Pero sólo un poquito. Puede ser con motivo de un confinamiento que se anticipa todavía más largo, para desahogarme, o puede que sea simplemente para divertirme, porque tampoco voy a matar a nadie. En realidad son ideas que llevan mucho tiempo bulléndome en la cabeza, y que no me abandonan, que pugnan por salir y me reclaman que me siente delante del teclado y me ponga a escribirlas como mejor pueda, en estos días grises que tanto invitan a la reflexión y a la introspección, y en los que cualquier excusa parece buena para sacar todo lo que uno lleva dentro. De modo que voy soltar unas cuantas ideas, y espero poder armarlas todo lo estructuradas que sea posible.
No solamente con motivo de algunas conversaciones con los lectores de estas páginas, aunque también, sino porque es un tema que se ha discutido durante mucho tiempo, y que tiene enjundia y razones para ser un debate interminable, pienso a veces en eso de las traducciones en literatura, y de la versión original en el cine, y de ese argumento que sostiene que toda poesía y toda literatura en general es intraducible, y ese otro que sostiene que el cine doblado es cine adulterado. En lo segundo estoy totalmente de acuerdo, y una de las pocas cosas que ha dicho Carlos Pumares con algo de sentido es que jamás te habrías comprado un disco de Michael Jackson cantado en español, así que tampoco deberías hacerlo con las películas. Y en lo primero puedo estar bastante de acuerdo: la obra original, en su idioma, ya sea poesía o prosa, es la verdadera obra del autor, y la traducción es una traslación de la obra, casi una reescritura a veces. Y también es cierto que hay escritores más traducibles que otros (maldito Joyce…), y traductores mejores que otros…
Pero todo eso a mí me suscita otra idea: de acuerdo, la obra original (alemana, inglesa, italiana o japonesa) es la verdadera, y muchas veces no accedemos a esa, sino a una alteración de esa obra. Pero esa traducción, mejor o peor, más o menos fiel al texto original, de las obras británicas, irlandesas, estadounidenses, alemanas, francesas que leo, es muy superior, prácticamente siempre, a las obras españolas que leo, estas sin traducir, sin alterar, porque las leo en el idioma que se han escrito. Para que se me entienda: de acuerdo, no leo a Faulkner, sino al tipo o tipa que han traducido a Faulkner (o a McCarthy, o a Nabokov, o a Broch, o a Mann, Dostoievski…), pero ese tipo o tipa que traducen, con mayor o menor fortuna (y a veces con muy poca fortuna, puedo dar fe con algunos libros que tengo aquí en casa), me dan un texto muy superior a los Cela, Delibes, Galdós, Benavente. Hablamos de prosa narrativa, claro. Pero lo que quiero decir es que el material alterado, manipulado, de un texto extranjero, generalmente es muy superior, le da mil vueltas a casi cualquier autor español que leo, salvo quizás mi adorado Unamuno y muy pocos más.
Por no decir los autores españoles actuales, de los que ahora mismo no voy a dar nombres, porque algunos lectores sabrán a cuáles me refiero. Y no estoy hablando del argumento ni de los personajes. Estoy hablando de la prosa, de la mera escritura literaria. Muchos traductores, trasladando un texto extranjero, escriben mucho mejor que la ralea de novelistas que nos asola y que no puedo entender que la gente les compre un solo ejemplar.
Esto en la literatura española, tanto de mediados del siglo XX, o principios, como a finales o principios de este. Cojo un libro español, de Marías, de Olmos, de Muñoz Molina, de Posteguillo, de quien sea, y aunque se nota cierta cultura me parecen niños jugando a ser escritores, y cojo una novela como la penosa traducción de ‘Soy leyenda’ (Matheson) de Minotauro, y su escritura en español me parece muy superior, cualquier párrafo, a todo lo que puedan entregar esos novelistas o aspirantes a novelistas, algunos de ellos de mucho éxito. La falta de ambición puramente literaria, la escasez de personajes realmente poderosos, la zafiedad de sus conceptos, el vuelo rasante de su prosa, la pequeñez de su mirada artística, es algo escalofriante. Nuestros escritores se contentan con escribir nimiedades sobre cuestiones mundanas. Algunos de ellos, como Alberto Olmos, con algo más de ingenio, descaro y agilidad verbal, pero de forma sistemática alrededor de conceptos manidos o poco interesantes, con una visión del mundo raquítica, gris y opaca.
Y este estado de cosas se extiende al siempre o casi siempre malherido cine español. Revisando algunas películas anglosajonas de los últimos años, que me han entusiasmado, que no considero que sean obras maestras, pero que son magníficas, y que no están dirigidas por directores de gran poder en la industria, ni muy conocidos, ni son producciones grandes, sino más bien pequeñas, puedo hacer la siguiente apasionada lista: ‘Manchester by the Sea’, de Kenneth Lonergan; ‘You Were Never Really Here’, de Lynne Ramsay; ‘Hell or High Water’, de David Mackenzie; ‘Winter’s Bone’, de Debra Granik; ‘Locke’, de Steven Knight; ‘In the Bedroom’, de Todd Field; ‘Mud’, de Jeff Nichols… por citar solo algunas, y ninguna de un director de gran renombre. Este puñado de películas magníficas, inolvidables, podrían hacerse en España. ¿Por qué no se hacen? Y cuando se hacen, ¿por qué no les llegan a estas ni a la suela, salvo en casos muy aislados como la trilogía de Urbizu con Coronado, como en ‘Te doy mis ojos’ de Bollaín, o ‘Solas’, de Benito Zambrano?
Pues yo creo que es por lo mismo que en literatura, y porque los productores creen que los espectadores españoles quieren ver en cine son comedias bobas protagonizadas por ese pésimo actor (aunque extraordinario comediante) que es Dani Rovira. Si yo, por ejemplo, escribiera un guión de la calidad del de ‘Mud’, o del de ‘In the Bedroom’, garantizo al lector de estas líneas que no podría hacer la película, por mucho que costara mucho menos que el ‘Oro’ de Díaz Yanes, o incluso que algunas películas de Santiago Segura. Y en el improbable caso en que obtuviera luz verde para hacerla, no tendría la libertad ni los actores ni el apoyo de los productores para llevarla hasta las últimas consecuencias. Pero en general no se puede sino deplorar la actitud de ciertos cineastas de renombre empeñados en hacer un cine muy poco interesante, sin ninguna autoexigencia, con una concepción del mundo tan rala y pobre como la de nuestros estupendos escritores.
Y para terminar, no me queda más remedio que hablar de nuestros maravillosos críticos de cine y literatura, una vez más. Pero esta vez con motivo de la escucha de un nuevo podcast sobre cine, llamado ‘A quemarropa’, que la verdad que no está mal, bastante mejor por el hecho de que aquí no está un Juan Gómez Jurado soltando bobadas pedantes, pero que me reafirma en lo que llevo pensando mucho tiempo: que muchos críticos que tienen la suerte de escribir en una revista en papel no son más que unos flipaos no muy diferentes de tantos plumillas que escriben en blogs sobre cine, y que esgrimen unos argumentos bastante manoseados y poco convincentes, que no me explico que sean leídos, por tanto, con más respeto precisamente que esos plumillas, porque eventualmente escriben igual, y piensan igual. Y nada aportan a un debate teórico sobre cine, como nada aporta ni uno solo de los críticos literarios que leo a un debate teórico sobre literatura.
Y pensaba yo que todo esto que iba a escribir era de ser un poquito cabrón. Pero no tiene nada de cabrón, ni siquiera un poco. En realidad, son hechos incuestionables, que resultan muy difíciles de refutar. Así que debería cambiar el título de este artículo…pero ahora mismo me da mucha pereza buscar otro…
8 respuestas a “Ahora voy a ser un poquito cabrón”
Te iba a preguntar dónde se podría leer crítica literaria o cinematográfica interesante, un poco estimulante u original. Tal vez no sea culpa mía no haber encontrado nada aún.
Esta clase de artículos me gusta. Hay cosas que se deben decir de vez en cuando…
¡Un abrazo!
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Es que no hay nada que encontrar. Pero no desesperes, igual tienes mas suerte que yo.
Abrazos!
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Yo soy muy mal lector desde que abandoné la adolescencia, no tengo paciencia para leer cosas largas y además cuando las estoy acabando ya no me acuerdo del principio, me paso el día leyendo artículos y cosas cortas, sobre todo de política que es una de mis aficiones.
Soy muy comodón y como solo entiendo castellano y catalán prefiero el cine doblado que además en España yo tengo la sensación de que no se hace en general nada mal, de hecho a mi desde pequeñito siempre me daba la sensación de que así hablaba el artista por mas gringo que fuera, en cuanto a leer de extranjeros tiene que ser traducido no tengo otra alternativa y en cuanto a la literatura en español supongo que ya que somos un país mediocre debe de ser su literatura a juego con el panorama y claro si la comparamos con la de todo el mundo mundial pues es normal que salgamos trasquilados.
España tiene sus virtudes pero son mas para la fiesta quizás y el buen yantar, ojo que no es cosa para despreciar, y encima tenemos la dieta mediterránea, ¡¡vamos a consolarnos que estamos confinados¡¡
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Dí que sí, Carlos, cada uno es como es, y si entiendes el castellano y el catalán ya conoces un idioma medio más que el ciudadano madrileño.
En realidad, sólo quería establecer en ese texto mi preferencia habitual por literatura y cine extrajeros, y mi lamento de que en España tengamos tan poca ambición formal, al menos en la actualidad.
Un abrazo!
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Se me había olvidado comentar que he encargado a «mi representante» todos los films que citas en tu artículo, no se de donde sacaré tiempo para verlos, pero quiero hacerlo antes de que acabe el confinamiento, por si al salir me ataca el maldito virus, jajaja
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Te aseguro que no vas a desperdiciar ni un solo minuto con esas peliculas…
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[…] metiendo moneda tras moneda) o el ‘Sonic’. He de decir, porque de vez en cuando soy un poquito cabrón, que todos los que por aquel entonces, y los que durante todos estos años, e incluso ahora mismo […]
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[…] no quiero ser cabrón, pero hay que ser un verdadero bobo para no darse cuenta de que esto es un compadreo entre […]
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