La muerte de Michael Corleone: La redención de Francis Ford Coppola

Antes de entrar en materia es obligado decir que sorprende la escasa repercusión mediática del estreno del nuevo montaje de ‘El padrino, parte III’ que a continuación me dispongo a comentar, no solamente en la prensa generalista, en la que cuestiones importantes de cine parecen cada vez más relegadas de sus páginas, sino en revistas de crítica especializada, en las que no se ha hecho mención a este evento, cuando es quizá el acontecimiento cinematográfico del año, por mucho que se trate de un remontaje o de una nueva versión de una película de hace treinta años. Quizá el mes que viene, cuando todos los críticos con los que tanto aprende el espectador no cualificado la hayan visto, y quizá se hayan quedado estupefactos con ella, podamos leer algunas recensiones. Pero me permito el lujo de ser pesimista en esta ocasión. Si el cine es cada vez más acomodaticio y menos audaz en parte también es porque los críticos son cada vez más acomodaticios y menos audaces.

Hace nada menos que tres décadas justas se estrenaba en todo el mundo (en realidad a España llegaría en marzo de 1991, poco después de su pase en Berlín), el tercer título de la saga más importante de la historia del cine. Y quizá por las enormes expectativas, quizá también por la reciente trayectoria, supuestamente descendente, de su máximo responsable, quizá por la sorpresa de ver a su hija encarnando nada menos que a la hija del Don, en otro ejercicio de nepotismo que tantas veces se le ha reprochado, o quizá simplemente por ese deseo oculto que tantos albergan de derribar a grandes mitos, la película sufrió críticas atroces. Hubo algunos (en España, por ejemplo, Angel Fdez-Santos) que la defendieron e incluso que la alabaron, e incluso obtuvo siete nominaciones a los Oscar (de los que no se llevó ninguno, en favor de la engolada ‘Bailando con lobos’), pero el sentimiento general fue de decepción e incluso de desprecio: ‘El padrino, parte III’, dijeron, no estaba a la altura de las dos anteriores. Incluso se trataba, a pesar de algunas innegables virtudes, de un título muy inferior. Esta injusticia, esta incomprensión, se ha mantenido desde entonces en el acervo mayoritario. Y ahora, Coppola, en su vejez, ha regresado a ella, y le ha dado otra forma y otro título, ‘The Godafther Coda: The Death of Michael Corleone’, que se ha estrenado en cines españoles el 4 de diciembre, intentando pulir aquello que ya de por sí era el capítulo más desgarrador, emocionante y sincero de la trilogía. Y el resultado es sencillamente apabullante, a falta de otra palabra mejor.

La importancia del montaje cinematográfico

Creo que la razón fundamental del fracaso crítico de la película, de que se la considere un capítulo tan menor, es que muchos no sabían qué hacer con ella, tal como aventuró precisamente Fdez-Santos en su crónica desde Berlín en febrero de 1991… y sucede que aún no saben qué hacer con ella. La pregunta capital ahora mismo es: ¿sabrán qué hacer con el nuevo montaje? Y la respuesta es un enigma. Pero ya que grandes conocedores del arte cinematográfico, como el tal Bracero en su cuenta de Twitter, y otros estructuralistas como él, insisten tanto en la duración de planos y en el lenguaje visual, no estaría de más que la viesen y que nos dijeran, en algo más que los pocos caracteres de Twitter en los que tan pocas ideas hace falta demostrar, qué es lo que piensan sobre esta nueva versión, que se eleva por encima de la primera por una simple (por supuesto no tan simple, como a continuación me dispongo a demostrar) cuestión de precisión de montaje, y ya que en un momento despacharon alegremente la otra versión de esta película, no estaría de más que reflexionasen sobre lo antes escrito, pues los grandes valores de la película de 1990, la genialidad musical de su puesta en escena, estaban ya ahí.

Incluso los que siempre la hemos defendido, a los que nos ha parecido una pieza magistral, de una sinceridad abrumadora, pese a algunos desajustes de ritmo o de tono o de dirección de actores, hemos sabido encontrar una belleza insoslayable en sus imágenes, y hemos sabido ver el vaso medio lleno (en realidad, prácticamente lleno), en lugar del medio vacío que tantos han proclamado (en realidad, prácticamente vacío). Ya en su momento, pese a la cerrazón general, ‘El padrino, parte III’ era un filme muy superior a casi todo lo que se había estrenado en los años inmediatamente anteriores o posteriores en EEUU (salvo quizá ‘Blue Velvet’, ‘Goodfellas’, ‘Casino’, ‘The Silence of the Lambs’, ‘JFK’, ‘Terminator 2’, ‘Dead Man Walking’… y muy pocas más, y habría que esperar a ‘Titanic’ en 1997 y a ‘The Thin Red Line’ en 1998 para ver algo de similar envergadura), y ahora, el regreso de Francis Ford Coppola a este material, a sus 81 años, tiene algo de reivindicación, de vendetta, de redención personal, ahora que muchos nos preguntamos si realmente su ‘Megalópolis’ verá la luz algún día, cuando se le percibe con las fuerzas tan mermadas. Pero viendo ‘La muerte de Michael Corleone’ sucede como con Orson Welles: cuántas cosas nos hemos perdido de un genio del cine por imperativos comerciales o por la ceguera de una crítica que casi siempre va por detrás de la verdadera cinefilia.

El muy inteligente y culto, aunque de carrera muy irregular, Rodrigo Cortés ya declaraba en ‘Todopoderosos’ que ‘Miller’s Crossing’, de ese mismo año, era muy superior a ‘El padrino, parte III’, algo a todas luces muy cuestionable. Pero también ha declarado en bastantes ocasiones que en el montaje está el asunto, la cosa cinematográfica. Imposible tener verdaderos conocimientos de cine si no se tiene esto muy en cuenta. Ese chiste tan brillante de ‘Los Simpson’ no lo sería tanto si no se cortara esa secuencia en el momento exacto, y cualquier breve imperfección en una secuencia inicial puede romper el tono de muchas posteriores y comprometer el resultado final del filme. Esto lo sabe cualquier cineasta y cualquier cinéfilo que se precie de serlo. Y Coppola, que ya demostró su increíble pericia en ‘Apocalypse Now Redux’, y que recientemente regresó a ‘The Cotton Club’ para afinarla y crear ‘The Cotton Club Encore’ (que el autor de estas líneas no ha visto, pero que espera ver lo antes posible), ha aprovechado al máximo la oportunidad brindada por Paramount y ha bruñido y perfeccionado aquello que ya era inalcanzable para la mayoría de los cineastas en activo. El rodaje de ‘El padrino, parte III’ (como el de The Cotton Club’, aunque sin llegar a la enorme presión del primer padrino) fue muy complicado, y el montaje también, con muy poco tiempo para afinarlo. Las obras no se terminan, se abandonan, como dijo Picasso, y bien lo sabe por su parte Coppola.

Con la calma y la sabiduría de un viejo maestro, Coppola ha regresado y ha arrancado finales de secuencia, ha añadido cortes que mejoran el ritmo interno de grandes bloques, ha retirado miradas o gestos que comprometían el tono de la película. Ha mejorado, en suma, todo lo que muchos detectábamos como desajuste, lo que hacía temblar la rigurosidad y el poder de persuasión del filme, porque con dos segundos más o menos la interpretación de un actor puede resultar afinada o amanerada, y una secuencia puede resultar brillante o torpe. Ha añadido también algunos temas musicales y ha alterado el orden de algunas secuencias (otras las ha suprimido por completo). Para finalizar, ha cambiado el inicio (por aquel que estaba en un principio pensado, tal como explica en los comentarios del DVD), y ha alterado ligeramente el final. Por otra parte se ha oscurecido y limpiado el negativo y se ha pulido el sonido de momentos clave. El resultado es pasmoso y superlativo. Con ese comienzo el tono de la película ya es otro, mucho más severo y rotundo, y con la fiesta inicial introducida con mayor energía la película vibra de una forma desconocida, cobra otra vida. Parece renacer. Y ese tono, esa energía, no abandona al filme hasta el final, con algunas decisiones de montaje que resultan fascinantes para aquel que conozca a fondo la versión previa, y los grandes hallazgos de aquella versión ahora parecen más nítidos, más extraordinarios.

En ‘La muerte de Michael Corleone’, con este afinamiento basado en unos pocos cortes, la complejísima y torturada relación de Michael con Kay parece ahora mucho más orgánica, más natural, así como la de Kay con sus hijos. Así mismo, el personaje de Andy García gana en credibilidad, en profundidad, en sugestión. Ya no tiembla ligeramente en algunas secuencias, sino que es un carácter trazado con maestría por actor y director. Se ha hablado mucho, y con justicia, de la genialidad de Martin Scorsese en el campo del montaje. Quizá sea, en algún sentido, el más grande director-montador de la historia del cine. En Scorsese el montaje es energía, percusión, vibración. Es un montaje que llama la atención sobre sí mismo y que es el éxtasis del cine como forma cinematográfica basada en el choque de planos. Pero el montaje de Coppola, sobre todo cuando trabaja con Walter Murch, no le va a la zaga, llamando menos la atención sobre sí mismo y aspirando a alcanzar el cine-música, una concepción operística de lo cinematográfico que ahora, en esta nueva versión adquiere la categoría de sinfonía no solamente en su alabada gran secuencia final, sino en todo su metraje, con un trabajo de sonido sencillamente abrumador.

Todo crítico o cinéfilo que manifieste que no ha habido grandes cambios no sabe, sencillamente, de lo que habla. Por mi parte, me gustaría que si algo puedo conseguir con mi trabajo y mi visión sea que el lector de estas líneas vaya al cine a ver la película las pocas semanas que estará en cartel (porque esta trilogía ha sido concebida entera para verse, ante todo, en cine, en una gran sala que aproveche sus cualidades operísticas). Será algo que agradecerá toda la vida haber hecho, porque filmes de esta tensión estética, de esta elegancia narrativa, se cuentan con los dedos de una mano, sobre todo en el cine reciente. ‘La muerte de Michael Corleone’ es la certificación final del genio incomparable de Coppola, sólo equiparable al de Welles, y de la supremacía absoluta de esta saga en el seno del cine estadounidense. Porque la única palabra que le cabe a esta versión es perfección. Y si finalmente Coppola no logra levantar la producción de ‘Megalópolis’ es el final perfecto a una carrera incomprendida e irrepetible.

2 respuestas a “La muerte de Michael Corleone: La redención de Francis Ford Coppola”

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