Interpretaciones monstruosas: actores

Al igual que hay jerarquías en las películas, desde la más deleznable a la más grandiosa, pasando por una amplia gama de grises, lo mismo sucede con las interpretaciones de los actores. Con un añadido: cuanto más se acercan a la perfección más nutrida es la gama de grises, y al contrario que lo que sucede con una película en su totalidad, que ni siquiera las más impresionantes están libres de defectos, podemos encontrar en algunas interpretaciones la perfección absoluta. Esos trabajos que ya en su primera secuencia…¿qué digo primera secuencia?…en el primer plano en el que aparecen, ya sabes que estás ante algo portentoso, sólo digno de los más grandes de su oficio.

Me estoy refiriendo a esos trabajos en los que el actor, o la actriz, están en modo imparable, han dado con un papel perfecto para ellos, y se lanzan sin red sabiendo (porque lo saben, créanme…) que están logrando algo memorable. Y no voy a hablar una vez más de las consabidas genialidades de Daniel Day-Lewis, Heath Ledger o Anthony Hopkins. Voy a hablar de otras, que además me van a ayudar a establecer un argumento importante: que una buena interpretación se basa sobre todo en elegir al intérprete correcto, y el intérprete correcto es aquel que en alguna parte de su personalidad real tiene similitudes con el personaje al que va a dar vida. Y es que en interpretación la gente, por lo general, está tan perdida, pese a tratarse de algo supuestamente tan evidente como un buen o mal actor, como en fotografía, montaje, ritmo o tono. Los espectadores andan por ahí valorando la «expresividad» (o carencia de ella) de un actor, como si un intérprete fuera mejor por hacer muecas o poseer un rostro elocuente…o una voz poderosa.

Quienes así piensan se creen que esto del cine es como teatro filmado, o peor aún, como teatro japonés filmado. Con una cámara un actor no necesita ser expresivo, lo que necesita es vivir la secuencia. Pero para crear un personaje hace falta otra cosa: encontrar aquello en lo que el personaje se parece a ti, no en lo que tú te pareces al personaje. Y esto, que puede parecer una boutade, es básico en el trabajo de un actor, que además no va a ser el creador en solitario del personaje, pues ya va a tener mucho trabajo hecho desde el guion, y sobre el papel va a trabajar en colaboración con la visión que el director tiene sobre ese personaje. Un director con un enfoque equivocado o reduccionista puede dar al traste con las enormes posibilidades que un guion y/o un actor pueden darle a un personaje concreto, y esto pasa con más frecuencia de lo que se cree.

Pero algunos actores prácticamente se dirigen a sí mismos y el director no tiene más remedio que dejarles hacer, porque se dan cuenta de que han dejado suelta a una bestia, y confían en que el material que les entregue será satisfactorio y podrá incrustarlo en el resto de la película, y esto también sucede con bastante frecuencia, sobre todo entre grandes estrellas que saben que son buenos actores, han dado con un prometedor papel y tienen las ideas muy claras de lo que van a hacer. Pero sea como fuere, al final juzgamos los resultados, no los procedimientos para llegar a esos resultados, y de vez en cuando encontramos a un actor o actriz que está desbocado, que ya en sus ojos posee una concentración, una tensión psíquica en cada plano, que como se suele decir «roba la película», que cada vez que aparece en pantalla hace que la película vuele a un nivel estratosférico, aunque la película no sea ni mucho menos formidable, o aunque sea irregular y dirigida con una simple corrección. Aparece ese actor o actriz y sencillamente no puedes ni parpadear, y cuando vuelves a ver la película te dedicas a mirar a otro lado hasta que aparece ese actor o simplemente coges el mando y te saltas las escenas en las que no aparece…

El otro día estuve viendo, una vez más, ‘Training Day’, de Antoine Fuqua. Lo de Denzel Washington me parece su mayor logro, incluso superior a ‘Malcolm X’ o ‘Hurricane’. Está en ese plan antes comentado: tensión absoluta, sin desfallecer un solo plano, hasta el punto de que la película es aún más interesante porque está él en modo animal desbocado. Parece haber nacido (como le pasa a Norman Reedus en su papel de Daryl Dixon ‘The Walking Dead’) para interpretar este personaje. Alonzo es la película. Y Washington es Alonzo. Un personaje despreciable e indefendible desde cualquier punto de vista, un manipulador magistral, un tipo violento, despiadado, mezquino, embaucador, traicionero…y sin embargo encantador muchas veces, poseedor de un gran carisma y atractivo. Un personaje maravilloso.

Uno que recuerda bastante a ese personaje, y otra interpretación descomunal, es la de Jose Coronado como Santos Trinidad en ‘No habrá paz para los malvados’, otro de esos trabajos en los que el actor está en cada plano, y juega sus cartas hasta el fina, y otro personaje despreciable y maravilloso, aunque no posee nada del encanto superficial ni de la capacidad manipuladora de Alonzo, pues se trata de un tipo en las últimas y de vuelta de todo, un superviviente que sabe que está empleando sus últimos cartuchos y cuyas menguada energías no le van a alcanzar hasta el final. Comparte con Alonzo una enorme oscuridad humana, una siniestra presencia que anticipa muerte y violencia, como le pasa a John Huston en ‘Chinatown’. Aquella interpretación de Noah Cross me parece la primera de todas estas, que dejan a los antiguos personajes del cine negro «clásico», todo los Bogart o Cagney, en pañales. Pocas veces el espectador ha tenido acceso a un personaje de la oscuridad de Noah Cross, un personaje que ha de parecerse a lo que fue John Huston, a su lado más tenebroso. Está perfecto en la película de Polanski. Él es Noah Cross.

Cambiando de registro, existe una interpretación arrolladora que me parece una de las cimas de la comedia de todos los tiempos: la de Kevin Kline en ‘Un pez llamado Wanda’, de Charles Crichton. Lo de Kline en esta película, desde su primer plano, es algo indescriptible. Él siempre ha sido un gran actor, pero aquí, encarnando a este sujeto indefendible e insoportable llamado Otto, un ladrón de poca monta que se cree el no va más de la inteligencia, la astucia y la virilidad, un sinvergüenza, un asesino, mentiroso, torpe, imbécil, mezquino, en el fondo patético al que un Kline portentoso dota de una humanidad y una belleza, irónicamente, sensacionales, únicas diría yo, todavía más por estar rodeado de los dos mejores actores de los Monty Phyton (John Cleese y Michael Palin), que también están portentosos, pero sencillamente no pueden con Kline ni con su personaje, que «roba» la película una y otra vez con cada sublime aparición en pantalla, con cada movimiento, cada réplica y cada broma.

En este caso he hablado de actores, en otro artículo hablaré de actrices y de algunas interpretaciones monstruosas de ellas, que también tienen unas cuantas. Pero al menos he podido nombrar unas pocas de ellos que cada vez que las veo me dejan literalmente sin aliento, como me sucede cuando veo a Tom Cruise en ‘Magnolia’, o a Philip Seymour Hoffman en ‘A Most Wanted Men’, o a Gerard Depardieu en ‘Cyrano de Bergerac’. Son cimas inalcanzables para el resto de los mortales, alquimias que de cuando en cuando nos regalan a los agradecidos espectadores, transformaciones absolutas en otra persona, porque en realidad estos actores, en su interior, son esos personajes, y no lo sabían hasta que no dieron con ellos.

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