Las innumerables estrellas

Quienes me conocen un poco, o entran de vez en cuando en estas páginas mías, saben de mi interés y casi obsesión con el espacio y el universo… con lo que está ahí fuera, que quizá sea el mayor enigma de los muchos que nos rodean, aunque nos empeñemos en saberlo todo y en creer que lo sabemos todo. El espacio nos hace más humildes, más conscientes de lo insignificantes y al mismo tiempo de lo increíblemente importantes que somos. Y algo realmente sobrecogedor de todo esto es el hecho de que por mucho que perfeccionemos nuestros dispositivos de observación y búsqueda, permanece como inalterable una realidad: que sólo vemos, por así decirlo, la espuma de las olas, y que creemos que eso es todo el universo…pero no. Sólo vemos, sólo podemos ver, un dos por ciento de lo que hay ahí fuera, una pequeña parte, y detrás de esas olas hay mucho más, un territorio inexplorado que nadie sabe qué es o cómo es. A la materia existente en esa vastedad se le llama Materia Oscura, y al campo que lo mantiene todo unido, la energía de ese campo, se le llama Energía Oscura.

Bueno todo eso es Cosmología Física básica, pero como casi cualquier evento o fenómeno físico o natural, sirve para ejemplificar un fenómeno artístico: por un lado tenemos lo que se consideraría la espuma del mar, que son las muchas obras cinematográficas que nos llegan, las estrellas más aparentes, más cercanas o visibles; por otro lado tenemos todo lo demás, la vastedad de obras literarias en forma de novela, teatro, ensayo, poesía, epopeya.. etc, que es muy poco visible y que casi nadie ve o le concede importancia, pero que es mucho más grande (salvo contadas excepciones) en importancia, en profundidad, en densidad conceptual e intelectual. Lo literario, incluso en la no ficción, es realmente lo que lo mantiene todo unido, lo que ha dado forma al presente de la humanidad. Lo que ha dado origen al ser humano, en definitiva, pues las palabras son las que dan forma al pensamiento, y no al revés, tal como afirmó el más grande poeta de la época victoriana.

En realidad, ser un cinéfilo conocedor de la historia del cine no es tan difícil. Una película dura dos horas o dos horas y algo. A veces una hora y media. Como mucho tres o tres y media. En una semana te puedes ver, si te lo propones, toda la extensa filmografía de Woody Allen. En veinte años puedes haber visto el grueso de las obras más importantes del cine, sean obras maestras o simplemente películas míticas de las que se lleva hablando ocho décadas. Además, ver películas es, por lo general, algo muy sencillo. Apagas la luz, enciendes la tele, te pones cómodo, y dejas que todo suceda delante de ti. Lo de leer es algo muy diferente. Existen libros, por supuesto, que se leen en dos o tres horas, pero son muchos. La mayoría de obras literarias de verdadero alcance exigen varios días para terminarlas (salvo si eres como Harold Bloom, quien aseguraba ser capaz de leer 400 páginas a la hora… eso no se lo cree nadie), por lo que si lo que quieres no es ser un cinéfilo empedernido sino un lector con un bagaje importante, realmente has dedicar toda tu vida a leer (sin que eso te asegure leer muchos libros), y muchas veces, las más de las veces, libros arduos que suponen un verdadero reto al que hay que entregarse con humildad y coraje.

Y para seguir con los paralelismos estelares, dentro de todo lo que se puede leer existe una enorme, casi inabarcable jerarquía (como la infinita jerarquía entre estrellas enanas y supernovas), mucho más grande de lo que habitualmente se considera, y que va mucho más allá de la habitual consideración que oscila entre una novela barata y una obra maestra universal. Porque a grandes rasgos diría que tanto las obras completas de Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle como ‘La conciencia de Zeno’, de Italo Svevo, son obras maestras incontestables, pero cada una de ellas de muy distinta manera, en rangos y jerarquías muy distintas, y teniendo en cuenta una miríada de consideraciones con la que no acabaríamos ni en un ensayo de diez páginas. Y esto teniendo en cuenta que para mí, ‘La conciencia de Zeno’ no es una novela extraordinaria, pero me es tan imposible no afirmar su maestría, por su importancia histórica, su profundidad conceptual, la riqueza de sus caracteres, la energía de su escritura, que creo que merece una alta consideración, sobre todo teniendo en cuenta todo lo que hay por ahí, porque las obras no se valoran solamente en sí mismas, no se consideran sólo respecto a lo que son consigo mismas y sus ambiciones, sino con la galaxia (espero que de nuevo se me permita la metáfora) de obras que la rodean.

Pero quizá por esa misma imposibilidad y ese reto a la hora de valorar todo lo que existe y todo lo que uno conoce, a veces siente uno la extraña energía (esta no es oscura…) que le impele a uno a dejar por escrito un compendio de lo más grande que jamás ha leído, quizá por que con eso establezca su propia agonía, su propio canon con el que valorar lo más grande que existe, las verdaderas supernovas ante cuya gravedad muchas otras no tienen más remedio que gravitar, porque no son ni mucho menos tan grandes.

Así que he aquí las mías, en algunos casos sin nombrar títulos concretos, sino un corpus concreto de un autor específico. Es esto lo más excelso que he leído y que como expliqué en el anterior artículo me hace querer abandonar alguna novelucha que cae en mis manos, para volver a caer en sus páginas y volver a sentirme vivo de nuevo:

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha’/’Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha’, de Miguel de Cervantes – Que quizá sea el típico título (dividido en dos partes) que todo el mundo nombraría, pero que en este caso es inapelable, pues es quizá el trabajo literario más excelso de los últimos cuatrocientos años…más que una novela, que no lo es exactamente, una vasta creación intelectual cuyo puro ingenio verbal, cuya euforia te hace simplemente feliz durante los días o semanas que te dura su lectura.

‘Mientras agonizo’ (‘As I Lay Dying’), de William Faulkner – Muy difícil decidir entre una de las grandes obras maestras de este genio del siglo XX. Pero si hubiera que quedarse con una sería probablemente esta. A lo mejor mañana cambiaría de opinión.

‘La montaña mágica’ (‘Der Zauberberg’), de Thomas Mann

‘Meridiano de sangre’ (‘Blood Meridian’), de Cormac McCarthy

‘La muerte de Virgilio’ (‘Der Tod des Virgil’), de Hermann Broch

‘De Profundis’, de Oscar Wilde

‘Moby Dick’, de Herman Melville

Antolojía poética’, de Juan Ramón Jiménez

‘Hojas de hierba’ (‘Leaves of Grass’), de Walt Whitman

‘La divina comedia’ (‘La commedia’), de Dante

‘El lobo estepario’, de Hermann Hesse

Cuentos de Edgar Allan Poe

Ensayos escogidos de Miguel de Unamuno

‘Walden’, de Henry David Thoreau

‘Mi último suspiro’, de Luis Buñuel y Jean-Claude Carriere

‘Esculpir en el tiempo’, de Andrei Tarkovski

Esto, y muy poco más, es lo mejor que he leído jamás, cada uno en su estilo, su género poético, su época. Seguramente, cuando he escrito sobre estas obras aquí o en cualquier otro sitio, no les hecho justicia. Me he leído otros muchos libros maravillosos, algunos realmente extraordinarios, pero por una u otra razón no entran en este exclusivo ramillete, que ojalá dentro de algún tiempo, si me queda tiempo, pueda ampliar.

6 respuestas a “Las innumerables estrellas”

  1. Me ha gustado mucho ver el ‘De profundis’ de Wilde aquí. Fue un artista tan supremo, con un intelecto tan poderoso, que no creo que se lo haya comprendido totalmente aun llevando muerto más de 100 años.
    Coincido con el resto de obras que añades, maravillosas todas. Me quedan pendientes, eso sí, Unamuno y Faulkner.
    Se agradecen estos artículos sobre literatura.
    Un abrazo!!!

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