Las malditas 1.000 palabras

Todos los días es más o menos lo mismo: hay que escribir 1.000 palabras. Y eso se dice fácil (y a veces hasta se hace fácil), pero día tras día vas sufriendo tus altibajos. Y 1.000 palabras en ficción no es lo mismo que 1.000 palabras en un artículo o entrada como esta que estoy escribiendo ahora.

Yo esto siempre lo comparo con el día a día de un músico. Un músico profesional, se entiende, que cada jornada, sea entre semana, o fin de semana, fiesta o vacaciones, dedica a su instrumento, sobre todo las primeras décadas de su vida, entre 4 y 6 horas diarias. No está «tocando» el instrumento 5 horas seguidas (bueno, a veces sí…), pero si está practicando y buscando sonidos, y acomodando los dedos, y puliendo defectos, etc, etc… Los escritores, lo mismo. Cualquier escritor que se precie, y que no quiera hacer el mayor de los ridículos, sabe que no le queda otro remedio que remar miles de palabras, que con el tiempo serán millones, antes de encontrar lo que quiere decir, y antes de que eso que está escribiendo tenga un mínimo de solidez estilística. Porque en literatura el estilo lo es todo. En literatura el estilo es como en canto la voz, o en pintura el trazo con el pincel. El estilo es el contenido, y basta leer dos o tres párrafos de cualquier novela para percatarse de que ese autor o autora no tiene estilo…sencillamente porque no ha remado lo suficiente con anterioridad.

Volvamos a las 1.000 palabras: a veces, bastantes, es fácil alcanzarlas. Depende de en qué parte de la novela estés, o de que ese pasaje en particular albergue elementos que a ti se te den bien, como por ejemplo la acción, el suspense, la tensión, los diálogos… lo que sea. Descubres que, a los veinte minutos de escritura ininterrumpida, ya llevas casi esa cantidad, y que si te lo propones puedes alcanzar la ya mágica cifra de 2.000. En algunos casos incluso 3.000. Y esos días…esos días, amigo lector, no se puede describir la felicidad que se siente. Y no es felicidad como la entiende el resto de los mortales. Es de otro rango…la misma que debe sentir el velocista cuando en la carrera de 200 m lisos no solamente gana sino que descubre que podría seguir corriendo otros 200 m más al mismo ritmo, la que debe sentir el escalador cuando llega a la cima y sabe que si hubiera otra cima aún más alta podría con ella en ese mismo momento… No es felicidad tal cual, es una paz… la paz del que sabe que ha podido con los elementos y todavía está bien fresco para seguir repartiendo leña.

Otros días la cosa cambia: para hacer 1.000 palabras medianamente mal hechas te las ves y te las deseas…eres como el corredor de fondo que pide más botellas de agua de las que tocan o el ciclista al que le da una pájara y que sin ningún problema se bajaría de la bici y se metería en la cama una semana. Y no sabes por qué, como tampoco sabes por qué hay días que podrías con eso y mucho más. No hay trucos de ninguna clase, más allá de los habituales lugares comunes: un poco de soledad, un rincón tranquilo, un poco de música, el menor ruido posible, nada de distracciones. Pero a veces ni siquiera sirve todo eso. Es más, todo eso lo tienes, o deberías tenerlo, cuando ya te has puesto a escribir. El problema es el antes, cuando sabes que en media hora deberías ponerte a sacar tus 1.000 o 2.000 palabras, lo que significa que ya deberías ponerte a construir ese rincón y esa atmósfera propicia.

Pero todo eso, insisto, es un lugar común. Existen muchos escritores que escriben en cafeterías, con el trajín de gente entrando y saliendo, y sin aislarse con unos auriculares ni nada por el estilo. Y escriben allí la novela completa, día tras día. Hay otros que escriben un párrafo una hora, dos párrafos la hora siguiente y tres párrafos por la noche. Yo no puedo trabajar sin música, otros necesitan escuchar el ruido de la calle o la tele de fondo. Algunos escriben por la mañana, otros a la madrugada. Pero, lo diré las veces que haga falta, sólo consiguen algo los que escriben todos los días, contra viento y marea, a pesar de enfermedades, desgracias, pandemias…incluso en fiestas, cumpleaños, viajes o después de haber echado ayer doce horas en el trabajo…y no a pesar, sino precisamente a causa de ello. Y es bueno ponerse unos mínimos (1.000 palabras) y de ahí para arriba. Eso son 30.000 al mes, como mínimo. En tres meses, tienes una novela, no una novella o noveleta de 45.000 palabras, sino una novela de verdad, y a partir de ahí ya tocan las nuevas versiones, correcciones, ampliaciones, etc.

Y así, un día descubres que escribir una novela decente no es complicado. Lo complicado es escribir una que valga la pena. Una buena novela, o un buen libro de cuentos. Eso es lo jodido. Y la única forma de conseguirlo es encontrando, tarde o temprano, tu propia voz, tu propio estilo. A algunos les lleva media vida encontrarlo, y otros más afortunados con dos o tres novelas ya han dado con él. No vale simplemente con poner » Capítulo 1. fulanito sale a la calle y…». Hay que encontrar qué puedes aportar tú. Poner capítulo 1, capítulo 2, armar una trama más o menos interesante… eso lo hace cualquier chimpancé, y muchos escritores lo logran aunque sólo sea por mímesis de todo lo que han leído. No reviste ningún mérito. Pero tampoco te puedes poner originalista sin más, hacer los párrafos al revés, cargarte la ley de concordancia o elaborar los diálogos más absurdos de la historia. Eso no sirve para nada. Has de proponer, si quieres llegar a algo, una experiencia literaria, si bien una experiencia que nadie haya propuesto antes.

Que Arturo Pérez-Reverte escribe ocho diarias no se lo cree ni él. Tiene tanto valor esa afirmación como la de cientos de bloggeros aficionados que hablan sobre el hecho de escribir sin un gran bagaje detrás. Si yo, o cualquiera, escribiéramos ocho horas diarias, sin parar apenas para ir a mear, acabaríamos una novela en dos semanas. Además, es imposible escribir ocho horas en un día. Es mental y físicamente extenuante escribir apenas tres, aunque seas ya un escritor o creador experimentado. Esas son las típicas declaraciones de escritores que toman a sus lectores por imbéciles, escritores que tienen toda la novela antes de empezar y que para escribir una escena que transcurre en Yakarta han de ir personalmente allí para documentarse. Chorradas de escritores basura que no saben cómo llamar la atención.

Así que, amigo lector, si quieres escribir, no hagas caso de escritores bocachancla. Hazme caso a mí. Ponte un horario y márcate un mínimo diario. A partir de ahí, mentalízate: si de verdad quieres escribir, vas a escribir, y no valen excusas como estar cansado o que no te salen las palabras. Las musas sólo existían para los poetas grecolatinos y la inspiración sólo es algo que viene después de la expiración. Al final lo conseguirás y te pasará como a mí, que si no escribes te sientes tan hundido que te preguntas para qué diablos has venido a este mundo.

7 respuestas a “Las malditas 1.000 palabras”

  1. No quisiera parecer un torracullons…. Pero digo yo…. si sabemos de grandes escritores en la antigüedad, que casi sin papel ni Boli, ni por supuesto ordenadores han parido grandes obras es porque supongo que pocos borradores empezaban, les salía la cosa como sin esfuerzo y la inspiración la traían de tiempo atrás ya muy trabajada.

    Es cierto que el instrumentista entrena cada día habitualmente aunque unos mas que otros, a mi me gustó siempre la guitarra eléctrica pero cuando intenté aprender pronto me di cuenta que no valía un pimiento para eso y lo dejé porque después de todo tenía un oído musical muy malo pero un gusto muy fino, ¡contradicciones¡ aunque si profundizas verás que lo son solo en apariencia.

    También me gustaba escribir, no sobre grandes ni extensos asuntos, solo sobre algunos temas, pero tampoco el Señor me había dotado de una gran facilidad de expresión y cuando releía mis textos escritos a mano con mi amada estilográfica y una letra clara y agradable de leer, esa buena caligrafía si la había conseguido en base a mucho entrenamiento (mi pulso no era ninguna maravilla) pero jolín cada vez que me releía modificaba cosas hasta nunca acabar, por ello en cuanto empecé con los ordenadores, casi el día después de que IBM inventase el PC vi el cielo abierto, pues podría corregir las frases ininteligibles y los errores sin destrozar el folio ya terminado de escribir.

    En fin que gracias a eso y practicando un poquillo si te concentras me puedes acabar entendiendo, pero en tu caso Adrián el estilo siempre te dije que me gustaba y desde que te recuerdo de los cuadernos…. y ya ha llovido mas de la cuenta desde entonces escribes clarito limpio y fluido por decirlo de alguna manera por lo que mi humilde consejo es que inventes o robes la historias porque el “ajuntamiento” de las letras te va “a salir de cine”, valga mas todavía esa expresión en tu caso.
    Un abrazo.

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