Literatura de creación, cuentacuentos…y luego todos los demás

En el cine es más difícil la distinción (en realidad no tanto, pero bastante más en comparación). En literatura es mucho más fácil, a pesar de los que se empeñan en que no lo sea. En cuanto empiezas a abrir los ojos, y la mente, para tratar de aprehender todo lo que es, o puede ser, o intenta ser, la literatura, te das cuenta de que existen dos tipos muy diferenciados: a grandes rasgos lo que es literatura de creación, literatura artística, y luego todo lo demás. Y dentro de todo lo demás, que sería algo así como un gran cajón de sastre en el que caben mil cosas distintas, mil estilos, cien mil maneras, un millón de voces y de tipos y de categorías, podemos distinguir los que en Estados Unidos llaman con mucha sagacidad los «storytellers», los contadores de historias puros, los cuentacuentos, para entendernos y apresar mejor el concepto, aunque aquí en España, como en tantas otras cosas, esa expresión, cuentacuentos, se emplea demasiadas veces de forma peyorativa.

Puede que esa sea la razón, o quizá tan sólo se trate de una casualidad, por la que en este país apenas se leen cuentos, y apenas hay cuentistas (¿cuál fue el último libro de cuentos que te leíste?… los míos los dejo para otro artículo). Vete a saber. Lo que está claro es que actualmente llamar a alguien cuentacuentos es declararle un charlatán, un mentiroso, un felón. Y sin embargo, si lo pensamos bien, detrás de la literatura de creación, que sería, sin lugar a dudas, la literatura más valiosa, estarían los cuentacuentos, los grandes narradores, que sin ser verdaderos creadores, representan algo así como la clase media, los escuderos, casi los guardianes de los más excelsos, los que ostentan la magnificencia de las letras en la bella arte de la literatura. Pero valdría la pena, antes que nada, hacer un pequeño paréntesis para repudiar a todos aquellos para los que valen tanto unos como otros. Y son legión. Los que creen, y defienden a capa y espada con pocos argumentos y muchos disparates, que es tan valiosa la literatura infantil, o la literatura de aventuras, o los best-sellers internacionales, como una obra maestra universal.

Deben creerlo, y deben defender a los cuatro vientos, porque les conviene. Estoy hablando de una clase de lector, que también es muchas veces novelista, al que le va vida en convencer a propios y extraños en que una novela histórica puede ser leída con tanta devoción como leer a Mann, a Joyce, a Woolf o a Faulkner. En el caso de simples lectores, porque así no necesitan justificarse en sus elecciones, que de manera sistemática son títulos recientes, comerciales, fáciles y sin el menor interés estético. Y en el caso de lectores-escritores, tipo Arturo Pérez-Reverte, Juan Gómez-Jurado y otros espantos parecidos, porque defendiendo una literatura más fácil, más accesible, invocándola en cada entrevista, proponiéndola en Twitter, se están defendiendo a sí mismos y a los engendros que perpetran cada año. Créanme, es así. Lo malo es que muchos se valen de sus palabras, de sus bravatas y de sus ideas para creer que sus lecturas son tan defendibles como las de aquellos que de verdad se meten en los jardines, en los laberintos, los desafíos que suponen las verdaderas grandes obras.

Y esto lo está diciendo alguien para quien la aventura esencial es tan importante como escuchar música, como respirar. Para mí, la aventura en cine y en cómic, cuando era niño, lo representaba absolutamente todo, y por supuesto forma parte de mis primeras lecturas. Y aún forma parte de ellas. Trato de buscar lo más valioso, lo menos trillado, lo que sea capaz de encontrar nuevos caminos en la aventura, el thriller, el terror, el Noir. Pero sólo cuando me enfrento a algo verdaderamente exigente me doy cuenta de qué tipo de lector soy, y sólo entonces aprendo de verdad, escalo de verdad. Muchos, equivocadamente, creen que es lo mismo una novela de Santiago Posteguillo que ‘Memorias de Adriano’, de Marguerite Yourcenar; o que cualquier de esos best-sellers, los cientos que nos llegan cada año de EEUU, o de Reino Unido, o de Francia, es tan legítimo para ocupar nuestro tiempo como podría serlo cualquiera de esas supuestas obras maestras que los críticos, esos gafapasta, esos creídos, insisten una y otra vez que son las cosas que tenemos que leer. Y no, no lo son.

Tienen la misma forma, huelen igual, tienen páginas, tienen letras, tienen portadas, tienen títulos, tienen lomo… parecen lo mismo, pero no lo son. Abran la página web de la Casa del Libro. Absolutamente todos los libros que salen allí, en la página principal, como los recomendados o esos títulos de los que todos hablan, pertenecen al segundo grupo, y muchos de ellos ni siquiera tienen a un buen narrador detrás, a una persona competente, que no sea ningún artista, pero que lo que haga, lo haga bien: historias bien construidas, personajes creíbles. Lo malo es que por cada Stephen King hay veinte Suzanne Collins, y cien Javier Sierra. Autores que sólo convencen a aquellos con nula exigencia, que nunca han leído nada realmente importante, que se creen lectores pero no lo son, de la misma manera que no pueden creerse alpinistas quienes sólo han subido alguna que otra colina.

Quienes meten todo en un mismo saco se merecen que les engañen y les cuelen gato por liebre. Deciden ser engañados. No leen a los autores más grandes porque no quieren, aduciendo que se trata de títulos, de libros, demasiado complicados, demasiado densos, que quizá algún día se leerán, pero que no son para ellos. Para ellos son los productos editoriales que se venden ahora, que son más caros, pero de muy inferior calidad. Pocas veces en la historia de la humanidad las obras maestras literarias han estado al alcance de tantos, y pocas veces han escuchado menos y hecho menos caso a los críticos y a los que de verdad reflexionan sobre ello. Es la soberbia de la ignorancia, que todo lo puede, y que hace creer a tanta gente que es lectora. Pero para leer lo que leen, mejor que no leyeran nada.

5 respuestas a “Literatura de creación, cuentacuentos…y luego todos los demás”

  1. Yo creo que siempre es mejor que lean, aunque no sean obras maestras, no todo el mundo tiene preparación para leer cosas muy densas o filosóficas, y siempre mejor que lean a que rebuznen, lo suyo sería que a base de leer fuesen progresando a obras de mas enjundia pero obviamente el negocio de los libreros necesita vender ejemplares y una cosa está bastante reñida con la otra, pero mejor que lean algo, lo que sea, incluida la guía telefónica, que es después de todo la obra con mas personajes y que por cierto ya no la publican creo. Saluditos¡¡

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  2. Hola,

    Creo que aquí hay una cosa que no tenemos en cuenta. La gente suele ser vaga por naturaleza, al menos según mi experiencia. Leer para la gran mayoría es un pasatiempo, como ir al cine o escuchar música. Por eso creo que poca cosa hay que hacer, al menos en el corto plazo.

    Un saludo

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    • Totalmente de acuerdo contigo. La gente lee como pasatiempos.

      Nada en contra. Lo malo no es eso. Lo malo es cuando supuestos lumbreras, criticos, lectores, escritores, alaban esos pasatiempos como si fueran literatura, y atacan a los que decimos las cosas como son.

      No es que sea clamar en el desierto, es que decir lo que piensas, con conocimiento de causa, es ganarse enemigos diarios.

      Un abrazo!

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