Como no sea algunos de los que ya te conocen desde hace bastante tiempo, o bien alguno de los pocos que pueden caer por aquí y tener un mínimo de curiosidad intelectual, a nadie le importa nada de lo que tengas que decir ni que aportar sobre cine, literatura o televisión. Y mucho menos de música. ¿Para qué seguir intentándolo? ¿Para qué seguir esforzándote por desarrollar una teoría de la narrativa y de la estilística? ¿Para qué hacer más críticas, escribir más ensayos, desarrollar más artículos sobre narrativa, sobre arte o sobre la diferencia entre novelar y relatar, si nadie va a prestarte demasiada atención o bien puede que te presten atención, pero no lo consideren tan importante como te resulta a ti?… Pues, ¿saben por qué? Porque llevo razón y porque sé de lo que hablo, después de tantos años, ya casi un par de décadas, lo cual me diferencia del 99% de los blogueros, o de los que graban podcasts, e incluso de un alto porcentaje de los que escriben en medios profesionales (es decir, cobrando, muchas veces sueldos bastante exiguos, pero de los que no se merecen ni un céntimo de euro), porque yo no hablo de gustos personales, ni de filias o fobias, ni soy un purista, ni tengo una idea elitista de lo que es el cine o la televisión o la literatura, ni voy por ahí haciendo proselitismo, sino que intento ir más allá, y procurar aportar algo al que me lee, y me consta que lo hago. El otro día Javier Gallego me contaba que empezaba a sentirse poeta… es que él es un poeta, y para serlo lo primero que tiene que hacer es creérselo, creerse a sí mismo, no convencerse, sino persuadirse de que lo es. Y lo mismo me pasa a mí. Yo ya me he persuadido de que lo soy: crítico y narrador. Mi trabajo crítico abarca cientos de críticas y ensayos, y mi trabajo como escritor engloba cinco novelas y una veintena larga de relatos. Si no me persuade eso, nada ni nadie lo hará jamás, ni siquiera que me publique un gran sello editorial, ni que miles de personas (ya lo hacen cientos) entren diariamente en mi página y que un porcentaje de ellos me asegure que mi trabajo les inspira o les enseña nuevos caminos, o que me llamen de colaborador en algún medio. De hecho podría haber hecho cualquiera de esas cosas. Podría haber seguido yendo a festivales de cine, o podría haber trabajado en cine, si hubiera sido lo bastante listo como para soportar la tiranía de los mediocres, como para aceptar trabajar a cualquier precio. Pero no lo he sido. Por eso escribo. Porque para escribir no hace falta ningún servilismo.
A la gente no le interesa cuales son los valores netamente cinematográficos, o cuales son los valores literarios, o por qué razón ‘The Wire’ y ‘The Sopranos’ son, sin discusión, las mejores series de la historia de la televisión, muy por encima de otras muy famosas como ‘Breaking Bad’ o ‘Game of Thrones’. Por mucho que esgrima los mejores argumentos del mundo la gente va a seguir pensando que ‘The Apartment’ (Billy Wilder, 1960) es mejor película que ‘The Magnificent Ambersons’, y cuando me disponga a demostrar (porque yo soy de los que lo pueden demostrar) que están equivocados, creerán que estoy basándome en mis gustos personales. La gente va a preferir, mucho antes, que le cuenten una historieta con cultismos, historicismos y con una estética de tebeo, como hace Arturo Pérez-Reverte o Ken Follett, antes que verdadera literatura, la que representa gente como Miguel de Unamuno, William Faulkner o Thomas Mann, y todo lo que yo, y otros como yo, que conocemos el verdadero displacer de la gran literatura, podamos decir al respecto, no les interesa en absoluto. Puedo escribir, hasta dejar cristalino, por qué ‘The Death of Michael Corleone’ es una obra de arte en la que montaje, fotografía y dramaturgia se funden en una sola hasta hacerse música, pero el espectador va a preferir que Thor y Hulk se líen a golpes en un fondo electrónico creado por ordenador. Y es por eso, precisamente por eso, por lo que algunos escribimos y dejamos nuestras ideas y no nos cansamos de repetirlas, y de hacerlas evolucionar, y de construir una teoría personal y al mismo tiempo universal, que tenemos la esperanza (más por instinto de supervivencia que por ego) que algún día sea tomada en cuenta. Y no me hace falta babosear en redes sociales, ni juntarme con gente de escasa preparación a los que adular para poder tener un puesto, ni estar pendiente de no ser demasiado personal en mis apreciaciones, o de publicar demasiado, o demasiado poco, o demasiado reiterativamente. Si a mucha más gente le importaran estas cosas, le interesaran, quizá yo me dedicaría a otras, y otros como yo harían lo mismo. Pero cuando veo, en medios de comunicación, en multitud de sitios en la red, el escaso nivel, el nulo interés en cuestiones verdaderamente teóricas, profundas o por lo menos relevantes de la narrativa y el estilo, me nace escribir con mucho más ahínco y perseverancia. No tengo nada que perder. ¿En qué voy a dedicar el tiempo? ¿En jugar con juegos del móvil? ¿En discutir en foros sobre la pertinencia del color azul? ¿En escribir chistes en twitter para ganar seguidores y sentirme importante? Anthony Hopkins, probablemente el mejor actor en activo, tiene seiscientos mil seguidores en twitter, muchos menos que los que tienen muchos «donnadies» que no escriben más que majaderías para hacerse los graciosos. No encuentro mejor indicativo para retratar el mundo. Y no el mundo de hoy, o el de los últimos años, sino el mundo de siempre.