El idioma de la Literatura

Creo que me llevará toda una vida de lecturas y desvelos conocer a fondo la literatura, no tanto para compartir aquí mis ideas (aunque también) como para emplearlas conmigo mismo y con mis trabajos de ficción, que no van a dejar de crecer. Pero poco a poco, bebiendo de todos los pozos, indagando en páginas, en ensayos, en el pensamiento de algunos grandes estudiosos, voy teniendo las cosas más claras. No soy tan iluso de creer que algún día estaré versado en las letras españolas, alemanas, inglesas, francesas, italianas y japonesas (por decir algunas nacionalidades), además de conocer las novedades que salen todos los años (que la gente compra como si lo más importante fuera estar al día…), y además no creo que sea necesario. Basta mantener una exigencia altísima y al final las cosas caen por su propio peso. Por otra parte, aunque la crítica actual se ha borrado o simplemente ha demostrado de manera fehaciente su clamorosa incompetencia analítica y pedagógica, la crítica de otros tiempos ya ha señalado algunas de las cimas, por lo que no se trata de buscar a ciegas en un mar sin balizas.

Y todavía hay algunos por ahí que defienden con argumentos, con cosas que decir, su particular idea de la literatura, y que tratan, con bastante éxito, de construir una teoría de la más extraña de las bellas artes. Tal es el caso de Jesús G. Maestro, el catedrático de la universidad de Vigo del que ya he hablado en otras ocasiones aquí y que es poseedor, además de una página web y de un canal de youtube, de un ego y una mala leche, de una ferocidad e incluso agresividad en ocasiones, que me convierten a mí en el más humilde de los críticos. Valdría la pena decirle que sus excelentes argumentos (de los pocos que he leído o escuchado que los tenga) se acaban diluyendo por sus excesos verbales, sus salidas barriobajeras y su tono de sheriff perdonavidas, pero supongo que no es de las personas que hagan caso de recomendaciones de nadie. De todas las ideas y conceptos que destila, hay uno que me llama particularmente la atención, y es el de considerar la literatura en español (no exclusivamente la que se ha hecho en España) como la más original del mundo, y a otras tan importantes como la alemana, la irlandesa o la estadounidense, como muy inferiores, siempre dispuestas a engañar al lector, y siempre dispuestas a «destruir la lengua española».

Pero aunque pueda comulgar con cierta paranoia imperialista, o aunque me guste pensar que puede ser verdad que la literatura española sea una de las más potentes del mundo, no creo que solamente exista el genio en la literatura española, y que en los casos en los que exista fuera de ella sea porque está influenciada por las letras grecolatinas… por mucho que Maestro aluda a cuestiones científicas que así lo demuestren (y que nunca ha explicado cuáles son). Yo tengo ya mi propia teoría de la literatura, y al igual que me pasa con el cine, cojo lo que me gusta de algunos autores y el resto lo desecho. Y mi teoría tiene que ver con ese velo de lo sublime sólo parcialmente levantado al que aludía Thoreau, con ese territorio en el que transitan las obras más geniales y quizá algunas que se acercan a la genialidad. Con esa armonía, ese eco, esa tensión que sólo poseen las obras maestras de las bellas artes narrativas, a lo que podemos acceder leyendo esas obras. Me explico.

De acuerdo en que la literatura nació en Grecia, en que luego fue romana y después hispana. Pero la literatura no es un bien nacional o identitario de una civilización en concreto. Cae en una grave contradicción Maestro al aducir que en la literatura el lenguaje no es más que una tecnología, y luego en querer demostrar que la literatura española es la más importante. Si no es más que una tecnología, no conoce de lenguas ni idiomas, y por tanto no conoce de fronteras. Pero yo estoy seguro de que el lenguaje, en literatura, es algo más que una tecnología. El lenguaje es la herramienta fundamental de la literatura, el arma, la estructura formal básica, y aunque la genealogía literaria nace en Grecia y es posteriormente, fundamentalmente, grecolatina e hispana, el genio no es propiedad de ningún país, porque la literatura, como idioma, es irreductible a las nacionalidades y a las identidades culturales, tal como Maestro, de nuevo contradiciéndose, afirma con su particular vehemencia. La literatura, como la música, puede tener un origen concreto, pero ahora es universal como fenómeno.

Por supuesto que ‘El Quijote’ es la más importante y la primera de todas las novelas occidentales, pero cualquiera que la haya leído, o cualquier escritor que reciba su influjo aunque sea de manera indirecta e involuntaria, puede hacer uso de él y llevarlo a su terreno, escriba en inglés, francés o alemán. Porque, insisto, la literatura no es grecolatina o hispana, es un idioma universal, y acaso el más valioso y oculto de todos ellos, y en sus ejemplos más sublimes, sean de la época que sean y escritas en la lengua que sea, son todos ellos lo mismo, participan del mismo núcleo y de la misma necesidad de una ficción que explique la realidad, y de una realidad que explique la ficción. La ficción es un segundo mundo, cercano al nuestro, por mucho que no sea operativo. Es el espejo que cualquier civilización avanzada y no aherrojada por ninguna ideología o fanatismo religioso. La literatura es el fin de toda religión, de todo idealismo… pero también de todo pragmatismo, de toda ciencia. La literatura es el juego supremo que juega según sus propias reglas, y que aunque no debe ser tomada en serio, se toma muy en serio a sí misma.

Cuando leemos ‘Meridiano de sangre’, ‘La montaña mágica’, ‘La muerte de Virgilio’ o ‘Mientras agonizo’, por muy alemanas o anglosajonas que sean, obtenemos un pedazo de la genialidad de ‘El Quijote’, somos transportados a un territorio literario único pero complementario entre sí. Accedemos a ese mundo por diversas fuentes y en distintos idiomas, pero ese mundo es exactamente el mismo. Es una estratosfera literaria, una Arcadia estética, muy concreta, un espacio en el universo físico y material, en el que algunos participamos del levantamiento, acaso fugaz, del velo aludido por Thoreau. Aquí no caben extremismos nacionalistas o paranoias persecutorias como las de Maestro. Solamente cabe, para aquellos que nos atrevemos a levantar teorías estéticas de alguna clase, a escribir crítica y ficción, afinar bien el oído para aprender el idioma de la literatura, la más esencial de toda ella.

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