Federico Jiménez Losantos se mira en el espejo y ve a un hombre irresistiblemente atractivo y a un intelectual de altura histórica.
Juan Gómez-Jurado se mira en el espejo y ve a un hombre irresistiblemente atractivo, a un novelista de talla mundial, a una persona cultísima, a un altruista y a un visionario.
Santiago Abascal se mira en el espejo y ve a un estadista capaz de cambiar todo un país y (¿por qué no?) todo un continente, ve a un orador magistral… y por supuesto ve a un hombre irresistiblemente atractivo.
Arturo Pérez-Reverte se mira en el espejo y ve a un guerrero, a un soldado de la más alta estirpe, a un novelista capaz de resucitar las formas y las tradiciones literarias de hace cuatro siglos, al azote de críticos y políticos, y no ya a un hombre, sino a un macho tan atractivo que en su mirada se trasluce su amor y su dolor por España y por sí mismo.
Pablo Casado se mira en el espejo y además de ver al futuro presidente de España, ve a un estadista de talla mundial, a un hombre atractivo y elegante, a un hombre de inteligencia agudísima, a un incomprendido y a un jefe maravilloso…
Tengo por aquí un cómic de Richard Corben que pertenece a su mítica etapa Underground y que es magnífico. En él, un hombre y una mujer, ambos muy atractivos y felices, se toman un respiro en una playa paradisíaca. Se titula ‘Cuidado con el mundo real Howie’, y el susoducho Howie descubre que todo es una ilusión, que no existe tal playa paradisíaca, y que él, y la chica que tiene al lado no son ni mucho menos atractivos, y que sus organismos son conchas, son caparazones, y que sus verdaderos cuerpos son esmirriados, caducos y repulsivos. El mundo real es bastante poco edificante, y muchos, y entre ellos los nombrados, sufren de un síndrome terrible y paralizador: el síndrome del autoengaño, que consiste en hacerte pajas mentales todo el tiempo, una tras otra, o una por encima de otra, con el auxilio de tus acólitos.
A unos cuantos he conocido yo de esos: a jefes que se creían magníficos jefes y superdotados profesionales y que eran todo lo contrario, a mequetrefes que se creían grandes escritores y grandes cinéfilos y no sabían absolutamente nada de cine y por no saber no sabían ni poner una coma en su sitio, a personas que van de víctimas por la vida pero que en realidad son los verdugos de las verdaderas víctimas…
Y el autoengaño puede ser lo bastante poderoso como para funcionarte durante un tiempo o puede que durante una gran etapa de tu vida, pero no dura para siempre, y cuando por fin la máscara se cae, la ilusión se desvanece y te quedas sólo con lo que hay, la caída puede resultar muy dura. Es lo que le está pasando ahora a la humanidad entera, o por mejor decir a esa parte de la humanidad que vivía mejor que la otra parte: un pequeño organismo que ni siquiera está vivo, como un fantasma, nos ha demostrado que no somos ni tan fuertes ni tan formidables como creíamos, y que podemos colapsar en cuanto a la naturaleza le apetezca. Y al parecer esto no es más que un pequeño aviso. Podemos seguir auto engañándonos todo lo que queramos, pero lo cierto es que somos seres diminutos que viven en una diminuta gota azul en mitad de un infinito océano de negrura.
Decía Fernando Vallejo que sólo existe la realidad, la dura realidad. Quizá eso de la cultura, eso de ser culto, conceptos ambos bastante equívocos, consista en tener las herramientas para mirar a la realidad de frente y no palidecer, e incluso de ver lo que existe más allá de ella, una realidad que nuestra percepción o sensibilidad actual no puede percibir todavía. Es por ello que «consumir» ficciones basadas en ilusiones, en engaños, como las que nos venden ciertos novelistas o cineastas, o ciertos políticos (que sin duda viven en un mundo de ficción inventado por ellos mismos), nos aleja de lo que puede conseguir en nosotros rodearnos de verdadera literatura, de verdadero arte y de personas que no se engañen ni quieran engañarnos a nosotros. Más bien al contrario: que quieran desengañarnos de esta ilusión a la que llamamos realidad y que nos enfrenten a la verdadera, a esa que no es ni mucho menos confortable o alentadora, pero en la que somos libres. Porque es totalmente cierto ese axioma de que inteligencia, libertad y literatura son la misma cosa.