El thriller… El thriller no es un género, como tantos despistados quieren creer. Si fuera por la mayoría de los críticos y teóricos de este país y de parte del extranjero, sería casi imposible delimitar los márgenes y los marcos genéricos de ninguna película y todo sería un batiburrillo sin el menor sentido, en el que ‘Pulp Fiction’ o ‘The Wire’ son thrillers, y de paso ‘El baile de los vampiros’ es una parodia y ‘Eternal Sunshine of the Spotless Mind’ es Sci-fi. En realidad, el thriller, como el terror, como el melodrama, es un tono narrativo. Un tono, no un género. Es algo muy distinto. A ese respecto ya expliqué en cierto momento las diferencias y las jerarquías de tonos y géneros. Un thriller puede ser el tono de un western (‘Bone Tomahawk’), de un policíaco (‘Seven’) o de un filme de fantasía (‘El sexto sentido’), depende de lo que quieran hacer los responsables, tanto en cine como en literatura. Pero hablemos de literatura.

Si atendemos al significado, la etimología estricta de la palabra, thriller sería algo así como emocionante, o «emocionador». En un sentido amplio sería todo aquel relato con altas dosis de violencia, de oscuridad, de sexo. Una historia que puede ser siniestra, o sanguinaria, pero desde luego inquietante, que se adentre en las oscuridades más ásperas y áridas de la sociedades modernas y del ser humano. Es decir, es mucho más que el cine o la literatura de «suspense» o de «suspenso». Muchas películas o novelas pueden albergar secuencias o partes de magnífico suspenso sin ser thrillers. El thriller, como denominación de origen, es mucho más globalizador, más constreñido, que el «suspenso». Hitchcock no hacía thrillers, sino films de «suspenso», del género noir, con muchos toques de melodrama. ‘Sed de mal’ es un magnífico thriller, del género noir. Espero se me entienda con todo esto. El thriller, en la tradición anglosajona, es el policiaco turbio, y tiene cierto sentido, porque el Noir y el Thriller casan muy bien. Casi todos los thrillers son Noir, si bien muchos de ellos poseen elementos mucho más siniestros como asesinos en serie, o temas sobrenaturales, o incluso de sci-fi. Pero siempre, todos ellos, sean Noir o no, han de zambullirse en la dura realidad, por lo menos la realidad de la naturaleza humana, para contarnos sus demonios.

Sirva esto de (algo larga) introducción para hablar del calamitoso estado de la literatura llamada «thriller» en gran parte del mundo pero especialmente en España, país en el que estamos más que dispuestos a copiar cualquier modelo extranjero, desde las películas de acción hollywoodienses hasta el thriller nórdico, mientras renegamos de las formas y los géneros que más y mejor hemos cultivado durante siglos, porque se supone que queremos ser europeos, y tan globalizados y faltos de identidad como el resto. Y no tendría nada de malo siempre que esa copia se hiciera bien y tuviera algo de sentido. Pero si aquí hemos empezado hace tres décadas con esa plaga de la novela histórica que ha contaminado el sector editorial, tenemos otra plaga con los thrillers, que muchos confunden con verdadera literatura negra, y en la que unos cuantos dudosos talentos se han lanzado para regocijo de una industria deseosa de repetir fórmulas como la de Millenium o cualquier otra novela de dudosa altura literaria. Y así tenemos a nuestros luminarias dándolo todo, a la caza del best seller, y de esas anheladas decenas de miles o centenares de miles de copias vendidas, con los sustanciosos dividendos que proporcionan al autor, que ya podrá sentirse muy escritor y mucho escritor, al menos durante unos meses o unos pocos años, en los que firmará muchos libros, engordará su cuenta corriente, antes de darse cuenta, si es que se da cuenta, de que no tiene nada que contar.

Sobre Juan Gómez-Jurado, y sus lobas y sus reinas, ya he hablado mucho. No está solo en su cruzada en pos del best-seller más grande posible. Ahí están otros como Mikel Santiago, Eva García Sáenz de Urturi, Mariano F. Urresti, Javier Castillo, Dolores Redondo, por nombrar algunos españoles, o Joel Dicker, Rosamund Lupton o Paula Hawkins fuera de nuestras fronteras. Estoy en condiciones de asegurar que si una editorial grande española te pone un libro en la mesa de novedades, un libro que se vende como el thriller más impactante o la historia más absorbente, es un thriller aguado, insulso, irrelevante, y basta leer las primeras páginas (la web de la Casa del Libro permite hacerlo) de cualquiera de esos libros para darte cuenta de que digo la verdad. Si hoy en día una editorial le publica un libro a alguien, especialmente si tiene alguna perspectiva de vender algo más de mil ejemplares, puede estar seguro el lector de estas líneas de que ese alguien será un completo incompetente a la hora de escribir Thrillers. Porque no ocurre como en la Novela Histórica, en la que tanto mediocre maquilla sus «novelas» con una tonelada de investigación histórica. En el thriller, especialmente si es Noir, no caben maquillajes de ninguna clase.

No caben periodistas, ni niñatos, ni escritoras con mucha imaginación y mucho tiempo libre. No caben metáforas rebuscadas, ni juegos meta-narrativos, ni inventos de ninguna clase. El escritor de policíaco, muy especialmente el escritor de thrillers, debe ser tan áspero, duro y árido como aquello que está contando, y debe conocerlo de primera mano. Pero no llevando a cabo esas documentaciones exhaustivas de los pseudo novelistas de hoy, sino mamando de esa realidad, emergiendo de ella, como James Ellroy, para venir a contárnosla y hacer literatura negra, y si lo que quieres es hacer un verdadero thriller, tienes que adentrarte, emocional y psicológicamente, en lo más turbio del ser humano, tienes que ir de la mano de Patricia Highsmith, tienes que odiar a la humanidad y tienes que admirar su lado más monstruoso. Ocurrencias y truculencias de salón para los pánfilos. En caso contrario obtenemos los «thrillers» de ahora, que son como servir un plato de carne cruda, sin carne. Y los lectores menos exigentes encantados conque así sea.

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