudes o defectos narrativos del título en cuestión.

Viendo este documental, y a pesar de que en algunos aspectos (como el hecho de que entre los años 50 y 60 el cine americano daba muchas más razones para detestarlo que para amarlo) estoy de acuerdo con ella, vuelvo a pensar una vez más lo de siempre, aún a riesgo de lo que pueda pensar cualquiera que lea estas líneas: yo soy mi crítico favorito. Y además lo soy de lejos, de muy lejos. Yo, al contrario que Kael, y que muchos otros, no empleo dos páginas de periódico (unas 4.000 palabras), para dar vueltas y vueltas sobre ideas sin asentar ningún argumento de peso. Yo, por lo menos, intento ver, o saber, o averiguar, qué diablos es el cine, y qué puede ofrecerme, a mí y a cualquiera. No me creo por encima del bien y del mal y no tengo ningún complejo narcisista que curar (de hecho, me ha costado mucho poner una foto mía como cabecera de este artículo…y aún así he tenido que manipularla para que no se me vea mucho). Escribo tan bien como lo haría Pauline Kael, pero no necesito ponerme pedante, ni rimbombante en mis artículos. Tengo carácter, y cuando algo no me gusta soy bastante tajante, pero no escribo barbaridades, groserías o macarradas, como hacen tantos otros

Y si echo un vistazo al trabajo de otros críticos…sigo pensando lo mismo. No me agradan los norteamericanos, ni Roger Ebert ni ningún otro, todos ensimismados con su propio cine, y demasiado metidos en su papel de «periodista crítico de cine» y muy poco, o nada, en el de escritor de arte que escribe sobre cine. Me gustan algo más los franceses, sobre todo los de la corriente de Cahiers, pero me puede su énfasis en un determinado tipo de cine, y en la teoría del cine de autor, y su casi desdén hacia el cine, por tanto, supuestamente menos autoral y menos «artístico». Durante mucho tiempo leí las crónicas y críticas de Ángel Fdez-Santos (de hecho tengo un libro suyo aquí en casa), pero ahora, aunque le sigo apreciando y siento respeto por él, me parece un purista redomado, y a mí ni me gustan ni me convencen los purismos en el arte. Me cae bien y me gusta cómo escribe Carlos F. Heredero, otro purista, otro de la corriente de Cahiers, pero a veces sus argumentos no me convencen, son demasiado obvios, reiterativos y sin riesgo. Por no hablar de Boyero o de Pumares. Esos se parecen bastante a la Kael, en su falta de argumentos y en su necesidad de hablar a todas horas de sus cuestionables gustos personales. Y no voy a hablar de la legión de plumillas desorientados, de almas descarriadas, todos ellos perdonavidas por cierto, que escriben en blogs o sitios parecidos, que podrán haber visto muchas películas pero no saben poner una coma ni establecer una idea rotunda.

Sí me gusta Tomas Fernández Valenti, un crítico un poco de mi estilo, pero no lo bastante como para preferir su criterio al mío, ni su escritura (bastante de oficinista) a la mía. Le tengo un enorme respeto, como puedo respetar a otros, pero sigo pensando lo mismo: yo soy mi crítico favorito, porque soy el que más y mejor, y con más argumentos, me convenzo, y yo creo que cualquier persona inteligente, con cierta cultura, con curiosidad, y con inclinación por las artes, debería ser siempre su propio crítico favorito y responder que lo es cuando alguien le preguntara qué persona ostenta ese rango, y me parece lamentable que David Lean permitiera que todos esos plumillas le quitaran las ganas de hacer cine, o que Billy Wilder proclamara una y otra vez que el público es el juez supremo. Todo eso revela una falta de espíritu, una debilidad de carácter, bastante sorprendente, teniendo en cuenta lo grandes directores que eran ambos.

El crítico de cine, a mi juicio, no está para decirles a los directores y a los espectadores cuál es su elevada, ideal y quimérica idea de cine, a la espera de que tanto unos como otros loen su perspicacia. Está para ejercer de analista forense de lo que hay. Punto final. No de lo que quisiera o de lo que le gustaría, o de lo que no hay en esa película, o en aquella otra. Está para hablar, y escribir, de lo que está en la pantalla. Y para hablar y/o escribir de eso, para ejercer la gran responsabilidad que significa desempeñar esta profesión consistente en ser un intermediario válido entre la película y el receptor, no es tolerable hablar de «gustos personales». Esto no va de gustos, de filias, o de fobias. Esto va de valores, va de argumentos, va de conocimientos. De conocer el cine, tal como es, sin idealizaciones, sin esnobismos dignos de adolescentes. No es cuestión oscurecer con imposturas, sino de iluminar al lector con palabras que le ayuden a llegar a donde él, por cualquier razón, no puede llegar. No va de ver quién mea más lejos, sino de compartir idénticos valores y de confrontar diferentes miradas armadas con argumentos, no con fanatismos.

Dicen de los críticos que son todos unos cineastas frustrados, unos amargados, unos soberbios y unos pedantes. Algo de verdad hay en eso, sobre todo en ciertos críticos famosos. Otros, pues yo me considero también crítico de cine, consideramos más importante el cine, la literatura o la música, mucho más importante, que nuestros gustos, e intentamos ampliar conocimientos con cada nuevo artículo, no demostrar cuánto sabemos, ni ponernos por encima de aquello que comentamos, y mucho menos de los espectadores. Yo no soy más listo que nadie (aunque a veces peque de cierta vanidad), ni he visto más películas que nadie (de hecho creo que mis padres han visto muchas más películas que yo y que muchos críticos que andan por ahí) sólo conozco mejor el cine que el grueso de los espectadores, y no tengo ningún problema en ayudar al que se interese en ampliar su conocimiento al respecto, dentro de mis posibilidades.

Para eso escribo, en realidad. No me interesa vivir en mi isla. Quisiera hablar con la gente de tú a tú, establecer debates teóricos, no peleas del «no tienes ni puta idea». Me gustaría hablar con cualquiera de los aspectos que me interesan de literatura, de cine, de música. Y rara vez puedo hacerlo.

Por eso escribo estos artículos.

10 respuestas a “Yo soy mi crítico favorito”

  1. Me reconozco totalmente en el último párrafo del artículo.
    Es absurdo cómo la gente escribe sobre lo que no conoce… A mí me gusta mucho el cine, pero como no lo conozco lo suficiente, no me pongo a escribir sobre él; prefiero aprender de gente como tú.
    ¡Un abrazo, y no dejes de hablar de arte!

    Le gusta a 1 persona

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