Ideologías frente a la narrativa

Existen pocas dudas de que caminamos, a pasos agigantados y cada vez más veloces, hacia un mundo increíblemente politizado, extremista y quizá hasta siniestro, en el que los fanatismos, la intransigencia y la exacerbación de supremacías y odios cervales, que llevan mucho tiempo asomando la patita, van a campar por fin a sus anchas de una vez, con la excusa de la catástrofe del Covid-19 y de la crisis que ya está provocando y lo que le queda por provocar. Al lado de lo que es capaz de provocar la estupidez humana, probablemente la criatura más mortífera de la historia de este planeta, la estela de dolor y muerte que está dejando la pandemia va a ser en realidad poca cosa. Es lo que tiene esa manifestación menor del mundo de las ideas que se ha hecho en llamar ideología, que no es otra cosa que la exasperación de una postura y la incapacidad de su portador de ver ninguna otra posibilidad.

Hace quince años, con motivo del estreno de ‘Brokeback Mountain’ (2005), de Ang Lee, el periodista y escritor César Vidal dijo que era un filme muy flojo y muy mediocre, definitivamente fallido, y añadió que por supuesto «la homosexualidad está prohibida por Jesús, nuestro señor». Yo creo que César Vidal es el ejemplo perfecto de esa clase de persona que por mucho que escriba libros, tenga estudios superiores y hable (según él mismo dice, aunque probablemente exagere mucho) varios idiomas, sigue siendo un grandísimo ignorante. ‘Brokeback Mountain’ es un filme extraordinario, desde cualquier punto de vista, y si alguien quiere sacarle algún defecto o ponerle algún pero no puede hacerlo nunca por motivos de ideología, como le sucede a Vidal, que desprecia esa obra de arte no por sus virtudes narrativas sino por su trasfondo de historia de amor homosexual. Y aunque parezca sorprendente en pleno siglo XXI la mayoría de los espectadores o incluso la crítica que se llama especializada valoran todo desde un filtro ideológico feroz.

Estos días estamos viviendo el inefable fenómeno mediático de ‘The Last of Us 2’, con motivo de su aparición para ser disfrutada en la consola, con hordas (imposible no aplicar otro término) de pertinaces intolerantes que se han lanzado a las redes y a cualquier foro que han encontrado, aquí, en EEUU, y en muchos otros países del mundo, para protestar, patalear y proferir amenazas de muerte (al creador, a la actriz que interpreta a Abby, al equipo entero), porque aducen que el juego es una estafa, y que su creador Neil Druckmann intenta imponer ahí su agenda LGTBIQ… Por lo tanto al juego le han llovido puntuaciones nefastas en todos los foros, con miles de ceros y unos sobre diez, lo que en realidad no ha afectado en nada a sus ventas… Según ellos el juego es una basura, está mal hecho, tiene «agujeros de guion» desastrosos, «escupe al canon de The Last of Us», y muchas cosas más. Lo cierto, de nuevo, es que ‘The Last of Us 2’ es una experiencia directamente extraordinaria, que esos agujeros de guion, sean lo que sean, no existen por ninguna parte, y que todos esos energúmenos se sienten violentados porque se ven obligados a manejar o bien a una lesbiana o bien a una mujerona de aspecto transexual que en realidad es la antagonista de la historia.

Es decir que, una vez más, muchas personas, de los dos lados del Atlántico, exhiben su intolerancia a la hora de acercarse a cualquier soporte narrativo, porque para ellos pesa más la ideología que cualquier otra cosa. Pocas cosas hacen aflorar la ideología como lo narrativo, que deja en evidencia las carencias y las angustias ideológicas de una sociedad que se cree ya muy tolerante y muy integradora y muy chupi, y que es tan hipócrita, tan despiadada y tan borrega como siempre, o puede que incluso más, ahora que los nacionalismos, los odios y las posiciones conservadoras parecen legitimadas ante la avalancha de catástrofes humanitarias que se avecinan. Realmente, si en el mundo tuviera lugar una pesadilla parecida a la de ‘The Last of Us’ o a la de ‘The Walking Dead’ que nadie tenga la menor duda de que las posiciones se radicalizarían incluso en personas de buena condición y que tal como ocurre en esas ficciones, sería mucho peor lo que el ser humano puede hacer a otro ser humano que lo que es capaz de hacer un virus o una pandemia.

Pero esto de que la ideología nos afecta a la hora de enfrentarnos a la narrativa no solamente sucede en casos extremos como el de la homofobia o la transfobia, sino en cuestiones mucho más sutiles. Hace un año, poco más o menos, tuvo lugar una enorme polémica con el estreno de la temporada final de ‘Juego de tronos’, que muchos querían que volviera a rodarse… Sencillamente porque no les gustaban las decisiones de los personajes, que a mi juicio, y a juicio de otras personas, era absolutamente irreprochable. Decía yo el otro día que la gente quiere que las ficciones sean exactamente como ellos esperan, y que los personajes tomen decisiones que ellos aprueben. Es decir, que la historia sea de su agrado, más allá de sus valores narrativos, y que todo concluya de modo que ellos puedan sentirse a gusto. Esto me recuerda a ciertas palabras de Terry Gilliam:

Tiene mucha razón: la gente quiere respuestas, aunque las respuestas sean estúpidas. En otras palabras: la gente quiere todo bien atado, todo de acuerdo con sus propias ideas, y valora la historia en torno a eso, sin preguntarse por las virtudes narrativa de aquello que lee o de aquello que ve. Y aunque no sufra de homofobia o transfobia, sufre de ideofobia (un término que no me acabo de inventar, pues realmente existe): fobia a las ideas puras, transmitidas con imágenes o palabras, especialmente aquellas que van en contra de su ideología, o de la ideología que creen que tienen, inoculada de las más diversas formas a su cabeza, y haciéndole perder el sentido común con ellas.

Lo narrativo no carece de posiciones políticas. Es más, debe tenerlas, y cuando no las tiene… bien, eso también es una posición política. Pero no puede ser juzgado por ellas, de la misma forma que nadie puede ser condenado por sus ideas. Lo que muchos espectadores quisieran es que las películas y las novelas tuvieran las mismas ideas que tienen ellos, sin moverse ni un centímetro. En realidad sería interesante observar qué clase de películas y novelas tendríamos si los espectadores-lectores fueran los que tuvieran la última palabra, pero supongo que eso es tema de otro artículo.

6 Comments

  1. Hola Adrián,

    Creo que tienes mucha razón en lo que escribes. Tengo que admitir que yo también peco de dogmático en muchas ocasiones, un defecto que tengo que esforzarme en pulir. Pero no se me ocurre exigir que hagan tal juego o tal serie como a mí me agradaría, es de locos tanto el hacerlo como el que se les preste atención. Si algo no me gusta, pues no lo veo o no lo compro. Pero los ofendiditos encuentran en las redes sociales un altavoz y un medio para hacer presión en grupo y ya hemos visto que tiene su influencia, lo cual me parece peligroso.

    Un saludo,

    Álex Elbal.

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  2. De esos ignorante¡s con títulos hay a patadas. De hecho, en épocas pasadas de mi vida me creía que sabía mucho sobre determinados temas, cosa que con el tiempo se demostró que no solo sabía muy poco, sino que había mucha falsedad en las ideas. Esto se asocia a personas fanáticas y ya te digo que fui una de esas.

    Creo que en cosas tan ambiguas como determinadas corrientes ideológicas las opiniones pueden ser múltiples e igual de válidas (o nulas). Vivimos en una época de lo políticamente correcto que en realidad está disfrazada de otro totalitarismo. Pocas cosas en esta vida se pueden aseverar tajantemente, con lo que quizá deberíamos ser más introspectivos y dejar un poco a un lado opiniones y discursos radicales que en realidad no llegan a ninguna parte.

    ¡Un abrazo Adrián!

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  3. Cesar Vidal es un elemento de extrema derecha que fue muy amigo de Jiménez Losantos, otro que está mas loco que una cabra, son personajes enfermizos que siempre se han ganado la vida bastante bien destilando odio por los medios, sus opiniones no tienen ideología tienen ponzoña venenosa que es otra cosa mas deleznable. No obstante cuando hablan mal de algo es una señal inequívoca de que estamos ante algo muy bueno o sea que en este mundo traidor todo es conocernos un poco para saber como interpretar los espumarajos que por su boca sueltan algunos de nuestros paisanos. :-))

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