Hablaba yo el otro día sobre algunas interpretaciones masculinas memorables, que han quedado ahí para siempre como ejemplo de perfección y de tensión dramática, en la que esos actores habían llegado a una cima muy difícil de igualar, clavando personajes memorables y erigiéndose en uno de los efectivos más importantes, o el más importante, de la película. Y hoy quisiera hablar un poco de su contrapartida, de ellas, que de cuando en cuando, al igual que ellas, nos fascinan con un trabajo portentoso que literalmente «roba» la película.
Por ejemplo Frances McDormand en ‘Tres anuncios en las afueras’ (‘Three Billboards Outside Ebbing, Missouri’), en la que da otro recital interpretativo. Pero hace tiempo que McDormand es una de las más eminentes actrices de su generación, y su caso es bastante curioso porque no parece llevar a cabo ninguna composición o caracterización, tal como le sucede en la estupenda serie ‘Olive Kitteridge’. De hecho, su personaje en ambas ficciones es bastante parecido, como si ella ni siquiera interpretase, ni tuviera que molestarse en cambiar prácticamente nada, como si hubiese decidido trabajar a cara lavada, sin el menor artificio, ofreciendo sólo honestidad. Muy valiente por su parte, y además le funciona, porque al final, en lo más sutil, sí que hay diferencias entre Olive y Mildred Hayes, aunque sólo sea la fuera exterior que proyectan, frágil en la primera y arrolladora en la segunda.
Pero hay bastantes interpretaciones en las que ellas actúan así, «a cara lavada», sin caracterizaciones (peinado, maquillaje…movimientos, voz) de ninguna clase, como le sucede a Naomi Watts en su insuperable creación en ’21 gramos’, de 2003. Su encarnación de esa madre que pierde de un plumazo a su marido y a sus dos hijas pequeñas, y para la que va a ser imposible superar el golpe, es algo para la historia del cine. Yo no sé cómo ha conseguido este milagro Alejandro Glez-Iñárritu, por lo demás un excelente director de actores, pero la Cristina Peck de Watts es un personaje destruido por el destino, un carácter absolutamente trágico, cuyo pathos, sin embargo, no va a consistir en la venganza o el duelo, sino en la aceptación de que la vida sigue sin más, y a esto la actriz lo dota de una belleza y una verdad que hay que verlo para creerlo. Se pueden mirar con lupa todas las imágenes en la que aparece, y no existe el menor fingimiento, la menor duda, la menor caída de tensión psíquica. Es asombroso.

Pero creo que no sería justo hacer una entrada sobre interpretaciones femeninas memorables y no nombrar una de mis preferidas: la de Edie Falco en la inevitable ‘Los Soprano’, porque aunque estaremos de acuerdo en que Tony Soprano/James Gandolfini es el alma y el corazón de la serie, y que la historia es principalmente la suya, tiene a su lado, como mujer no siempre abnegada y jamás sumisa, a una actriz literalmente portentosa, que solamente caracteriza su voz para darle ese tono de neoyorquina de barrios bajos reconvertida en nueva (y hortera) millonaria gracias a los chanchullos y al inmenso poder de su marido. Lo de Edie Falco en ‘Los Soprano’ es, sencillamente, una de las mejores interpretaciones femeninas de la historia, y sin ella, la peripecia de Tony quedaría incompleta y la interpretación sublime de Gandolfini perdería un importante asidero, pues existe sobre todo porque tiene enfrente a Falco, y así nos regalan sus numerosos diálogos, réplicas, contrarréplicas, discusiones, reproches, miradas, dobles sentidos. La fuerte y al mismo tiempo frágil Carmela Soprano, a ratos digna y a ratos patética, por momentos una fuerza de la naturaleza y por otros una mujer en el abismo, es un personaje maravilloso, a la altura de la mejor serie de todos los tiempos.
Y ya para cambiar de tercio, y pasar a otro personaje no tan abrumadoramente trágico, aunque sí posee un pathos interno de gran intensidad, quisiera nombrar el papel de Sigourney Weaver en la también insuperable ‘Aliens’, de 1986, un filme de terror y aventuras, casi un western en el espacio, que a priori otorgaba pocas posibilidades para crear un personaje memorable y para una interpretación tan portentosa como la que nos ofrece esta gran actriz. Pero no es cuestión jamás de géneros ni de pretensiones iniciales, y sí de lo que es capaz un director y una actriz cuando se proponen crear un carácter poderoso. Y pocos los hay tan poderosos como la Ripley que apenas era un esbozo en el filme de Ridley Scott y que en el de Cameron no solamente es la protagonista absoluta, sino que casi se erige en representante de la humanidad entera en su lucha contra una especie que amenaza con borrarnos del mapa. La belleza, la dignidad, la honestidad, la valentía de Weaver en esta película es algo que deja sin aliento.

Hay muchas otras, claro. Quizá decenas de interpretaciones fastuosas, que elevan una buena película hasta alturas magistrales, o que convierten a una ficción magistral en algo insuperable. Sería fatuo, y por otra parte casi imposible, nombrarlas todas. Queden estas como ejemplo de ponerse a ver una película y encontrarse con algo tan luminoso y tan terrible al mismo tiempo, tan bello y tan digno, que te devuelve un poco (sólo un poco), la fe en la especie humana.