O así lo creo yo, y lo llevo creyendo desde hace mucho tiempo. Pero también llevan mucho tiempo diciéndome que soy un tipo oscuro, o pesimista, o radical, y quizá algo de razón hay también en eso. Pero estoy casi seguro de que la gente se deja llevar por ideas preconcebidas que le hacen la vida mucho más difícil de lo que ya en realidad es, y yo soy uno de esos tipos raros que está en contra de todo, y que no se identifica casi nunca con nada ni con nadie, y que no estoy dispuesto a dejarme arrastrar por la opinión o por el pensamiento de la mayoría. Y no lo hago porque me sienta especial, o diferente, o me guste sentirme por encima de nadie. Es que para bien o para mal soy así de cabezón e individualista, y así me luce el pelo muchas veces. Pero yo insisto: la felicidad está sobrevalorada, como sobrevalorado está a menudo el amor, y ambos, el amor y la felicidad, son dos grandes incomprendidos, y aquí vengo yo a intentar comprenderlos un poco más y con ello quizá al lector de estas líneas.
La dicha, la ventura, el bienestar…muchos, la mayoría, se pasan la vida buscándola, desesperados. Pero no son la mayoría de la especie humana. En realidad esa mayoría, los cientos de millones de personas que viven en la pobreza y la desesperación, no buscan la felicidad, sino la tranquilidad, una vida lejos de la violencia, olvidar un pasado terrible, obtener un trabajo, una estabilidad, no morirse de hambre ni de enfermedad. Para esos, que son muchos más en este planeta que los del otro lado, el concepto de felicidad es una bobada, una idea innecesaria. Pero no es así para los que vivimos en el hipotético primer mundo. Aquí donde vivimos todo el mundo cree que tiene derecho a la felicidad. Y no solamente eso, sino que no tiene derecho a no ser feliz. Y aún más, que si no es plenamente feliz es un fracasado o una fracasada. Y todavía más: que si otros son felices, y ellos no, se establece algo así como una jerarquía, una casta invisible. La felicidad de otros nos causa a veces infelicidad a nosotros. Y si no tenemos felicidad es que algo malo hemos hecho, o es que el mundo conspira contra nosotros, o es que la vida es tremendamente injusta, o es que la existencia carece de sentido. Son todas ideas preconcebidas, que abundan en un sentimiento de inferioridad, de incapacidad, de frustración, de ira, de locura, en definitiva. Buscando la felicidad nos volvemos tremendamente infelices.
¿Y qué es la felicidad, salvo un accidente, un estado transitorio de ánimo, una situación efímera contra la que conspiran decenas o cientos de hechos o realidades, siempre expuesta a que miles de fisuras internas la erosionen, la destruyan y nos hagan sentir que nunca la tuvimos realmente? Todos podemos vivir momentos de dicha sincera, esa ventura que nos llega de no se sabe dónde y que cambia las tornas, hace regresar la marea, y tiñe de color lo que diez minutos antes era una realidad gris y monótona, o negra y terrible. Somos seres tan imperfectos, tan desamparados, que solamente existimos, percibimos y evolucionamos por contrastes: no seríamos capaces de definir la luz si no hubiera oscuridad, y no seríamos (y de hecho no somos) capaces de saber lo que es la felicidad si antes no hemos probado un buen bocado de infelicidad. ¿Acaso existe un placer mayor que aplicar un bálsamo a una quemadura? Pero para ello antes nos hemos visto forzados a quemarnos en primer lugar. Porque así somos, y queremos saber lo que es la felicidad sin saber antes lo que es la infelicidad… un absurdo total.
Ahora bien: ¿quién está dispuesto a darle un buen bocado a la infelicidad, al infortunio, a la miseria moral y material? En este primer mundo yo creo que nadie, y sólo cuando las circunstancias nos impelen a ello, nos atiborramos de miseria y de melancolía y de tristeza, pero no por decisión propia, sino porque no nos queda más remedio. Pero existen muchos tipos de felicidad, y lo descubres después. Felicidad por supuesto de estar con el ser (o lo seres) amados, felicidad de encontrar tu propio camino o de reencontrarte después de mucho tiempo, felicidad de perder el miedo a ciertas cosas, felicidad de saber que tomaste, en algún asunto importante, la decisión correcta… Pero también existe la felicidad a la que realmente quería referirme (hay que ver, Massanet, los rodeos que das para decir lo que quieres decir…), y es aquella que solamente (por suerte o por desgracia) pueden sentir los que se dedican a algo creativo. Y es que hoy, por fin, he terminado los cuatro relatos largos que van a componer un volumen al que voy a titular ‘Relatos de supervivencia’.
Y es una felicidad extraña, que no parece una felicidad común, que no sabe igual que otras «felicidades», pero que es sin duda felicidad: la de terminar un trabajo importante para ti, la de ver que tus criaturas cobran vida y por fin otros pueden leerlo, saborearlo a su vez, experimentarlo, vivirlo desde su rol de lector. Es complicado explicar la felicidad que se siente cuando un escritor termina un libro, o cuando un día se siente tan fresco y fuerte que puede escribir diez o doce folios sin parar. Es la misma, me consta, que la que siente el músico cuando por fin ha interiorizado en su mente y ha aprendido a ejecutarla a la perfección con sus dedos Y es la misma que la del pintor que durante un día entero pinta su cuadro o su mural o su cómic, o la del bailarín que alcanza la plenitud con su cuerpo, o la del cantante que alcanza la plenitud con su voz. Y es una felicidad de la que quería dejar constancia.
Al igual que cierta novela que escribí hace dos años, pondré a la venta este libro de relatos en Amazon, pero también los colgaré en esta página web, aunque de pago. Es decir, por suscripción. Mañana contaré por qué he decidido poner algunos contenidos de pago (y ya adelanto que nada tiene que ver con ambiciones monetarias), porque hoy creo que ya he escrito demasiadas palabras.
La felicidad no está sobrevalorada. Todos queremos ser felices. No se trata que para ser feliz haya que seguir unos cánones preestablecidos. Obviamente a todos nos gusta amar y ser amados, comprendidos, respetados y estar con las personas amadas.
Pero la felicidad que realmente te llena es aquella dónde escribes y esperas gustar con tu trabajo.
Y yo sólo puedo decirte que lo has logrado. Ahora viene lo más difícil y es que te mantengas ahí. Así que a por todas y no te salgas del camino
Un abrazo crack
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