La falacia de comparar a Shakespeare con Cervantes

En esto de los apasionamientos, hay que tener un poco de cuidado. Más a menudo de lo que sería deseable, intelectuales con gran formación caen en absolutos, desprecios y fanatismos que terminan licuando lo mucho (o poco, según) de interesante que tengan que decir, de tal manera que aunque sepan mucho y tengan mucha razón, por decirlo de manera simple, al final te quedas, no lo puedes evitar, con eso: que son unos fanáticos, que se cabrean mucho cuando les cuentan falacias, y que están más que dispuestos a echarle la bronca al mundo entero. Tal cosa le sucede a Jesus G. Maestro, teórico de la literatura y profesor de la Universidad de Vigo, cuando se pone a hablar de lo que es literatura y lo que no, y sobre otros muchos temas. También el viejo tema de si Cervantes y Shakespeare van a la par en grandeza literaria. Él, siendo un verdadero experto en Cervantes, lo tiene claro, pero sus diatribas acaban desembocando en lugares comunes y en ese apasionamiento tan español (y mucho español) del que no da argumentos porque cree que no hacen falta. Y siempre hacen falta. Y gracias a él, y a otros que luego nombraré, voy a decir lo que yo pienso sobre el viejo tema de si Cervantes es tan grande como Shakespeare, o al revés, o quién es el más grande. Y lo primero que voy a decir es una frase del propio Jesus G. Maestro: no me importa si están de acuerdo conmigo o no, pues yo me limito a escribir mis ideas por el mero placer intelectual de hacerlo.

A menudo se cita entre los más grandes escritores de todos los tiempos más o menos a los de siempre: Tolstoi y Dostoyevski (y Chéjov, y Pushkin) por Rusia, Chaucer y Dickens por Inglaterra, Goethe y Mann (y Bretch, y Hesse) por Alemania, Montaige y Mòliere (y Balzac, y Flaubert) por Francia, Dante y Boccacio (y Giacomo Leopardi, y Nicolás Maquiavelo) por Italia, Whitman y Twain (y Faulkner, y Poe, y McCarthy, y Dickinson…) por Estados Unidos, Cervantes y Quevedo (y Lope, y Garcilaso, y Tirso, y Calderón, y Unamuno, y Juan Ramón Jiménez…) por España. A todos estos se añade siempre, o casi siempre, el del dramaturgo y sonetista William Shakespeare, considerado por muchos no solamente uno de los escritores más grandes de todos los tiempos, sino el más grande, sin discusión. Si leemos el extracto de la Encyclopædia Britannica que figura en la entrada sobre él de Wikipedia, obtenemos lo siguiente: «Shakespeare es generalmente reconocido como el más grande de los escritores de todos los tiempos, figura única en la historia de la literatura. La fama de otros poetas, tales como Homero y Dante Alighieri, o de novelistas tales como León Tolstoy o Charles Dickens, ha trascendido las barreras nacionales, pero ninguno de ellos ha llegado a alcanzar la reputación de Shakespeare, cuyas obras hoy se leen y representan con mayor frecuencia y en más países que nunca. La profecía de uno de sus grandes contemporáneos, Ben Jonson, se ha cumplido por tanto: «Shakespeare no pertenece a una sola época sino a la eternidad»».

Estoy de acuerdo con Maestro (¡cómo se pone el hombre cuando quiere!…) en que esa afirmación de la Encyclopædia Britannica es una hipérbole de una rimbombancia casi abyecta (él lo dice con otras palabras que no es ley reproducir aquí), y lo peor de todo es que la gente entra en ese texto, o en cualquiera referido a Shakespeare o a la historia de la literatura, y se lo cree sin dudarlo… ¡aún sin haber leído nada de Shakespeare, ni seguramente gran cosa de los grandes escritores de todos los tiempos! La cosa es bastante sospechosa. Resulta que un fulano que escribió una treintena de obras, a quien casi nadie lee, si es que las escribió todas él, que según parece es bastante dudoso, es el más grande escritor no de teatro sino de cualquier género de todos los tiempos. Y ello lo defienden críticos literarios (generalmente anglosajones, por supuesto, con Harold Bloom a la cabeza) sin dar muchos más argumentos. Es más, el tan manido término «shakesperiano», que usan por ejemplo bastantes críticos cinematográficos para darle una pátina de prestigio a ciertas películas, es ya habitual incluso entre personas que no han leído nada de Shakespeare. Por todo ello entiendo a algunos, como el propio Juan G. Maestro, que están convencidos de que esto no puede ser casual, que la maquinaria cultural imperial británica hizo bien su trabajo a la hora de situar a uno de los suyos a la altura del más grande novelista de todos los tiempos…¡incluso inventándose que murieron el mismo día, cuando en aquellos tiempos en Inglaterra se medían por el calendario juliano, por lo que el llamado Bardo de Avón murió un par de semanas después!

La cosa es tan terrible que ni siquiera siendo un gran hombre de letras puedes criticar a Shakespeare y no quedar como un engreído/soberbio/ignorante/cantamañanas (lo que en jerga millenial sería algo así como un troll…), pues ya lo intentó Tolstoi y le ignoraron, y no son pocos los que han cuestionado mucho la grandeza de Shakespeare, esgrimiendo argumentos muy válidos tales como que todos sus personajes hablan igual, o que muchas de sus tramas no tienen ni pies ni cabeza. A ello responde la arrasadora legión (de miles de millones, por lo visto) que repite hasta la extenuación que Shakespeare inventó la lengua inglesa, que transformó el teatro para siempre, que inventó lo humano y prácticamente que inventó la literatura él solito. Y todo ello, insisto, con una treintena larga de obras de teatro (la autoría de no pocas o bien compartida o bien muy dudosa que sea suya…aunque eso ya es lo de menos) y con unos ciento cincuenta sonetos (algunos realmente bellos, eso es verdad, aunque tampoco todos).

Pero digámoslo ya: comparar a Shakespeare con Cervantes no tiene ningún sentido. Es una necedad similar a comparar el Renacimiento Inglés con el Siglo de Oro español, por citar a dos fenómenos literarios de épocas concomitantes, rivalidad en que los británicos salen perdiendo de manera escandalosa. O, si se quiere ser más cercano, es lo mismo que comparar a un hábil guionista de cine con William Faulkner… a un rápido jugador de fútbol con Usain Bolt… a un bloguero recalcitrante con un verdadero crítico de arte. Me parece que estoy siendo lo bastante gráfico. Pero la idea es clara: muy pocas literaturas del mundo pueden compararse con la riqueza, prolijidad y grandeza conceptual a la española (para algo que teníamos bueno… por lo menos hasta hace unos sesenta o setenta años), y precisamente la británica o anglosajona no es una de ellas, aunque sin duda han existido (arriba he nombrado a algunos) geniales escritores británicos y estadounidenses. Pero, ¿por qué precisamente se ha elegido, de manera institucional, imperialista, invasiva, que sea el dudoso Shakespeare el que tenga que venir a quitarle el trono al bueno de Miguel de Cervantes? ¿Es que no había otro?

Pues si se piensa es bastante fácil. No solamente porque fueron contemporáneos y murieron con pocas semanas de diferencia, sino porque al inmenso, genial, extraordinario y majareta Don Quijote, Caballero de la Triste Figura, Alonso Quijano para sus amigos, se le puede oponer el soso, dubitativo, extraño y aún más chalado (¡porque él sí ve fantasmas!) Hamlet, príncipe de Dinamarca. Pero, insisto, comparar a un dramaturgo con un narrador tan completo como Cervantes es una temeridad que no se ha caído por su propio peso porque los hispano parlantes (la mayoría de los cuales NO se ha leído ‘El Quijote’) siempre nos hemos sentido culturalmente acomplejados (¡y debería haber sido al revés!) por lo anglosajón. Tanto que yo he escuchado a españoles decir que la prosa de Shakespeare es la mejor de la historia (también es verdad que eran mequetrefes con ínfulas los que decían esto…)…¡cuando Shakespeare jamás escribió prosa! o que era un poeta sin parangón (cuando en realidad era un sonetista, algo bastante distinto). Cabría comparar a Shakespeare con Lope de Vega, por ejemplo, porque ambos fueron importantes dramaturgos de su tiempo, pero ahí el Bardo saldría también perdiendo: Lope de Vega, además de creador de alrededor de mil quinientas comedias, fue el autor de tres novelas, unos tres mil sonetos y nueve epopeyas, entre otros trabajos literarios, algunos de los cuales considerados obras maestras de la literatura universal. O podría compararse con Calderón de la Barca, y también saldría perdiendo, porque las rimbombantes, absurdas y huecas ‘El rey Lear’ o ‘Antonio y Cleopatra’ o ‘La tempestad’ no tienen absolutamente nada que hacer, ni en construcción, ni en diálogos, ni en personajes, ni en grandeza humana, conceptual, moral o psicológica, con ‘El alcalde de Zalamea’, ‘La dama duende’, ‘El médico de su honra’ o ‘El príncipe constante’.

Veamos el inicio de ‘El rey Lear’ (‘King Lear’, basada en ‘King Leir’, texto anónimo isabelino):

I.i Entran [los Condes de] KENT y [de] GLOSTER, y EDMOND.

KENT
Creí que el rey estimaba más al Duque de Albany que al de Comwall.
GLOUCESTER
Eso creíamos nosotros. Pero ahora que divide su reino, no está claro a cuál de los dos
aprecia más, pues los méritos están tan igualados que ni la propia minuciosidad sabría
escoger entre uno y otro.
KENT
Señor, este joven, ¿no es hijo vuestro?
GLOUCESTER
Su crianza ha estado a mi cargo. Reconocerle me ha dado siempre tal sonrojo que ahora ya
estoy curtido.
KENT
No concibo…
GLOUCESTER
Pues su madre sí que concibió. Por eso echó vientre y se encontró con un hijo en la cuna
antes de tener un marido en la cama. ¿Se huele a pecado?
KENT
No quisiera corregirlo, viendo el feliz resultado.
GLOUCESTER
También tengo otro hijo, señor, de legítimo origen, un año mayor que éste, pero no más
querido. y aunque este mozo vino al mundo por la vía del vicio sin que nadie lo llamase, su
madre era hermosa, gozamos al engendrarlo y el bastardo debe ser reconocido
. ––Edmond,
¿conoces a este noble caballero?

Este es el nivel de los diálogos de Shakespeare: dos señores de alta cuna diciendo groserías y sandeces sobre una mujer. O también el famoso diálogo de ‘Romeo y Julieta’:

BENVOLIO
Ven, que se ha escondido entre estos árboles,
en alianza con la noche melancólica. Ciego es
su amor, y to oscuro, su lugar.
MERCUCIO
Si el amor es ciego, no puede atinar.
Romeo está sentado al pie de una higuera
deseando que su amada fuese el fruto
que las mozas, entre risas, llaman higo.
¡Ah, Romeo, si ella fuese, ah, si fuese
un higo abierto y tú una pera
!
Romeo, buenas noches. Me voy a mi camita,
que dormir al raso me da frío.
Ven, ¿nos vamos?
BENVOLIO
Sí, pues es inútil
buscar a quien no quiere ser hallado.

En realidad, este tipo de diálogos no son la excepción si no la norma en la producción de Shakespeare, y por cierto que en inglés, en ‘Romeo y Julieta’, no dice un higo abierto, sino un culo abierto (an open arse). Con esto es con lo que los críticos, artistas y lectores de todo el mundo llevan siglos extasiándose, y no con esto:

MENCÍA: ¡Válgame Dios, qué desdicha!
ARIAS: Decidnos a qué aposento
podrá retirarse, en tanto
que vuelva al primero aliento
su vida. ¿Pero qué miro?
¡Señora!
MENCÍA: ¡Don Arias!
ARIAS: Creo
que es sueño fingido cuanto
estoy escuchando y viendo.
Que el infante don Enrique,
más amante que primero,
vuelva a Sevilla, y te halle
con tan infeliz encuentro,
¿puede ser verdad?
MENCÍA: Sí es;
¡y ojalá que fuera sueño!
ARIAS: Pues, ¿qué haces aquí?
MENCÍA: De espacio
lo sabrás; que ahora no es tiempo
sino sólo de acudir
a la vida de tu dueño.

Es de ‘El médico de su honra’, de Pedro Calderón de la Barca. Quien tenga ojos y sentido común que lo vea. No hace falta ni insistir en que ‘Romeo y Julieta’ es una historia hueca y mal construida: jamás te crees el enamoramiento del pánfilo de Romeo por la casi niña Julieta. Tampoco te crees la maldad de Edmundo en ‘El rey Lear’, ni la estupidez supina de Otelo al ser engañado de semejante forma por Yago (supuestamente el malvado por antonomasia de la cultura occidental, según Bloom). Pero volvamos a ‘El Quijote’, que es obligado después de 400 años de dar la vara con la supuesta rivalidad del pequeñín de Shakespeare (sin duda un dramaturgo interesante, con algunas virtudes tales como su intensidad dramática, la fuerza de algunos -aislados- diálogos, algunas secuencias bien construidas) con el gigante, uno de los más grandes de la literatura universal, y el primer y más grande novelista de la historia, Don Miguel de Cervantes Saavedra (quien no solo escribió ‘El quijote’… sino bastantes cosas más).

‘Don Quijote de la mancha’, que no es una novela sino dos (‘El ingenioso hidalgo’ y ‘El ingenioso caballero’), ha sido descrita habitualmente como «una parodia de las novelas de caballerías». Esto no es correcto. Es lo mismo que decir que ‘Titanic’ (Cameron, 1997), va de un barco que se hunde. En realidad, ‘El Quijote’ es, en palabras de G. Viñó, una vasta creación intelectual, que ya en su época, primeros años del siglo XVII, se sospechaba que iba a ser una obra colosal. Esta creación no solamente desmitifica las historias de caballerías, sino que es el primer relato intertextual (es decir, plenamente literario) conocido, una salvaje crítica a todos los estamentos (culturales, sociopolíticos, religiosos, morales) de su época, una sátira para la que absolutamente todo es motivo de risión, y una mirada tierna y desacomplejada, vitalista y festiva, a veces sórdida y dolorosa, al ser humano en general y al español medio en particular…entre otras muchas cosas. Su influjo es gigantesco, no solamente en la novelística, también en el teatro, la poesía y la narrativa en general, en todo el mundo, hasta nuestros días, con numerosos ejemplos de películas y novelas que, sin saberlo (y en esto sí tenía razón Bloom) siguen la estela de Cervantes.

Rescato aquí un maravilloso párrafo del ensayo que le dedicó Fernando Vallejo con motivo del centenario de la obra:

«…entonces el gentilhombre, que es nadie más y nadie menos que don Quijote, le contesta: «Sois un grandísimo bellaco, y vos sois el vacío y el menguado, que yo estoy más lleno que jamás lo estuvo la muy hideputa puta que os parió». ¡Eso es hablar, eso es existir, eso es ser! ¡Ay, «to be or not to be, that is the question»! ¡Qué frasecita más mariconcita! ¿Hamlecitos a mí? ¿A mí Hamlecitos, y a tales horas? «¡Voto a tal, don bellaco, que si no abrís luego luego las jaulas, que con esta lanza os he de coser con el carro!». Ese «luego luego» que dijo don Quijote apremiando al carretero para que le abriera las jaulas de los leones me llega muy al corazón porque aunque ya murió en Colombia todavía lo sigo oyendo en México. Lo que sí no he logrado ver, en cambio, en México, es leones. Vivos, quiero decir, para que me los suelten…»

No hace falta ser catedrático de literatura, ni experto en Cervantes, como lo es el siempre enfadado y ofendido Jesús G. Maestro, para ver las cosas como son. ‘Don Quijote’ ha sobrevivido hasta nuestros días a pesar de que en España no se le lee, y que durante siglos no se ha cuidado a Cervantes. Le quieren mucho más en México y otros lugares, mientras en países de otra órbita, desde el imperialismo anglosajón, sin ir más lejos, llevan el mismo tiempo protegiendo y mimando e insistiendo a los cuatro vientos en que el más grande es Shakespeare, con sus necedades y sus historias sensacionalistas, y los despistados de siempre diciendo que es inabarcable y que ha inventado lo humano, nada menos. Tendrán que pasar otros cuatrocientos años, si es que la humanidad llega a tanto, para que la verdad desnuda abra los ojos del mundo entero.

21 respuestas a “La falacia de comparar a Shakespeare con Cervantes”

  1. Coincido tanto contigo que estoy considerando ofrecerte mi mano en matrimonio… Es certísimo que la maquinaria anglosajona ha trabajado infatigablemente para colocar en ese pedestal a Shakespeare…
    ¿Es posible que uno de los alfeñiques que aseguran que Shakespeare escribió la mejor prosa inglesa sea Gómez-Jurado? En el ‘Todopoderosos’ dedicado a Shakespeare no hace otra cosa que repetir las demenciales ideas de Bloom, y algunas de Samuel Johnson por mediación de Bloom; apuesto un brazo a Gómez-Jurado que sólo ha leído uno de los libros de Bloom y quizá 3 o 4 obras de Shakespeare; de Samuel Johnson -al que ya quisiera Bloom llegarle a la suela del zapato- nada.
    Con lo único que me cuesta un poco convenir es con valorar tan bien a Lope de Vega. Nunca me ha parecido un gigante. De algunas obras suyas, de las que dicen que tardó un par de tardes en escribir, uno piensa: «podría haberle dedicado unas cuantas más»… Pero en fin, cosas mías.
    El artículo está genial.
    Un abrazo!!!

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    • Efectivamente, J G-J es uno de esos luminarias…

      Jajaja bueno, me pensaré lo del casi ofrecimiento en matrimonio…. fuera coñas, lo mas fácil para muchos es repetir las ideas de Bloom, que de Cervantes sabía poco y con Shakespeare era un caso claro de fanatismo chalado.

      Muchas gracias, hombre. Así da gusto ponerse a teclear

      Abrazotes!

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      • Sobre Shakespeare, lo único que me hace volver a él una y otra vez por si encuentro algo excelso es la alabanza que mereció de un montón de genios: Wilde, Thoreau, Hugo, Kierkegaard, Baudelaire, Unamuno, Flaubert, Goethe, Heine, Dostoievsky, Pater, Mann…; y la lista sería inmensa. A veces me resulta difícil creer que ellos se equivocasen y yo no. Entiendes lo que quiero decir, ¿verdad?

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      • Claro! Es una situación muy anómala. Pero no pasa solamente con Shakespeare (aunque él es el ejemplo más drástico) y siempre uno se pregunta si será una absurda fobia…

        De todas formas tampoco se trata de quitarle ningún mérito al bardo, sino de no exagerar sus dones. Luego si grandes mentes le consideran genial, pues otras grandes mentes también le cuestionaron…

        Es lo que tiene ser antiguo, ser famoso y tener una vida enigmática…

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      • Cierto. Y más anómalo aún porque con otros antiguos y famosos sucede que, en cuanto los lees, sabes que son una cima indiscutible; como Dante, por ejemplo. Pero es lo que tú dices: si hubiese un pensamiento único sería todo aburrido, mecánico, académico y ya no habría arte ni belleza ni coraje en nada.

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      • Sí, he leído varias de sus obras. Hay una edición en español de sus obras completas de la editorial ‘Penguin’, que creo que cuesta 12 euros o así.
        Yo creo que Marlowe fue casi tan innovador como Shakespeare, más ingenioso, mucho más culto… y mejor poeta que él, en definitiva. Es verdad que sus versos muchas veces son más rígidos y menos fluidos que los de Shakespeare, pero siempre me han parecido más bellos, al menos comparando sus obras teatrales.
        Ya me contarás cuando lo leas. Impaciente me quedo.

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