La famosa foto en realidad son varias, porque en aquella velada se sacaron unas cuantas instantáneas, pese a que la que más se ha reproducido es precisamente la que yo he puesto arriba del todo. Antes de entrar en materia quizá conviene explicar un poco su historia.
Corría noviembre de 1972 y a George Cukor se le ocurrió organizar un almuerzo multitudinario, uno de tantos de los que tenían y siguen teniendo lugar a finales de año, cuando la temporada de premios se iniciaba (ya se habían dado a conocer las nominaciones los Oscar y ‘El discreto encanto de la burguesía’ había sido seleccionada finalista a mejor película en habla no inglesa y a mejor guion original), y en este caso el agasajado sería Luis Buñuel, a su regreso a Los Ángeles varias décadas después. El evento tendría lugar en la mansión de Cukor, en el 9166 de Cordell Drive, en Beverly Hills, muy cerca de Mulholland Drive, y a él asistirían algunos de los directores veteranos más famosos de las últimas décadas, y otros no tan jóvenes pero ya muy respetados. En la foto, están de izquierda a derecha, y de pie, Robert Mulligan, William Wyler, el anfitrión George Cukor, Robert Wise, Jean-Claude Carrière y Serge Silberman, y sentados, Billy Wilder, George Stevens, el homenajeado Luis Buñuel, Alfred Hitchcock y Rouben Mamoulian. No está nada mal. También acudió a la cena John Ford, pero no apareció a la foto porque estaba ya muy mal de salud y se encontró indispuesto, por lo que se fue de allí antes de que la sacasen (hay otras en las que sí aparece).
La mayoría de las personas que ven la foto, incluso estudiosos del cine o críticos formados, simplemente miran la foto y sonríen, pensando y afirmando que fíjate tú qué bonita foto con tantos directores «geniales» allí reunidos. Esta imagen no solamente es famosa, es mítica. Cualquier habitual amante del cine puede tenerla entre sus fetiches. Ahora bien, podría ser un interesante ejercicio ver más allá de la foto, y sobre todo, si se tiene verdadero espíritu crítico, darse cuenta de lo que la foto representa, seguramente sin querer hacerlo. Y en primer lugar lo que se ve es que unos cuantos de los retratados no tienen ascendentes estadounidenses. Dicho en otras palabras: son hijos de inmigrantes o directamente directores emigrados de Europa a Hollywood. Cukor, Wyler, Wilder, Hitchcock y Mamoulian son, por así decirlo, cineastas adoptados por el imperio USA, que por circunstancias diversas tuvieron la suerte de poder seguir trabajando en Estados Unidos. El agasajado extranjero supuestamente era Buñuel, pero extranjeros eran más de la mitad, atraídos por una parte por el poderío financiero de Holywood, y habiendo huido muchos en los años treinta y cuarenta del horror del nazismo en Europa.
Da que pensar lo que habría sido de la supuesta era dorada del cine estadounidense si esos talentos se hubieran quedado en Europa y en algunos casos (pienso por ejemplo en Fritz Lang) hubieran podido continuar su carrera en este continente. Es muy posible que su obra hubiera sido mucho más grande de lo que fue, incrustada ya en la maquinaria de los estudios de Hollywood. Pero eso es tema, probablemente, para otro artículo. Porque me gustaría centrarme en lo que verdaderamente se ve más allá de la foto. En lo que de ella emana de manera involuntaria. En la agonía estética (agonía entendida como contienda, combate, competición, proveniente del griego agon) que surge al situar en el mismo campo de visión varias obras, varios compendios estéticos dispares, en esta ocasión el de Luis Buñuel con el de todos esos gigantes del todopoderoso cine estadounidense. Y sucede como tantas veces que la verdad salta a la vista
Y es que ni siquiera los famosísimos Hitchcock y Wilder, por no decir Ford, adorados por generaciones de cinéfilos y ensalzados por legiones de críticos, tienen nada que hacer con la obra de Luis Buñuel, en ningún aspecto. Al igual que el primero y el tercero de ellos, Buñuel hizo cine durante la época muda, y también de la misma forma que ellos, se vio obligado a emigrar a Estados Unidos, aunque no huyendo del nazismo alemán, sino del fascismo español, que surgió antes. Sin embargo al contrario que ellos, no cuajó en la industria estadounidense, probablemente porque su personalidad artística es mucho más indómita, teniendo en cuenta, además, que Buñuel nunca tuvo verdadera vocación de cineasta.
La vocación de Buñuel, en realidad, era destruirlo todo, acabar con todo. Ilustre miembro del surrealismo, para él, para los de su movimiento, un verdadero acto poético habría resultado de destruir el Louvre. Semejante peligro público es uno de los más originales cineastas de la historia del cine, uno de los pocos artistas verdaderos que ha dado este arte bastardo, y los miembros del cine académico estadounidense no tienen nada que hacer a su lado. Él está en otra liga, la liga de Welles, de Kurosawa, de Fellini, de Tarkovski, y su obra fue notable hasta el final, sin sufrir del severo declive que se aprecia en las trayectorias de Wilder, Ford (su declive en realidad llegó desde 1952) y Hitchcock. El agasajado y homenajeado era Buñuel, pero los falsos genios que estaban a punto de salir de cuadro eran ellos, en favor de los muchos más grandes Coppola y Scorsese, que representan el verdadero canon, junto a Welles, Lynch y Malick, del cine estadounidense.