El otro día, leyendo el número de una revista de cine publicada hace unos cuantos años, me encontré con una entrevista a Guillermo Arriaga, el guionista de ‘Amores perros’ (2000), ’21 Gramos’ (2003) y ‘Babel’ (2006), para Alejandro González Iñárritu, de ‘Los tres entierros de Melquíades Estrada’ (2005), para Tommy Lee Jones, y de ‘Lejos de la tierra quemada’ (2008), para sí mismo, amén de otros trabajos para cortometrajes, y otras películas basadas en relatos o novelas suyas, pues también es novelista o narrador. En dicha entrevista, en la que se echa en falta una mayor perspicacia por parte del entrevistador, Arriaga dice algunas cosas que poseen el aroma de la verdad, y otras que son bastante cuestionables, tendenciosas o directamente falsas, y me han hecho pensar en unos cuantos conceptos que ahora me gustaría escribir aquí.
Lo primero que dice Arriaga que me llama bastante la atención es su respuesta a la pregunta de si ve la película como una extensión del guion: «No, yo veo la película como una construcción donde hay una historia y una reelaboración sensible de esa historia, se juntan dos gramáticas». En la siguiente pregunta (¿El guion es entonces una pieza literaria?), Arriaga es aún más explícito en sus ideas: «Yo es lo que procuro, tengo tanto cuidado en el estilo y en la estructura, que lo veo como literatura». No hace falta decir mucho más: para Arriaga el verdadero autor de la película es el guionista, no el director. Para esas fechas (2007), ignoro si ya se había consumado el divorcio creativo (y supongo que personal) con González Iñárritu, pero recuerdo bien cuando Arriaga estuvo clamando por todas partes para que los premios a ‘Babel’ le fueran concedidos también a él como co-autor de la película, y las respuestas de González-Iñárritu de que el cine es un arte colectivo…divorcio que a la postre culminaría con la reconversión de Arriaga en director con la estimable, aunque en ningún modo magnífica, ‘Lejos de la tierra quemada’.
Para terminar con el mexicano, también se queja de que la adaptación de ‘Un dulce olor a muerte’, sobre su novela, habría sido mejor si hubiesen contado con él en la producción. Estas ideas de Arriaga me sirven como punto de partida de un fenómeno (el díptico guionista-director) poco tratado por los analistas de cine, cuando en realidad, como cualquiera puede suponer a poco que lo piense un segundo, es fundamental a la hora de abordar el análisis de una película, el proceso creativo en un filme, e incluso la misma historia del cine, plagada de casos en los que el director y el guionista era, eran, una persona o varias personas distintas, muchas veces con temperamentos artísticos en las antípodas. Y recuerdo muy bien lo que afirmó Tarkovski en el esencial ‘Esculpir en el tiempo’: que el director, cuando no es el guionista único del filme, ha de participar en el guion obligatoriamente, o en caso contrario se crea un cisma creativo irreconciliable. Y particularmente, a pesar de que hay muchos directores que me gustan mucho que jamás han escrito ni la coma de un guion, no acabo de entender que un director simplemente coja un libreto que le gusta y lo filme sin más.
Cuando Coppola, inmenso hombre de letras, afirma que el cine es otra forma de literatura, escoge muy bien las palabras. No es literatura, es otra forma de literatura, lo que viene a decir que no hablamos de lo mismo, aunque se le parece bastante. Arriaga se equivoca absolutamente cuando dice que un guion cinematográfico es literatura, del mismo modo que Rodrigo Cortés (en Todopoderosos) se equivoca al decir que el sublime ‘From Hell’ de Alan Moore también es literatura. Yo siento negar la mayor: si tiene pinta de cómic, huele como un cómic, y tiene viñetas como un cómic, es que se trata de un cómic, por suerte o por desgracia. Y si tiene el aspecto, el sonido y el movimiento de una película, es que se trata de una película, no de literatura. Podría decirse que «posee» la densidad de la literatura, que «recuerda» a la buena literatura, pero nunca que «es» literatura. A nadie le interesa un libro con el guion de ‘Amores perros’, lo que le interesa es la película, muy bien escrita por Arriaga y muy bien dirigida por González Iñárritu.
Para mí es del todo incomprensible que este hombre diga que le pone tanto cuidado al estilo y a la estructura porque lo considera literatura. Me da igual que él sea un escritor de éxito y un guionista reconocido y yo probablemente un don nadie por el resto de mi vida: lo que está diciendo no tiene ningún sentido. Una película no es una una novela en imágenes. Son lenguajes, soportes narrativos, completamente diferentes. Tampoco es la película una re-elaboración del guion, bajo ningún concepto. Es encomiable que este hombre se tome tan en serio la escritura de un guion como la de una de sus novelas, pero en un guion no hay prosa, no hay estilo literario. No sé si el lector de estas líneas mías habrá leído alguna vez un guion, pero es tan diferente a una novela o a un relato como un cómic lo es de una vidriera. En un guion el escritor no se detiene a elaborar un estilo en palabras, sino que escribe una historia en imágenes, hasta el punto de que lo más deseable sería escribir en un presente dramatizado, y no escribir nada que no tenga una traslación, una equivalencia, directa a una imagen. Un guionista no escribe «el casi siempre frío y flemático señor Torres, ese respetable abogado de mediana edad capaz de mantener la calma en los casos más extremos, se levanta del sofá con rostro de preocupación y se pone a buscar, casi desesperado, el teléfono de su hija Gertrudis, quien hace tanto tiempo se fue a vivir a Dinamarca». Un guionista escribe «hombre de mediana edad, bien vestido y con aspecto respetable, se levanta de su asiento. En su cara luce la preocupación. Acto seguido coge el teléfono y se pone a buscar con los dedos. PLANO DETALLE de la pantalla del móvil, donde aparece el nombre de una tal GERTRUDIS». Ese es el lenguaje de un guion.
No dudo que gente como Arriaga, y otros muchos, emplearán ese lenguaje y lo harán increíblemente florido, con un estilo de escritura formidable, y tal como dice Arriaga, con un cuidado por la estructura primoroso. Pero nada de eso es obligación del guionista, ni siquiera cuando es también el director de la película. El guion no es más que el punto de partida, el acta notarial, por así decirlo, del rodaje, con los diálogos (la parte más importante a nivel literario) y las localizaciones (la más importante a nivel de producción), pero es el armazón DE TRABAJO de un rodaje, y el esbozo de la película final. Es algo así como el trabajo a lápiz del futuro cómic que luego se entintará y se coloreará, o como los planos de un arquitecto. Pero no es la obra final, por mucho que le duela a Arriaga y a otros como él. Un excelso trabajo literario no va a hacer un filme mejor, y sí lo hará probablemente un excelso trabajo de guionista.
Arriaga debe pertenecer a esa estirpe de guionistas (digo estirpe y yo también escojo muy bien las palabras, porque ya les conocí, a muchos de ellos, cuando daban clase en la escuela de cine…) que se enfadan muchísimo cuando el director y el montador, amén de otros responsables finales de la película, deciden suprimir una escena, o alterar de forma significativa un diálogo, o cambiar la estructura de la historia en el montaje. Eso es el cine: no es una estructura cerrada, no se coge una novela y se la empapela de fotos. El cine, hasta que se hace el montaje final de imagen y sonido, es un ente en crecimiento, que es muy posible que al final se parezca poco al guion de trabajo. Y esto es decisión del director, no con el objetivo de destrozar el guion porque «odie» al guionista y todo lo que este representa, sino porque entiende que así la película mejora. Porque para el director en realidad el guion no es un texto sagrado e inviolable, sino que es una sustancia maleable hasta cierto punto, y por tanto susceptible de ser alterada durante el rodaje si una vez puesto en faena se da cuenta de que está mejorando así la película.
Porque, ya para terminar, hay un hecho incontrovertible que planea sobre todo esto que estoy diciendo. Y es que el cine es, sin duda, un arte en muchos sentidos colectivo. Pero el responsable final de la película, el único al que puede atribuirse la mirada final, es el director, que es el que, como el director de orquesta, consigue aunar (o no…) todos los talentos con el suyo propio, todas las voces para que sean una sola, la suya. En eso consiste el cine. Y quizá Arriaga lo descubriese cuando por fin dio el salto y se puso a filmar su hasta ahora único largometraje. Quizá no. A mí, y ahora sí que termino, lo cierto es que me da igual. Me bastaría con que se diese cuenta de que cazar animales (él los caza con arco, no con rifle…todo un detalle con el animal) no es un acto de amor por la naturaleza, tal como afirma vehemente en unas cuantas entrevistas. Un acto de amor sería dejar de matar animales por placer, dejarles en paz, simplemente. Pero sin duda en eso estaré tan equivocado como en todo lo demás, ya que él es un escritor famoso y yo, al menos por el momento, no soy nadie.
5 respuestas a “La difícil relación entre el guionista y el director”
Muy interesante el artículo, y muy ilustrativo el ejemplo del director de orquesta. Cuando Gardiner dirige una sinfonía de Beethoven, el mérito o el fracaso últimos recaen en él, no en los metales o en las cuerdas.
Un abrazo!!!
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Bueno, pero si el chelo o el oboe desafinan, te aseguro que les mandan pa su casa
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Sí, sí, claro, deberían
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Comulgo con la idea que expones y la de Tarkonvsky sobre la homogeneidad de la obra. De hecho, en un caso ideal, sería el director el artífice de la práctica totalidad de película. Sólo así puede ser transmitido su mensaje sin apenas filtros. Eso o la sintonía con el resto del equipo es total.
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Entiendo lo que dices, y hay parte de verdad ahí, pero en realidad muchos directores saben ya mucho de foto, de luz, de cámara, de sonido. Incluso de maquillaje. Claro, lo suyo es que sepa aunar el talento de los demás. Quizá ese sea el gran talento oculto de todo gran cineasta.
Un abrazo!
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