Hace ya algunos años, cuando empecé a tomarme en serio esto de escribir sobre narrativa en general y sobre cine en particular, y participé en páginas colectivas como Extracine y Blogdecine, ya dejé caer la idea de la que voy a hablar hoy, aunque como no podía ser de otra manera, una horda de ignorantes (en este país no cabe un tonto más) se tomaron tal idea como si fuera un ataque personal contra ellos, como si yo, que como es obvio no conocía personalmente a ninguno en absoluto, me hubiese levantado una mañana deseando que ellos (sobre todo los de la segunda página) se rasgaran las vestiduras. Pero pensándolo ahora es incluso lógico que tal cosa pasara, porque en realidad sí es un ataque: el de la inteligencia contra el de la infantilización del lector/espectador, que no tiene más remedio, demasiadas veces, que ponerse a berrear, a patalear y a insultar…porque no puede ni sabe hacer otra cosa.
Ante semejante furibunda reacción de esas hordas de majaderos llegué a preguntarme si yo estaba equivocado y si existía alguna posibilidad de que esa idea no tuviese ningún fundamento. Pero la curiosidad y el no rendirte al final te acaba proporcionando satisfacciones: no soy el único que piensa que hay dos caminos muy diferenciados en narrativa, el de la bella ilusión y la maravillosa mentira, y el del desengaño y la cruda pero liberadora realidad. Porque como soy un científico entregado y algo insensato me he puesto a ver y a escuchar los vídeos de Jesús G. Maestro y básicamente dice lo mismo que decía yo (con algunos puntos importantes de desencuentro que ahora comentaré), aunque con palabras quizá distintas (y con mucha menos mala leche que él), sobre estos dos caminos que existen en narrativa, por mucho que él se centre exclusivamente en literatura dado que él es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Pero viene a ser lo mismo… y me cae bien este G. Maestro, por mucho que de cuando en cuando pierda el sentido y se desate en una verborrea agresiva y barriobajera que le hace perder muchos puntos… supongo que me cae bien porque en comparación con él yo soy el tipo más razonable y más calmado y humilde del mundo.
Lo que yo trataba de decir en aquel entonces y lo que he tratado de decir todos estos años hasta la actualidad, es que hay dos formas muy diferenciadas de enfrentarse al hecho de escribir una novela o un relato, o de filmar un largometraje del género que sea (y por género ahora me refiero a documental, corto, largometraje, animación…): una consiste en hacer sentir bien al espectador/lector consigo mismo, y otra en hacerle sentir mal, o por lo menos incómodo, en no dejarle ser inocente respecto al material narrativo que se le acaba de entregar. De ello se deriva, nada menos, una forma de entender la vida y el mundo. Al hacer una obra, el artista, en tanto que persona igual que todas las demás, lleva a cabo una declaración de intenciones, toma una posición en el tablero de juego que es la realidad, y el que no lo vea así es que es un ingenuo o algo peor. Cuando yo hablaba de que en general, siempre en general, el cine de EEUU estaba dedicado a entretener y maravillar al espectador, y el cine europeo y de otras geografías, también en general, tenía por objetivo desafiar la inteligencia y las emociones preconcebidas del receptor, muchos lectores se sentían impelidos y reaccionaban con furia. «¡El cine está para entretener!», me decían, y mejor omito insultos y bobadas dignas de patio de colegio. «¡El cine está hecho para soñar, para evadirse!», clamaban…
Sin querer ejercer de purista, algo que nunca he sido y espero no llegar a ser, yo era y soy capaz de defender películas y novelas cuyo objetivo sea evadir y proporcionar una sensación agradable al espectador/lector. No todas son cuestionables o rechazables. Estoy pensando, sin ir más lejos, en ‘It’s a Wonderful Life’, la maravillosa película de Frank Capra, o en ‘The Stand’, la muy notable novela de Stephen King, por citar dos ejemplos dispares provenientes del mundo anglosajón y que a pesar de que cuentan con momentos terribles y luctuosos poseen finales felices que recompensan al receptor. Pero en mi opinión, el otro camino, el que no te maravilla con fuegos de artificio ni con finales felices, tiene mucho más que ofrecer y a la larga recompensa mucho más al receptor, siempre reacio a ese tipo de narrativa, mucho más cruda y realista, y mucho menos agradecida y colorista. Porque además, si hace algunas décadas la diferencia entre ambas narrativas era sensible, ahora es abismal, y tenemos a personas de más de cuarenta años, que se creen inteligentes y exigentes (incluso críticos o escritores), defendiendo a capa y espada una narrativa de evasión mucho antes que una narrativa conceptualmente compleja y sombría. En otras palabras, defendiendo un cine de modelo estadounidense, un pasatiempos muy vistoso, y una pseudo-literatura de best-seller antes que a verdaderos narradores y poetas, ahora mucho más relegados que antes.
Jesús G. Maestro lleva su discurso mucho más allá, y aunque en gran parte estoy de acuerdo con él, disiento con sus conclusiones: para él la gran literatura es la española (escrita en España e Hispanoamérica), porque es la literatura del desengaño y la más original y audaz de todas, y el resto, ya sea estadounidense, alemán, francés o británico, está muy por debajo salvo en los raros casos en los que están influenciadas por una genealogía de raíz grecolatina. Este hombre lo mete todo en un saco y decide que toda la literatura alemana y toda la literatura anglosajona está fabricada para ilusionar y engañar. Y las cosas no son así. No se puede meter todo en un mismo saco. Estoy completamente seguro, por mucho que él sea catedrático de Teoría de la Literatura y yo no, que ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann y ‘Mientras agonizo’ William Faulkner, por no decir ‘La muerte de Virgilio’ de Hermann Broch y ‘Meridiano de sangre’ de Cormac McCarthy, no participan de esa mentira, de esa búsqueda de ilusión y del (auto) engaño al que se refiere él. Es más, estas obras maestras, escritas en los últimos cien años, están entre lo más grande escrito en el complejo y maltratado género de la novela, y descienden de manera directa de ‘El Quijote’, porque no solamente los escritores en español pueden extraer su originalidad de la originalidad de Cervantes.
De lo que sí estoy seguro es de la infantilización progresiva del espectador/lector medio, que parece ya casi irreversible, convencido de que la narrativa y la ficción consiste en la magia de Disney, los colorines de Marvel o las mentiras de los best-sellers de moda, mientras la crítica, la más abúlica e incompetente de la historia, jalea esos títulos y los pone por las nubes, para su vergüenza histórica, mientras ningunea o desprecia la narrativa de autor, la poética, la que alberga valores estéticos y filosóficos. Pero supongo que si el siglo XVIII fue una catástrofe para la literatura, bien puede serlo también el XXI, y quizá así tengamos más tiempo para centrarnos en lo importante y para defender el legado de lo que verdaderamente valioso.