Las inmensas limitaciones narrativas Álex de la Iglesia

No sé si tendrá algo que ver, o no, con la pandemia que durante este año ha puesto todo patas arriba, pero hemos visto más series españolas que nunca. Se diría que estamos de enhorabuena, pero si observamos los resultados objetivos de todas ellas, quizá no lo estemos tanto. A la absoluta inanidad e incompetencia de ‘La unidad’, se sumó después la notoria mediocridad de ‘Antidisturbios’, y los excesos melodramáticos, del todo incomprensibles, de ‘Patria’, entre otros títulos. Pero la maquinaria no para y muchos parecen encantados con ello, con HBO España produciendo nada menos que a Álex de la Iglesia su nueva serie, ’30 monedas’, que está siendo muy comentada en las últimas semanas, que algunos dicen que es un resumen de todas las obsesiones del director y que, en teoría, está teniendo bastante éxito. Pero basta con ver los primeros cuatro episodios para constatar, una vez más, las inmensas limitaciones de un cineasta inteligente y astuto que lleva demasiados años instalado en el desparrame y la endeblez narrativa más absolutas.

Cuenta ’30 monedas’, o lo intenta, una suerte de conspiración en la que ciertos elementos de la iglesia católica se esfuerzan por reunir las treinta monedas por las que Judas traicionó a Cristo. Al parecer, el que reúna esas treinta piezas malditas ostentará un poder con el que será capaz de cualquier cosa. Y una de esas monedas se encuentra en el pueblo de Pedraza, en Segovia, cuyo voluntarioso pero algo torpe alcalde (Miguel Ángel Silvestre), cuyo oscuro y misterioso cura (Eduard Fernández) y cuya obstinada y poco común veterinaria (Megan Montaner) se meterán en toda clase de entuertos intentando evitar que esa moneda caiga en las manos equivocadas y enfrentándose a peligros diabólicos y a monstruos de pesadilla tan del gusto del director bilbaíno. De hecho, en su misma premisa, parece el material apto para el que fue responsable de la gran ‘El día de la bestia’, con esa mezcla de fantasía oscura y costumbrismo, de elementos fantasmagóricos y humor castizo que tan pocas veces le ha funcionado pero que él, erre que erre, sigue queriendo que sea su firma personal. Pero aunque no todo es un desastre sin paliativos, la serie dista mucho de ser ni siquiera un interesante ejercicio de género.

Este cineasta empezó su carrera de manera muy prometedora, con los dos peldaños que significaron el magnífico corto ‘Mirindas asesinas’ y el estimulante largo ‘Acción mutante’, para deslumbrar a propios y extraños con un filme único, quizá el más importante de los directores de su generación, el magistral ‘El día de la bestia’ (1995), en la que a pesar de contar una historia rocambolesca con aspecto de venirse abajo en cualquier momento, funcionaba con una coherencia pasmosa e irreductible a cualquier ataque, algo que para su desgracia, no ha vuelto a suceder en ninguna de sus películas de su ya larga y bastante dilatada filmografía. Y no se trata de calificarle de un mal director, o de decir que sus películas son nefastas (aunque alguna lo es), sino de establecer la insalvable incoherencia y hasta desidia estructural en sus películas, su muy cuestionable técnica en la dirección de actores, y la increíble autocomplacencia en la que parece sumido los últimos veinticinco años, en los que después de aquella maravilla ha firmado doce largometrajes, un documental, unos cuantos cortos y alguna serie de infausto recuerdo, en una decadencia formal que parece irreversible.

Su caso es parecido al de su buen amigo Guillermo del Toro (aunque el mexicano ha logrado un impacto mediático mucho mayor y aún menos merecido), dos directores astutos y con querencia por el terror, una imaginaría gótica o pesadillesca, y por el fantástico en todas sus formas, pero ambos muy deficientes a la hora de construir un mundo propio y de hacer un cine con algo más de enjundia narrativa, con un estilo y una mirada en lugar de con elaborados decorados, complicados maquillajes o abracadabrantes historias. Son de ese tipo de director (como Peter Jackson, con el que formarían un trío perfecto) más preocupados por la carcasa que por el fondo, por epatar que por construir personajes sólidos, por el éxito rápido que por edificar una obra duradera. Éxitos rápidos en los que alguna cosa buena se puede rescatar, pero que en ningún caso pueden ser considerados grandes trabajos.

Y no todo es desastroso tampoco en ’30 monedas’. Creo que Megan Montaner está realmente bien, siempre creíble y sólida, y su relación con Miguel Ángel Silvestre, la tensión sexual que se origina entre ambos, está conseguida. Y dentro de este desparrame sin pies ni cabeza, de este guion en el que las cosas suceden porque sí y todo parece solucionarse con los inevitables «Deus Ex Machina», con personajes de cartón piedra y efectos visuales muy conseguidos (excelente la criatura del primer episodio), el argumento poco a poco parece tomar forma, asentarse y tener algo de sentido, aunque los actores estén muy justitos y los diálogos sean sencillamente horrendos. Tiene pegada de la Iglesia cuando se pone a mostrar elementos inquietantes, lástima que ni él ni su habitual colaborador Guerricaecheverría sepan ponerse a tiempo el cinturón de castidad formal y que la autoexigencia se vea demasiadas veces sustituida por el exceso y la traca sin gracia. Quizá en un futuro de la Iglesia pueda volver a demostrar el gran talento de ‘El día de la bestia’, la película perfecta para los que creen que la Navidad es un chiste de mal gusto.

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