La cámara oscura

Cada vez que abrimos un libro y empezamos a leerlo o continuamos por donde lo habíamos dejado, se activa la cámara oscura de nuestro cerebro y comienzan a pasar cosas. Y esto sucede leamos relatos, novelas o poesía. Cada uno de esos géneros lo hace de manera diferente y con resultados dispares, pero todos ellos encienden una bombilla en nuestra mente, la que está alojada en esa «cámara oscura», y comienzan a proyectar imágenes. Esas imágenes estarán formadas, lógicamente, por las palabras de aquel que escribió ese material literario y por la sensibilidad y la capacidad mental del receptor. Entre ambos, nunca uno solo, crearán las imágenes literarias finales, las que se convertirán en una segunda realidad para el lector (y que primero fueron una segunda realidad para el escritor, aunque no en su cámara oscura…), las que con convicción, solidez y fuerza expresiva se instalará en la conciencia del receptor con tanta consistencia, o más aún, que esta realidad.

En el relato será como un chispazo, una combustión, que obligará al lector a zambullirse, con suerte, durante unos pocos minutos, ni siquiera treinta como mucho, y cuyas imágenes serán poderosas pero efímeras, y las ideas y el estilo será tan importante, o más, que esas imágenes. Son las imágenes menos compactas, menos apretadas, de la literatura, pero quizá por eso muchas veces las que con más fuerza se quedan en nuestro subconsciente.

En un poema el lector ha de elevarse, ha de dejarse llevar por esas palabras y esos versos que no poseen una cualidad narrativa, sino otras estéticas, métricas, rítmicas, musicales. Si un relato es un chispazo, un poema es un susurro, o un relámpago. Ha de hacerte vibrar algo en tu interior, y al igual que cualquier otra obra literaria, producirá imágenes en la cámara oscura de tu mente. Posee imágenes mucho más densas, más pesadas, que un relato.

Y una novela muchas veces no ha de poseer un lenguaje rebuscado o poético, sino que ha de sustentar, palabra a palabra, párrafo a párrafo, y capítulo a capítulo, una segunda realidad tan densa y cerrada en sí misma como aquella en la que vivimos. Las imágenes que nos enciende en la cámara oscura, son las más engarzadas unas con otras, las más compactas, de la literatura. Sólo con la novela podemos aspirar a componer una sinfonía de relatos y de poemas.

Lo mismo sucede con la música. Lo sepamos o no, veamos esas imágenes o no, encienden la bombilla de la cámara oscura y esas imágenes llegan a nuestro interior. El proceso es el mismo pero el resultado es muy diferente. La cámara oscura se enciende, y algunos ven y otros no. Yo particularmente veo esa cámara en movimiento, siempre que escucho música, y las notas reverberan en el interior de esa cámara. Puedo ver las notas girar y dar vueltas delante de mí, y lo mismo le sucede a mucha gente. Otras personas no ven eso pero alguna música les hace bailar (ser música) aunque no sean capaces de ver esas imágenes, esa música, delante de ellos. Pero la música también es narrativa, porque necesita del tiempo para existir, y provoca una dimensión psicológica y emocional del tiempo en nosotros.

Y finalmente está el cine. El cine no ilumina la cámara oscura, porque en sí mismo es la cámara oscura de nuestra mente hecha realidad. Ahí se proyecta el material literario escrito con anterioridad (el guion), e incluso las imágenes musicales que es capaz de ver el director. Quizá por eso dice Coppola que el cine es una forma de escritura. Pero por eso el cine es, también, muy diferente de otras artes narrativas: con él nuestra cámara oscura queda apagada, ya que disponemos de la del director, que nos impone las imágenes de su mente. Es por eso que el cine es en cierta manera el arte narrativo más tiránico y dominante, y el que con más facilidad puede ser tendencioso y falsario.

Y es por todo esto que yo siempre he tendido a pensar que el cine, dada su naturaleza despótica, ya que trabaja con realidades, debería ser el arte más apegado a la realidad, y que la fantasía y los mundos de imaginación, aunque también hay casos de excelentes títulos, son menos numerosos por su propia naturaleza. Todo lo contrario de la literatura, que quizá sea más ella misma en mundos separados de este, no necesariamente la Tierra Media de ‘El señor de los anillos’, pero quizá sí el Yoknapatawpha de Faulkner, el Marina De Ernst Jünger, el Comala de Juan Rulfo, o incluso el Castle Rock de Stephen King. Mundos que sean un espejo deformante o cercano a este, mientras que en cine la obligación de todo gran director parece ser muchas veces la de capturar las esencias y vibraciones de este mundo.

Por esa razón, y ya termino con esta última idea, el cine y la literatura deberían caminar más separados, quizá la materia de la que están hechos sea más diferente de lo que muchos piensan. Pero, insisto, es sólo una idea.

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