Son como los vampiros, o como las meigas, que haberlas haylas. Pero hay que saber fijarse, o quizá simplemente hay que abrir los ojos y afinar el oído y la verdad se le presenta a uno tan nítida y desnuda como la misma Luna. Los espíritus afines están ahí, a la vista, y acabas descubriéndoles por la forma en que se unen, porque la unión, la afinidad, es lo que en el fondo te describe, o lo que te señala, o lo que te hace saltar las alarmas. Y hay afinidades que destacan por lo extraordinario de aquellos a los que une, y otras que destacan por la vulgaridad y medianía absoluta, como es el caso de dos cineastas que jamás he comprendido en entusiasmo, e incluso la veneración, que muchos todavía les profesan. Estoy refiriéndome a Julio Medem y Darren Aronofsky, dos individuos que me parecen primos hermanos en el tinglado este de hacer películas.
Recuerdo cuando asistía a la escuela de cine de Madrid, la ECAM, con varios compañeros insistiéndome en que tenía que ver, sí o sí, una maravilla absoluta llamada ‘Requiem For a Dream’ (2000), de un tal Darren «Arronofsky» (juro que me lo pronunciaban así, con dos erres, en lugar de una…), que era algo pasmoso en fotografía, en historia, en cine en definitiva. Bueno, después de tanto insistirme, la vi. No me impresionó demasiado como película, y se lo dije. A mis compañeros les pareció que yo no tenía «ni puta idea» de esto. Bueno, puede ser. Sí me impresionó, para mal, el tono moralista de la historia, probablemente el relato más moralizador sobre el consumo de drogas jamás filmado, así como el exagerado final, que destrozaba a los protagonistas sin remisión. Me gustó mucho, eso sí, la excelente interpretación de Ellen Burstyn (una de las grandes de su generación), y la creativa y muy interesante fotografía de Matthew Libatique. Ahora, me temo, sigo pensando igual. Esta película, como todas las de su director, es visualmente muy interesante, pero conceptualmente muy mediocre. No hay personajes, sólo sombras de personajes, casi siempre con un grupo de actores entregadísimo, pero sin nada de fuste con lo que trabajar.
También recuerdo las críticas de Ángel Fdez-Santos de las primeras películas de Julio Medem. Fdez-Santos se arriesgó con él, vio en sus películas gran talento, aunque desequilibrado, y le vaticinó un estimulante futuro. Fdez-Santos se equivocó, como tantos otros. Medem es un director astuto, con cierta personalidad, con un gusto por lo visual, por la fotografía y el plano, bastante creativo, al igual que Arofnosky, pero también comparte con él la flojedad de sus materiales narrativos, su enorme ambición nunca en correspondencia con los resultados de sus realizaciones. La mejor película de Medem es la primera, ‘Vacas’, y luego alguien le convenció de que era un genio, y se lanzó a dirigir una decena de películas muy cuestionables, defendidas a capa y espada por ciertos sectores de la crítica y el público, pero con muy poco cine dentro…una gran capacidad para crear imágenes pegadizas, casi hipnóticas, pero sin la cohesión necesaria de una narrativa sólida, sin personajes interesantes, sin una voz, sin una personalidad poderosa que unifique todo eso.
Ambos directores son engreídos, crípticos en sus declaraciones, soberbios y grandilocuentes en su puesta en escena, mediocres en sus resultados. Para terminar de rematar su afinidad, el segundo dirigió ‘Ma ma’ en 2012, y el primero ‘Madre!’ en 2017, dos películas que no tienen nada que ver en lo temático a pesar de la coincidencia en su título, pero que, cosa curiosa, comparten su absoluta inanidad como respuesta a una ambición gigantesca. Medem y Aronofsky son, para mí, directores primos hermanos, y como ellos hay muchos (aunque les gustará pensar que son únicos), pero quizá sean el ejemplo máximo de ambición desmesurada y de resultados pobres, a uno y otro lado del atlántico. Hay afinidades aún mayores, como por ejemplo la entrañable amistad que al parecer une a dos escritores tan infaustos como Arturo Pérez-Reverte y Juan Gómez-Jurado, que se retuitean sus estupideces en sus respectivas de Twitter, que se promocionan el uno al otro y que se han convertido en una suerte de maestro Obi Wan Kenobi (Pérez-Reverte) y discípulo Luke Skywalker, sin darse cuenta de que en realidad escriben los dos con un estilo muy parecido e igualmente atroz, y casi que piensan las mismas cosas y dicen las mismas sandeces reaccionarias.
Por suerte también hay otras afinidades. Las que además han unido, siquiera por breve tiempo, los destinos de Francis Ford Coppola y Martin Scorsese, de Buñuel y de Lorca, de Oscar Wilde y Bram Stoker, Thomas Mann y Hermann Hesse, Samuel Beckett y James Joyce, entre muchos otros, quizá porque, sintonizaban en esferas del intelecto y de la sensibilidad que vibraban muy similares, aunque sólo fuera por unos pocos años o meses, y les era imposible no acercarse y admirarse mutuamente, reconociendo en el otro no solamente lo que le unía a él, sino también lo que les separaba o lo que le faltaba en su propio arte, aprendiendo el uno del otro, creciendo interiormente como artistas gracias a esa amistad y esa devoción mutua, que en siglos pasados habría sido casi considerado un amor platónico. Y no es para menos, porque de amor hablamos: el amor a un arte concreto compartido entre dos seres muy parecidos.
Por cosas como estas uno acaba por pensar que hay cuestiones, muchas, la mayoría (si no todas) que no pueden ser mero azar. Que no lo son. Que de alguna manera los mediocres se reconocen entre sí, y arman entre sí una relación falsa y dadivosa, pero también los lúcidos, los escogidos, y arman una amistad poderosa y legendaria, por muy breve que sea, la de dos gigantes mirándose el uno al otro y viéndose con mucha mayor nitidez a sí mismos.