De Welles a los años 70

La historiografía del cine es tan mentirosa como la del propio ser humano. Y no sé quién dijo eso de que la historia la escriben los vencedores. No estoy muy de acuerdo. La Historia, como casi todo lo demás, la escriben los mediocres, nunca los visionarios ni los artistas. En realidad la concepción de la historia es la concepción que tenemos de nosotros mismos y del tiempo, es una consecuencia del acervo global, que jamás es realista ni científico, sino basado en ocurrencias, lugares comunes, clichés y desidia. Si nos ceñimos al cine de EEUU, pareciera que allí fue una historia de gloria y exquisitez, desde los grandes logros del mudo de los años veinte, hasta los esplendorosos años cincuenta. Y después de ahí, pareciera también que el tiempo se detiene, y que, como el cine (al igual que todo arte) evoluciona de manera palmaria, pues para muchos se traiciona a sí mismo y deja de ser interesante salvo en algunos casos en los que, no se sabe muy bien cómo ni por qué, algún cineasta recupera algo de las esencias de aquel cine de la «era dorada», salvo en esos casos, insisto, el cine de EEUU es un pálido reflejo de aquel entonces. Para los que así piensan ese cine está plagado de grandes maestros de antaño, entre los que podríamos citar los ineludibles: John Ford, Alfred Hitchcock, Howard Hawks, Ernest Lubitsch, George Cukor, Billy Wilder, Joseph L. Mankiewicz, William Wyler, Frank Capra, Michael Curtiz, Cecil B. DeMille, John Huston, Elia Kazan…

Basta nombrar a cualquiera de ellos para que los cinéfilos más puristas me vengan conque muchas de sus películas son «obras maestras» (cómo le gusta esa expresión a los soberbios…), en las que existe una sabiduría muy superior a la de casi cualquier película contemporánea. Pero yo, que también tengo mi punto de vista y jamás me dejaré arrastrar por la manada, lo tengo muy claro: ninguno de ellos tiene nada que hacer junto a Orson Welles. Ese sí fue un verdadero gigante, a la altura de D. W. Griffith y muy superior a todos los nombrados. Por supuesto que alguno de esos artesanos logró alguna magnífica película, porque eran grandes directores en algunos casos, o porque incluso un artesano puede cuajar algún filme magistral (pienso en la impresionante ‘Gone With the Wind’ o en ‘It’s a Wonderful Life’). Pero nadie hizo nada ni parecido a ‘Citizen Kane’ (1941). A su lado, la posterior ‘Casablanca’ de Curtiz parece un juego de niños. Y así muchas otras. El díptico formado por esa y por la mutilada, y aún así extraordinaria, ‘The Magnificent Ambersons’ eclipsa otros grandes logros como ‘Las uvas de la ira’ de Ford o incluso el ‘Sunset Blvd’ de Billy Wilder. Y esa fue la verdadera razón de que la carrera de Welles no fructificase y no se desarrollara de manera fluida: su genialidad.

A Welles le echaron de Hollywood por bocazas, por intransigente, por el insultante contrato logrado con RKO (y luego rescindido a las primeras de cambio), por sus ideas un tanto izquierdistas… pero sobre todo por ser un outsider, un niño prodigio que sin la menor formación en cine, sin haber hecho antes nada más que teatro y radio, demostró a las grandes vacas sagradas de Hollywood (directores y productores) que el cine no era lo que todos ellos pensaban, sino lo que él era capaz de hacer. Su figura era tan incómoda como la de Mozart en el clasicismo, y su exuberante personalidad, aunque muy carismática, era detestada por los que decidían a quién dar dinero para levantar una película. Fue el primer caso de gran maestro aplastado por su propio genio, destruido por su insobornable grandeza, y también el primer director independiente de la historia del cine americano. Pero, ¿quién se puede comparar con él? Hablamos de cine estadounidense. ¿John Ford? Ford fue un gran director, pero con muchas más películas que Welles su influencia es mucho menor en el cine posterior. Además, Welles explica a Ford, pero Ford no explica el enigma de Welles. Ni la dirección de actores ni el montaje de Ford (piezas angulares de todo gran director), pueden compararse a los de Welles, ni en sus cinco obras maestras ni en sus películas «simplemente» notables.

¿Alfred Hitchcock? Lo mismo. Welles no apreciaba mucho al gran director británico, que jamás podría haber filmado una obra de la energía, la belleza y la melancolía de ‘Touch of Evil’ (1957), por no hablar un filme de la grandiosidad y la radicalidad de ‘Faltstaff/Chimes at Midnight’ (1966). La dirección de actores de gente como Ford, Hitchcock o Wilder está ahora totalmente desfasada. No así, sorprendentemente, la de ‘Citizen Kane’… Con sus cinco obras maestras (‘Citizen Kane’, ‘The Magnificent Ambersons’, ‘Touch of Evil’, ‘The Trial’, y ‘Chimes at Midnight’), más la maravillosa ‘F for Fake’ (1973), y las notables ‘Macbeth’ (1947) y ‘The Tragedy of Othello: The Moor of Venice’ (1952), Welles no solamente eclipsó cualquier otra mirada en el cine norteamericano, sino que sembró las semillas del cine futuro. Testigo que no fue recogido por nadie hasta los años setenta, con la llegada de Francis Ford Coppola y Martin Scorsese, otros dos gigantes, que junto a David Lynch y Terrence Malick, conforman los cinco genios más grandes que ha dado ese cine, porque en ellos se funden no solamente las formas sino una mirada singular hacia el propio cine, una reflexión de su arte a la que ni siquiera llegó Hitchcock con el libro que sobre él escribió Truffaut.

De modo que en realidad la historia del cine de EEUU es bien sencilla: tras los avances narrativos logrados en los años veinte y el advenimiento del sonoro, tras la poco interesante década de los treinta, llega el genio de Welles, que lo aplasta todo a y a todos, y su testigo, su grandeza conceptual y narrativa, no alcanza un eco hasta los años setenta. Y ese eco dura hasta el día de hoy, pues no existe un gran director de la actualidad que no beba de la sabiduría y el genio desplegado por Coppola, Scorsese, Malick o Lynch, ni del primero de todos, el niño prodigio que demostró a Hollywood en qué consiste verdaderamente el cine.

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