Ya está aquí, puntual a su cita, Arturo Pérez-Reverte con una nueva novela, un año más. Hay cosas que no fallan. En el congreso seguirá el facherío mes a mes diciendo barbaridades hasta el año 2025 y más allá, seguiremos teniendo fútbol hasta en la sopa esté o no esté Messi en la liga (porque cuando no esté, nos contarán donde está y a qué restaurante va a cenar), y cada año tendremos nueva novela de este señor, para regocijo de sus millones de fans y de los lameculos glosadores del susodicho, ya sean críticos, novelistas o cualquier ilustre, actor o periodista, y para desgracia de la literatura española, una vez más eclipsada por los saraos y la bestial campaña mediática que Alfaguara le prepara al hombre que más ventas les consigue (¿creían que le preparan todo eso porque es un maestro de las letras? seguro que él sí se lo cree). Esta vez, después de meterse el año pasado a contar un par de escaramuzas de El Cid, se lanza nada menos que con la Guerra Civil Española, concretamente con la Batalla del Ebro, en ‘Línea de fuego’. La pregunta obligada es: ¿por qué?
Y esa es, precisamente, la pregunta que nadie va a hacerle y que él tampoco contestaría de forma clara. No tengo intención de leerme entero este nuevo trabajo suyo. Ya he leído demasiados libros de él, e incluso hace unos meses redacté la única crítica literaria seria que se puede encontrar en la red sobre ‘Sidi’. Pero leyendo las primeras líneas me hago una idea de lo que le depara al lector: otro relato (que no novela) de sesenta o sesenta y cinco mil palabras, que parecen muchas más por el tamaño de letra para niños pequeños de Alfaguara, con su estilo entre oficinista y kioskero, con pequeñas batallitas contadas en plan «y se oyó un terrible rassss zaca-bum!», con píldoras político-ideológicas metidas a calzador por aquí y por allá, con personajes de cartón piedra que no son más que una extensión no enmascarada del propio autor, y con esa visión de la Guerra Civil como una lucha fratricida entre hermanos, pero todos ellos iguales, y en el fondo tiernos y candorosos. Yo no sé cuándo Pérez-Reverte se convirtió en el abuelo cebolleta, pero sí sé que desde el principio lleva pregonando que son lo mismo víctimas (republicanos) que verdugos (nacionalistas), que la culpa de la guerra la tuvo la República elegida democráticamente, y no los militares golpistas (bien claro lo dice en ese librito suyo abyecto titulado ‘La Guerra Civil contada a los jóvenes’), y básicamente que la dictadura fue algo irremediable.
No existe entrevista suya en la que Pérez-Reverte no diga que él fue reportero en dieciocho guerras, y que es un tipo duro, pardiez… Esto lo dice para dejar claro que si alguien tiene la capacidad para escribir un libro sobre cualquier guerra, ese es él. Ya ha escrito novelitas sobre la Batalla de Trafalgar, sobre diversas batallas napoleónicas, sobre la Guerra de la Independencia Española. Ahora le toca a la Guerra Civil, y para ello, asegura, se ha documentado durante tres años (no me salen las cuentas, amigo Reverte, si para todas te documentas durante dos o tres años y sacas una novela al año…), con el objetivo de contar una peripecia que está siendo utilizada de forma partidista, según él, por unos y por otros, sin importarle que le lluevan las críticas (qué valiente es…), y una vez más desde esa posición de increíble soberbia intelectual, como si él supiese lo que fue aquello y estuviera en una posición moral elevada para poder contarlo y aleccionarnos a todos, porque que no quepa duda de que aquí somos todos unos ignorantes menos él, que ha leído mucho. Y para más inri es una novela, dice, sobre las mujeres, que son «las que más perdieron en esta guerra», con el claro y espúreo objetivo de ganar lectoras para su causa cuando todo el mundo sabe que es un machista incurable.
Y como este señor es ya una institución, y la masa aborregada se cree que todo lo que dice o piensa va a misa (Don Arturo o maestro Reverte, le llaman en las redes sociales a este advenedizo) el libro va a ser un exitazo (con una primera tirada de ciento cincuenta mil ejemplares en España y otros cincuenta mil para hispanoamérica), cientos de miles de personas venerarán su nuevo panfleto ideológico y su nueva torpe aventura histórica, y los de Alfaguara haciendo palmas con las orejas y él arrellanado en su sillón moral e intelectual, apareciendo hasta en la sopa (por mera diversión contemos en las próximas semanas los medios en los que va a aparecer para vender su libro). Pero precisamente por eso hay que decir las cosas como son, sin desalentarse, porque cuando todo está perdido ya no hay nada que perder.
Pérez-Reverte pertenece a esa raza de escritores (reporteros de guerra, boxeadores, estrellas de televisión, actores, investigadores de lo oculto, camioneros, fontaneros… etc) que piensan que por haber vivido unos hechos están en disposición de poder narrarlos. Es como esos gángsters que se retiran de lo suyo y se ponen a escribir novelas de gángsters, o como esos jueces que dejan de ejercer y escriben relatos detectivescos basados en experiencias propias. P-R fue reportero en unas cuantas guerras (cuentan las malas lenguas que les pedía a los guerrilleros que disparasen cuando empezaba su aparición en el telediario, a cambio de algo de dinero, para que pareciera que todo era mucho más peligroso) y ha sido lector voraz desde su juventud. Ha dicho unas cuantas veces que lo suyo de escribir no es vocacional (nos lo creemos sin atisbo de duda) sino un simple capricho que le ha salido bien. Y tan bien. Convertido en académico de la lengua, hace más de veinte años que pareciera que este reportero es poco menos que un Ernst Hemingway, o que un Gonzalo Torrente Ballester, al que nadie, en ninguna entrevista, se atreve a ponerle un pero. Mimado por la industria y por una crítica falaz, P-R vive en su propia nube. Pero todo lo suyo es aire, como máxima expresión de un mundo editorial entregado a producir libros de pésima calidad literaria.
Este señor ha convencido a medio país de que para hacer una novela, cualquier novela, hay que documentarse mucho (y el pazguato de Juan Gómez-Jurado, al que casi le falta besar por donde pisa su gurú, y otros como él, le hace caso en cada nueva novela), lo cual es radicalmente falso. Necesita documentarse mucho él, y otros como él, porque lo que hacen no es literatura. Está claro que para escribir una novela necesitas una información detallada sobre algunos conceptos, pero la idea no es amontonar detalles y libros para poder escribir. Eso es propio de un historiador, no de un novelista. Porque eso es lo que en realidad es Reverte: un historiador, un profesor soberbio que va dando lecciones de historia con cada nuevo trabajo, un ideólogo que sabe que muchos borregos de escasa formación intelectual le harán caso y le pondrán en un altar. Por eso escribe novelas. Esta de la Guerra Civil la ha escrito en el que posiblemente es el momento más convulso en este país en décadas debido a la irresponsabilidad y al fanatismo de una derecha que roza el esperpento y que ha convencido a muchos ciudadanos de que España se va a romper, de que el gobierno es ilegítimo. Este escritorzuelo aprovecha un momento sombrío de nuestra sociedad para vender sus productos de pseudo.-literatura. Ni más ni menos. Y eso tiene un nombre, pero no soy yo el que lo va a decir.
En su roma, infantil concepción de la literatura, que ha calado entre muchos otros novelistas, esto de escribir es una excusa para situarse en el mapa ideológico, para aprender mucho de conflictos pasados y para firmar muchos libros. Con los «periodistas» bailándole el agua en cada entrevista, que más que entrevistas parecen masajes en un Spa, reincide una y otra vez en la concepción de la importante misión de escribir como la de un instrumento para estar siempre en el candelero y para que hablen de él en las redes sociales como un referente intelectual. Pero ya muchos empiezan a verle el plumero, y no sólo en lo ideológico. Cada vez está más claro (algunos lo sabemos casi desde el principio) que su prosa está a la altura de la de ‘Tintín’ o la de ‘El capitán Trueno’, y que el tiempo le pondrá en su debido lugar: el de un fatuo que convenció a todos que era un gran novelista cuando lo que vendía no era más que aire.
7 respuestas a “Arturo Pérez-Reverte y su infantil idea de la literatura”
Pues si señor, escribiendo es un muermo, pero marketing sabe y además se lo compran y el reportero revertero va de estar por encima del bien y del mal y solo toma partido por los oportunistas descarados que le ayudan a la promoción de sus muy documentados libros de historia (cuentos chinos). Antiguo corresponsal de guerra que nos cuenta batallitas y además los medios encantados con el negocio que bien promocionado rinde dividendos.
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Es un advenedizo, ya digo. Si por lo menos sus cuentos chinos fueran divertidos… pero ni eso.
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Bueno y me olvidé de decirte que este artículo tuyo que incide mas en lo cultural y en lo político que otros mas especializados de cine y literatura, artes de las cuales entiendo menos que de esto último, me ha parecido excelente y creo que no te has dejado nada en el tintero, felicidades¡¡ haber si al final te vas a tener que publicar en un cuaderno de política, hay cantidad de madera para quemar y mucho para fumigar en ese tema, jajaja
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Hombre, gracias! Un cuaderno de política? Puff, no me daría el tiempo.
Un abrazote y gracias otra vez!
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Pseudo-literatura y pseudo-historia. Haber leído mucha Historia no te convierte en historiador, como haber leído mucha poesía no te hace poeta. Y así.
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[…] Arturo Pérez-Reverte y su infantil idea de Literatura (donde sigo indagando sobre sus ideas) […]
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