Hace algún tiempo me rondó por la cabeza escribir un texto acerca de la discriminación de los géneros. En él me proponía demostrar, en la medida de mis posibilidades, el modo en que la crítica y el público tiende a considerar unos géneros (entendidos como marcos narrativos) por encima de otros, como si la tragedia estuviera por encima de la comedia, o como si Sci-Fi o el Western fueran géneros menores, por alguna extraña razón. Pero dándole vueltas al asunto creo que lo que de verdad se discrimina no es un género, sino un concepto de narrativa, o por lo menos un concepto de ficción: el de la aventura.
Yo creo que desde hace aproximadamente unas tres o cuatro décadas, siempre teniendo en cuenta lo que se convierte en icono en occidente (no puedo hablar de otros ámbitos, dado que no los conozco), y en literatura antes que en cine (pues la literatura siempre llega antes y condiciona, por mucho que no nos demos cuenta, al cine), el concepto de aventura se ha ido convirtiendo, de manera paulatina pero imparable, en esta cosa amorfa que sufrimos hoy día que, salvo honrosas excepciones, no puede llamarse así de ninguna manera. La aventura que se estila hoy en día es algo así como un libro de autoayuda o un cómic para adolescentes en el que obtenemos un relato trillado, unos personajes estereotipados y, lo más terrible de todo, un mensaje o trasfondo optimista, todo ello servido con una narrativa de kiosco y una mirada complaciente con el espectador y con el mundo en que vivimos, en la que la muerte y el dolor apenas tienen cabida. Lo que más me sorprende es que haya lectores (y espectadores) de este tipo de aventuras que nada les puede aportar a su vida interior.
La Aventura, con mayúsculas, es mucho más que el viaje del héroe, porque por mucho que Joseph Campbell tuviera razón en muchas cosas, si existe una ficción que no puede someterse a una plantilla predeterminada es precisamente la ficción aventurera. La Aventura posee sus propios códigos y se asienta en un territorio mucho más vasto que la mayoría de los marcos genéricos porque en ella caben muchos de esos marcos, tales como la Sci-Fi, el Western, el Histórico. Su primer opuesto es el relato de marcado cariz íntimo o intimista, pero en la aventura también caben situaciones intimistas. Su segundo opuesto es el relato realista y de trazas sociológicas… pero en la aventura también caben esas trazas.
La aventura, en primer lugar, es movimiento. No existe aventura sin movimiento, y ha de ser por supuesto externo, físico, material, pero también interno, psicológico, emocional. Ambos movimientos han de alimentarse entre sí, y a menudo, en los personajes que pueblan la aventura, ambos movimientos colisionan entre sí, no se vinculan de manera orgánica, y el carácter ha de sufrir un cambio profundo, o incluso una catarsis, para que ambos movimientos se sincronicen.
En segundo lugar, es conocimiento. Pero hay muchos tipos de conocimiento, y en la aventura primordial y más valiosa el mayor conocimiento de todos no es intelectual, ni siquiera emocional, sino visceral: el que nos ayuda a sobrevivir a cualquier coste. Es por ello que la aventura jamás debe ser moralista o moralizante, tal como comprendían a la perfección grandes escritores como Rudyard Kipling y Jack London. Tampoco debe ser edificante o con mensaje. En realidad la aventura debe ser purificadora a un nivel anímico. En otras palabras, el estado anímico al que debe inducir al lector/espectador (y cada ficción o narrativa debería aspirar a conseguir un estado anímico muy concreto en su receptor) es el de una purga, una limpieza interior. Lo que nos lleva al tercer punto.
Porque para terminar con la genealogía más básica de la aventura en ficción, el tercer concepto fundamental es el de la muerte. No puede existir aventura sin muerte, en todas sus formas y manifestaciones. La limpieza, la purga, está directamente relacionada con la idea de muerte, de aniquilación de la identidad del lector/receptor. Una aventura es una ficción destinada no a hacernos sentir mejor, no a liberarnos de nuestros miedos, sino a confrontarnos con ellos, a despojarnos de la hojarasca de nuestras prejuicios y a mirar a la muerte cara a cara. En caso contrario no puede llamarse aventura.
Y ahora que me diga el lector de estas líneas si estas aventuras que se publican hoy en día, sean del marco genérico que sean, cumplen a cabalidad estos atributos y requisitos. Yo creo que muy pocas, y las que lo cumplen lo hacen a medias y teniendo siempre en cuenta que el lector y/o espectador se sienta bien consigo mismo. Por lo menos aún aparecen cosas como ‘The Mandalorian’, en la que sus responsables se han tomado en serio su relato, cumpliendo con solidez los atributos nombrados y otros que también son importantes. Porque una aventura es también un viaje de compañerismo, a menudo entre compañeros mal avenidos, y las más grandes aventuras poseen un inevitable trasfondo filosófico, e incluso una elaborada tesis filosófica de base, que sirve de coartada cultural para sus personajes.
La aventura, ya inevitablemente aguada y adulterada para satisfacer las mentes menos imaginativas, aún perdura como espejo supremo de nuestros miedos y limitaciones. Con la aventura nos enfrentamos, en el juego de la ficción, a nuestra pequeñez en el universo, y la lucha de sus personajes por la supervivencia se convierte en la nuestra, en una metáfora de nuestro día a día y también en una inspiración inconsciente con la que afrontar nuestros anhelos más secretos. Es la ficción aventurera, la grande, la que más aporta al lector/receptor dispuesto a pactar con la mentira, pero también con un autor que sea capaz de proponerle un viaje de ida y vuelta hacia la muerte. Y yo, dentro de mis posibilidades, voy a contribuir a ella, porque en realidad todas mis ficciones son aventuras de supervivencia, a menudo supervivencia extrema, tanto en mis relatos (como el volumen que puede adquirirse muy barato en esta página), como en mis novelas, y la primera y más extensa de ellas la voy a poner a la venta en Amazon ya mismo, por lo que, además de explicar mis ideas y de manifestar mi desagrado con gran parte de la ficción aventurera actual, doy ejemplo con mi propio trabajo.
4 respuestas a “La decadencia de la Aventura”
Hola de nuevo Adrián,
En este caso creo que voy a hacer como en la anterior entrada y voy a preguntarte, ¿cuáles consideras que son las grandes obras de aventuras a nivel literario y cinematográfico? Aparte de la que mencionas, con la que estoy muy de acuerdo.
¡Un saludo!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Hola, JJ
No me haces preguntas fáciles. Las mejores aventuras de todos los tiempos son por supuesto ‘El Quijote’, la primera de todas, y luego ‘Dracula’, ‘Moby Dick’, ‘La isla del tesoro’, ‘El conde de Montecristo’, ‘Colmillo blanco’, ‘La llamada de lo salvaje’, ‘El señor de los anillos’, los relatos de ‘Conan, el bárbaro’…
En cine ‘El hombre que pudo reinar’, ‘King Kong’, ‘El imperio contraataca’, ‘Apocalypse Now’, ‘Lawrence de Arabia’, ‘Aliens’…
Un saludo.
Me gustaMe gusta
[…] partir de ahí lo que me propuse fue escribir la aventura total. Un survival extremo, sin coartadas, sin límites. Estoy cansado de leer pseudo novelas o de […]
Me gustaMe gusta
[…] ha dejado su impronta y su personalísima y desengañada mirada no solamente hacia el western o la aventura, sino hacia la soledad estadounidense y el cine mainstream de ese país, convirtiéndose en un […]
Me gustaMe gusta