Por qué Hitchcock no es un revolucionario

Hace algunas semanas, al hilo de un artículo mío sobre Hitchcock y Tarkovski, en el que interpelaba yo al tal Bracero, otro de esos analistas de cine de tres frases y seudónimo que abundan en Twitter, y que al parecer creen que con eso ya se construye algún tipo de idea interesante sobre el arte en general y sobre el cine en particular, se aludió a mi comentario de que Hitchcock es un director «académico», cuando en realidad, para esta persona (que a diferencia de otras que escriben sobre cine sí ha ido a una escuela y algo sabe de lo que habla), eso es un error de los gordos ya que el británico es en realidad uno de los cineastas más revolucionarios de la historia. Bueno, pues cojo el guante que nadie ha lanzado y sigo tirando del hilo de lo que intento desarrollar acerca de Hitchcock y de otros de su generación (o un poquito posterior), tales como Billy Wilder o John Ford, consciente una vez más de que aunque se haya asistido a una escuela de cine durante varios años, se sea una persona muy inteligente, como sin duda es ese tuitero mencionado y lo serán muchos otros, y aunque se intente defender la idea de un cine más artístico o elevado, es muy difícil escapar de ideas predominantes sostenidas durante muchas décadas, de un sistema y estilo de narración casi omnímodo (el anglosajón) y en general de una manera de entender el cine y el arte narrativo en su totalidad (la novela, el cuento, incluso la música) que empobrece las posibilidades de cualquier medio o soporte visual, sonoro o literario.

Quizá la cuestión sea que yo soy muy exigente (conmigo mismo también, por cierto), o quizá la cuestión sea lo que uno espera o lo que le pide al cine o a cualquier otro arte narrativo. No lo sé. Sea como fuere, yo no pretendo demostrar, ni ahora ni desde que empecé a escribir con más o menos seriedad, que Hitchcock ni otros como Hawks, Wilder, Ford u otros muchos son malos cineastas. Ni por asomo. Se trata de excelentes directores que, dentro de su clase, lograron grandes cosas y en cierto sentido asentaron una idea muy definida, muy consciente (y hasta autocomplaciente) de lo que debe ser el cine. Pero lo que de ninguna manera les convierte, y a eso es a lo que voy, es en grandes genios, renovadores o los más grandes cineastas de la historia, especialmente en el cine sonoro, es decir el verdadero cine. Y la única razón por la que a estos directores, y no a otros, se les considera, en su propio país (lógicamente…) y en gran parte de Europa como los más grandes, es que pertenecen a la industria cinematográfica más pujante que jamás ha existido en occidente, y por extensión a uno de los imperios culturales y propagandísticos más vigorosos de la historia de la humanidad, hasta el punto de que en España, por ejemplo, a la gente no suele gustarle el cine, sino «las películas americanas» y todo lo demás se considera muy inferior o directamente no se considera. Lo que primero sorprende, por tanto, es que tantos comentaristas y estudiosos de cine, como este chaval al que me he referido y muchos otros, que defienden un cine más vanguardista, más «elitista» en algún sentido, más libre y artístico, por definirlo de alguna manera, se dejen arrastrar precisamente por este tipo de cine y lo consideren «el más revolucionario».

Cuando yo mismo, de niño, caí en las redes del cine para no salir jamás de ellas, tuve la suerte de poder ver muchas de las películas del mal llamado «cine clásico» (en realidad es cine «académico», pero ahora voy a eso) americano, el que se consideraba el mejor, el más grande, además del más entretenido, en contraposición a un cine europeo supuestamente más plúmbeo, más «de autor», más aburrido, más para minorías elitistas o pedantes; y cuando fui a la Escuela de Cine de Madrid y luego al Instituto de Cine de Madrid, y abundé mas en estos directores y en muchos otros, estadounidenses o no, empecé a darme cuenta de que las cosas no son exactamente como tantos críticos de entonces (y tuiteros de ahora) repiten hasta la saciedad; pero no fue obviamente hasta que empecé a escribir en varios medios y a desarrollar mis propias ideas (como creo que debería hacer todo el mundo, en lugar de aceptar las establecidas como una verdad incontrovertible), que en algunos aspectos se parece, pero que en muchos otros disiente de la manera oficial de ver las cosas, aunque en verdad está bastante de acuerdo con lo que otros, muy poco conocidos, pensaron antes de mí. Lo segundo que me sorprende es que tantos estudiantes de cine fervorosos y estudiosos y formalistas no hayan hecho ese mismo camino que algunos hacemos en el que simplemente aceptar lo que decían nuestros abuelos sobre el cine quizá no sea la manera más adecuada y enriquecedora de acercarse a esta manifestación ni a ninguna otra manifestación artística.

Tal como expuse en el artículo ‘El cine mudo y los niveles narrativos‘, el cine nació mudo por imperativos técnicos y de distribución, es decir de manera obligada, cuando en realidad como invento, como idea, fue visual y sonoro desde sus inicios. En cualquier caso, los que empezaron a hacer películas, en América y Europa, de un modo cada vez más asiduo, perfeccionaron una suerte de lenguaje visual, un prototipo, unas convenciones de puesta en escena, la mayoría de las cuales perviven hasta el día de hoy, y esto les basta a muchos analistas, a mi juicio bastante superficiales y poco exigentes, para afirmar de manera rotunda e incuestionable (cuando en realidad es una idea frágil y muy cuestionable), que el mudo, esa etapa artificial en la que el cine todavía no era lo que podía ser y en la que muchos cineastas de gran talento configuraron cierta idea de la imagen en movimiento, obligatoria y hasta orgánica si querían que el cine fuese el cuentacuentos que en definitiva sigue siendo hoy día en muchos aspectos, y conseguir levantar una industria multimillonaria que fuera sostenida por millones de espectadores todos los años y en gran parte del mundo. Pero es a ese carácter de cuentacuentos (en inglés storytelling), y no otro, al que me quiero referir ahora, que en realidad pertenece a esa concepción anglosajona del espectáculo y de la narrativa, consistente en epatar al espectador con «una historia bien contada», con una narrativa básica en la que ese espectador no deba trabajar demasiado (en realidad no deba trabajar nada), y que entronca, de manera insoslayable, con la concepción en la esfera anglosajona (Estados Unidos y Reino Unido, sobre todo) de la literatura como ese artefacto narrativista, más que narrativo, como ese storytelling referido, que ante todo debe entretener al espectador, debe divertir a su platea antes que cualquier otra cosa (ya decía Wilder que si hace un plano de las nubes, el espectador estadounidense espera que en cualquier momento salga un avión, y que si no lo hace seguramente se encuentre ante una película europea).

Lo que se creó en el mudo fueron, debo insistir en ello, convenciones narrativas, muchas de las cuales fueron innovadoras (¡obviamente, se estaba estableciendo las bases de cierto tipo de cine!) en lo visual, no en lo sonoro, y solamente en cuanto la imagen y el sonido se fusionaron para hacer películas, nunca con la imagen por encima del sonido sino más bien al contrario, se pudo apreciar cuáles de esas convenciones podían abrir puertas futuras y cuales otras serían caminos trillados, transitados en décadas posteriores hasta el día de hoy por el 99% de los directores. Claro, esas convenciones de la composición del plano, del uso de la luz, del encuadre y movimiento de los actores, en muchas ocasiones más orgánico y menos cerebral y elaborado de lo que algunos a día de hoy creen, imbuidos de esa sensación de que existe un lenguaje oculto pero verdadero en las imágenes, consciente por parte del autor y a desentrañar por parte del espectador cualificado, es en lo que se basan para construir sus tesis sobre ese «lenguaje cinematográfico» esencial, y para escribir sus tuits sobre ese plano de la parte inicial de filme que tiene su respuesta en ese plano final, o sobre ese espejo roto en el fondo del encuadre y que refleja a la pareja cuya relación está a punto de romperse, o sobre esas llaves fundamentales para el devenir del argumento encerradas en unas manos a las que el director encuadrará enfáticamente hasta un plano detalle, y todo el acervo de imágenes (pocas veces de sonidos) que estos estudiosos del cine atesoran y emplean como ejemplo para demostrar lo que es el cine y lo que es narrar con imágenes, como si la imagen artística fuera algo unívoco y como si la puesta en escena consistiera en un repertorio de trucos de magia que no es tal, sino una retahíla de trucos visuales (de nuevo casi nunca sonoros).

Alfred Hitchcock, al contrario que muchos otros contemporáneos suyos, era un director muy inteligente, que llevó a su máxima expresión el aprendizaje de las tres primeras décadas del cine, y que supo meterse al público en el bolsillo, y al que los chicos de Cahiers reivindicaron como uno de los más grandes, con bastante éxito. Fue lo que hoy es Spielberg y lo que han sido muy pocos más: un director capaz de saber los gustos del público y de dárselo con una apariencia de gran calidad estética. Un parque de atracciones, un gran mecano. Lo sorprendente es que fueran los muchachos de Cahiers, que tanto abogaban por cambiar el paradigma del cine para otorgarle una pátina de realismo y de libertad, los que más y mejor le defendieran a él y a otros como Ford, Lang o Vidor. Hasta el punto de que todos ellos, del primero al último, incluido Godard, trataron de emularle a él y a algunos convencionalismos del cine estadounidense, con la falsa apariencia de estar haciendo crítica cinematográfica con sus películas (¿cómo se hace eso, exactamente?), o de homenajear a esos «grandes maestros». Y de aquella corriente de pensamiento (de aquellos polvos…) llegamos a los tuiteros de hoy (estos lodos), que mientras desprecian el cine de Spielberg, por todo aquello que representa, vanaglorian el de Hitchcock, sin darse cuenta, por alguna extraña alquimia, ¡de que son lo mismo! Spielberg lo único que ha hecho es llevar a sus últimas consecuencias lo que el británico ya depuró en sus películas: el cine como un divertimento esteticista, como una supuesta apuesta ingeniosa y formal, un enorme regalo con lazo incluido («otros directores te dan un trozo de vida, yo te doy un trozo de pastel», decía Hitchcock) pero sin nada dentro, olvidando quizá que los grandes cineastas, como todos los grandes artistas, hacen cine para algo…desde luego para algo más que para encandilar al público y obtener enormes cantidades de dinero.

Claro, quizá habría que redefinir el concepto de revolucionario que esgrimen estos tuiteros y otros analistas. No se puede, empero, ser revolucionario perfeccionando esquematismos visuales y estructurando, con gran inteligencia eso sí, convenciones narrativas. Tampoco se puede ser revolucionario trabajando para el público. No lo puede ser Spielberg, como tampoco lo puede ser Hitchcock. No se puede despreciar a uno y admirar a otro. No se puede ensalzar a Buñuel, Tarkovski, Bergman, Kurosawa, Mizoguchi, Dreyer… y defender a Hitchcock. Porque no se puede ser más antitético. No se puede intentar cambiar el cine y refundarlo, como hicieron los de la Nouvelle Vague, y tratar de emular a los americanos… de ahí que el único gran cineasta francés, el único gigante, sea Bresson, de la misma manera que el único gigante estadounidense de las primeras décadas del sonoro (obviando, claro está, a Buster Keaton y D. W. Griffith, del mudo) es Welles, que sí es un verdadero revolucionario. ¿Y por qué Welles es un verdadero revolucionario, y Hitchcock (al que el mismo Welles no tenía en gran estima) no lo era? Porque Welles comprendió las verdaderas posibilidades del cine sonoro (el verdadero cine, insistiré las veces que haga falta), porque él sí era un artista total y no solamente, aunque también, un prestidigitador visual. Porque en él concurren los cauces indispensables de la dirección de actores, de la creación de personajes, de hacer cine «para algo», una visión del mundo, un pedazo de vida, la dramaturgia del teatro y la profundidad de campo del cine, el montaje, el sonido… los grandes logros de Welles (‘Citizen Kane’ – ‘The Magnificent Ambersons’ – ‘Touch of Evil’ – ‘The Trial’ – ‘Chimes at Midnight’ – ‘F for Fake’) lo son sobre todo porque significan una exploración de las verdaderas capacidades estéticas del cine, mientras que las grandes películas de Hitchcock (‘Shadow of a Doubt’ – ‘Notorius’ – ‘Rear Window’ – ‘North by Northwest’), son una exploración de los límites del cine académico, es decir del cine convencional en el que dos más son cuatro, en el que obtenemos una presentación, un nudo y un desenlace, en el que a los actores se les encuadra siempre en plano medio en cualquier situación que no sea extraordinaria, y en el que prima sobre todo la «storytelling’.

En Hitchcock, como en Ford, en Wilder o en Hawks, lo importante es lo que se cuenta, y se adecúa a ello el cómo se cuenta. Las imágenes son lo que parece que son, y a veces se establece un juego de códigos o de espejos tan del gusto de tuiteros modernos y de analistas irresolutos, que nos descubren el Mediterráneo todos los días con delectación, como si esto fuera el ¿dónde está Wally?, o como si para el espectador medio pudiera ser importante la composición formal de un plano. Pero el cine ha de ser, como la gran literatura, un pedazo de vida, no un mecano codificado. Y para eso ha de ser algo más que un storytelling. ‘Moby Dick’ no va realmente de unos balleneros tratando de cazar un enorme cachalote blanco, ni ‘El Quijote’ de un tipo que se vuelve loco con los libros de caballerías. Si esa fuera su razón de ser, no serían más que cuentos. Pero no son cuentos, sino excepcionales novelas, cumbres de su género, porque debajo de su argumento aparente, que en efecto existe, hay otra cosa. Debajo de su imagen evidente existen muchas otras… su verdadera razón de ser, su núcleo, su «para qué». En el caso de Hitchcock, Ford, Spielberg y muchos otros no hay nada debajo de su imagen aparente. No hay vuelo poético, no hay un «para qué». No hay una visión del mundo ni una exploración real del cine, sino un narcisismo muy bien vestido, una construcción epatante, unos fuegos de artificio brillantes y astutos, pero huecos de verdadera vida. Hitchcock es el paradigma, el epítome del academicismo formal porque en él se dan cita todas las convenciones, llevadas al límite. En su desbordante ingenio visual es el maestro de cierto tipo de cine hipercodificado, hiperdirigido, unívoco, tendencioso, cerebral. La mentira definitiva, la barraca de feria elevada a arte pop.

Pero Hitchcock jamás será Welles, ni Bresson, ni Lynch, ni Malick, ni Coppola, Tarkovski, Buñuel, Bergman, Mizoguchi o Antonioni. No será más que un pastelero entre auténticos poetas.

27 respuestas a “Por qué Hitchcock no es un revolucionario”

  1. Acá en la Argentina, Hitchcock y Ford, en las corrientes nuevas de cinéfilos (aquellos de entre 20 y 30 años) son considerados los cineastas más grandes de la historia. De hecho, para la mayoría de los expertos en cine de acá, Vértigo es la mejor película que se ha hecho. Ahora bien, creo que esto ocurre debido a que los críticos más renombrados dictan esa pauta (p.ej. Ángel Faretta). No me quejo de nuestro ecosistema cinematográfico, considero que el medio y el cine en general aquí son muy respetados, pero no estaría mal que los horizontes se ensancharan y se tomaran en cuenta otros directores. Pero como dices tú, Adrián, se necesitan críticos y conocedores cualificados, con credenciales, que hagan posible ese escenario.

    «Hitchcock es el paradigma, el epítome del academicismo formal». Es así. Esto me recuerda a que la famosa escena en la ducha de «Psycho» fue rodada por ayudantes de Hitchcock, o sea, él les dio los lineamientos generales y que siguieran al pie de la letra las convenciones del género. Al final, a Hitchcock no le gustó lo que filmaron y tuvo que ir al set y tomar las riendas. Pero, más allá de eso, no me imagino hoy día a Fincher o a Lynch en sus mansiones dirigiendo una escena a distancia por Zoom, creo que con lo detallistas que son no dejarían que nadie filmara por ellos. Mi punto es que Hitchcock llevó el academicismo hasta ese nivel: él tranquilo en algún lugar, mientras unas personas filmaban una escena con base a parámetros totalmente preestablecidos.

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    • Hola, Robert!

      Claro, en Argentina os pasa como aquí. Y ay del que quiera llevar la contraria a esa idea. No conozco al tal Faretta. ¿Escribe en algún medio que se pueda leer online?

      No sabía que fue rodada por ayudantes en un primer momento. Esa secuencia desde luego es magistral, y es lógico que finalmente tomara las riendas. Por lo que sé no estaba muy seguro del resultado final del filme. En realidad el genio en esa película es Herrmann.

      Fincher o Lynch son autores totales. Hitchcock jamás podría haber hecho algo como ‘Lost Highway’ o ‘The Girl with the Dragon Tattoo’, aunque viviera 150 años.

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      • The Girl with the Dragon Tattoo de David Fincher es una película totalmente innecesaria en su filmografía, y no porque sea mala, sino porque la original es infinitamente mejor con unos soberbios Michael Nyqvist y Noomi Rapace que enaltecen sus papeles. De hecho mientras que hubo trilogía en Suecia, en EEUU se quedó en 1º película porque no hacía falta llevarlas al cine. Lo mismo pasó con Abre los ojos, posiblemente la mejor película de Amenabar, cuando hicieron el remake con Vainilia Sky haciendo un bluff

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      • No se trata de discrepar o no que, obviamente, nunca se va estar totalmente de acuerdo en todo, pero después de firmar una trilogía sueca muy acorde a los libros de Stieg Larsson, veo innecesario hacer un remake de una buena película, al margen, de que sea una buena película.

        De hecho, creo que tantos remakes estropean el cine, aparte de denostar la preocupante falta de buenas historias que contar. Te pongo un ejemplo dado que no te gustó que te hablase de Amenazar del que, para mí, Abre los ojos, es su mejor película con un excelente Eduardo Noriega

        El ejemplo que te hago es sobre Posesión infernal de Sam Raimi que dió pie a una trilogía que tú conoces. Obviamente, a esa primera parte los efectos especiales se le nota lo mal que ha envejecido pero sigue siendo una joya dentro del cine de terror. Sin embargo, se estrenó una nueva versión hace unos años que es una auténtica bazofia (que a lo mejor volvemos a discrepar)

        Por cierto, ¿Qué opinas de Pedro Almodóvar y su cine?

        Un abrazo!

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      • No me atrae nada Almodóvar. Respeto su independencia y su arrojo, es capaz de obtener momentos de gran vehemencia, pero no me creo sus películas en su totalidad.

        Yo no creo que la película de Fincher sea un remake de las suecas. Creo que es simplemente su versión de los libros, o por lo menos del primer libro. Libros que, por otra parte, no tienen mucha literatura de peso en sus páginas.

        Tenemos una percepción muy divergente: en mi opinión el filme de Fincher es muy superior a la serie sueca, en todos los aspectos. Y no creo equivocarme.

        Un abrazote.

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      • A mí el cine de Almodóvar no me gusta en absoluto. Para mí, un director sobrevalorado

        Respecto a Fincher, quizás tengas razón pero siempre es bueno discrepar con gente inteligente con otro punto de vista

        Otro abrazo

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      • Soberbio artículo, dónde demuestras, una vez más, tu conocimiento del cine. Sólo puedo aprender de lo que propones.

        De los citados autores, salvo de Mallick y Coppola, ¿Que películas recomiendas para captar su esencia en total plenitud?

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      • Me sueles hacer preguntas en estos comentarios que invitarían a hacer un comentario más largo que el propio post…

        Quizá haga también un artículo sobre los filmes esenciales de cada director. Lo cierto es que es una buena idea, pero no me pidas ponerme a hacer listas en los comentarios, o no terminamos nunca.

        Un abrazo.

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      • Pues te lo agradecería Adrián. Tus artículos invitan a hacer preguntas de este tipo que deriven en artículos así. Pero si, mejor un artículo así

        Un saludo!

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  2. Acá te dejo un artículo de Faretta sobre Hitchcock en particular: https://www.asalallena.com.ar/faretta/hitchcock-obra-glosario-hitchcockiano-fragmento/ y un conjunto de sus artículos en general: https://www.asalallena.com.ar/category/faretta/ y, por si quieres profundizar, acá el link de una conferencia -> https://www.youtube.com/watch?v=kOgWge5d3SA

    Percibí en los comentarios el nombre de Amenábar y no puedo decir menos que lo siguiente: no he podido ver ninguna película suya (ni creo que lo haré nunca) desde que leí una crítica que le hizo a Scorsese tachándolo de «sobrevalorado»… ¡Cuánta soberbia, eh! Dejo prueba acá: https://twitter.com/int1980/status/982571777720242178/photo/1

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    • He estado leyendo algunos de los artículos de este crítico que me has mandado y debo decir que no entiendo nada. Mucha palabra supuestamente docta y poco contenido. No parece alguien a quien tener en cuenta.

      En cuanto a Amenábar, no me sorprende, pero también puede decir su opinión. No creo que sea un director interesante, puedes saltarte su obra sin ningún problema.

      Un saludo!

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  3. El proyecto va bien, esperando que la municipalidad ordene la reapertura de las universidades y poder presentarlo al profesorado y a mis compañeros. Guardo la ilusión de que tenga acogida, en verdad acá en Argentina, en España y en todas partes, se hace complicado que el común de las persones se interese por la esencia de la narrativa, sus fundamentos, resortes y trascendencia. Pero es lo que me gusta y es lo quiero transmitir. «Escribe que algo queda», dicen por allí, y a eso me aferro.

    Y sí, Faretta es abigarrado y emplea una verborrea irritante, pero te lo digo: es el formador de opinión cinematográfica más reputado… Yo tampoco entiendo la mayor parte de sus críticas… Por eso te leo a vos y a cada persona que puedo le recomiendo tu blog, a ver si se imbuyen de conocimientos lúcidos y llanos como los tuyos.

    Por cierto, Adrián, sería interesante que hicieras una entrada acerca de las musas o de los personajes más bellos e intrigantes del cine en tu opinión… En estos días vi una especie de corto de «Twin Peaks» -«Who is the dreamer?»-, donde aparece Mónica Bellucci, y realmente no me puedo quitar a esa mujer de la cabeza, el aura que posee y que la envuelve es fascinante, su mirada revela una sensualidad críptica y al mismo tiempo encantadora, y tiene una capacidad sugestiva que a mí me ha sacudido. Lástima que no actuó en una película que la consolidara, o tal vez es que en realidad no es una buena actriz, en fin… Pero de que es hermosa, lo es sin lugar a dudas.

    Para vos, ¿Qué mujeres han dejado huella en ese aspecto?

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    • Puff, la respuesta a esa pregunta puede ser infinita. Pero no sé si me preguntas por mujeres con un aura de sensualidad y belleza sin par o más exactamente por grandes actrices, o directamente musas. Aunque tampoco tengo muy claro a qué te refieres con musas, discúlpame…

      Gracias por recomendar mi blog, colega, te prometo que lo hago lo mejor que puedo para intentar compartir pasiones y conocimientos.

      Un abrazo.

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  4. Realmente, Hitchcock es algo totalmente opuesto al «academicismo formal», el cual estaba todo el rato dinamitando. Como dice Godard, es el único (de los pocos) que estaba siempre experimentando, al nivel de Welles o Fuller. Lo que pasa con Hitchcock es que a veces hay que contraponer lo que él hacía en sus películas con lo que las películas por lo general hacían en su momento, el tipo trabaja siempre sobre una tradición. Hawks y Ford también hicieron eso, con más o menos éxito. Pero no hay otra forma de innovar que no sea cambiando y utilizando cosas de una tradición, en este caso la cinematográfica hollywoodiense. Y aún así hay algo radicalmente nuevo en como dirige Hitchcock, al nivel de cómo lo hace Bresson o Welles. No reconocer esos matices en los grandes directores clásicos y reducirlos a logros técnicos y «pop» es, a mi modo de ver, algo que tiene más que ver con estrechez de miras.

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    • Buenas tardes, antonio

      Con todos mis respetos a Gordard, él tampoco tiene por qué tener la razón necesariamente. Eso de que Htichcock estaba todo el rato experimentando yo lo puedo poner bastante en duda, viendo ‘Marnie la ladrona’ o ‘El hombre que sabía demasiado’.

      Tampoco tengo muy claro que Samuel Fuller estuviera todo el tiempo experimentando o que se pueda poner a ambos a la altura de Welles, pero respeto su opinión, claro está.

      A eso me refiero, antonio, «dentro de la tradición cinematográfica hollwoodiense», una de las más conservadoras y académicas del mundo. Ninguno de los nombrados por usted, salvo Welles, se salieron de esa tradición, sólo la perfeccionaron, la llevaron a su límite. Pero un revolucionario, como Welles, como lo pudo ser Mozart, utilizando obviamente las innovaciones previas de su arte, lo llevan a otro nivel, mucho más personal, trascendiendo los límites de su tiempo, de la técnica y de su identidad nacional.

      Meter en el mismo saco a Hitchcock que a Welles o Bresson es como meter a Spielberg en el saco de Coppola, Scorsese o Yimou. Cada cual es muy libre, por supuesto. No tengo nada en contra, pero desde luego voy a dejar por escrito, tal como he hecho aquí, lo que pienso.

      Me parece perfecto que usted considere este artículo una muestra de «estrechez de miras». A mi modo de ver es estrechez de miras pasarnos cien años más loando a Hitchcock, Ford, Wilder y Hawks, y no a muchísimos cineastas mucho más valientes y por tanto más valiosos que ellos.

      Un saludo afectuoso.

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      • La tradición de Hollywood fue una bastante compleja, y aunque reaccionaria en muchos sentidos fue lo suficientemente rica como para formar una especie de «arte clásico» con artistas singulares. ¿Tenía unos modelos establecidos? Claramente, como los tiene cualquier etapa artística relevante. Pero los artistas de ese momento (Ford, Hitchcock, Boetticher, Fuller, Hawks) conocían mejor la gramática cinematográfica que lo que la superficie aparentemente pop de sus películas podía sugerir. Nada más hay que ver los experimentos narrativos que van de «To have and have not» a «His gir friday» y a «Río Bravo». O los cambios que hay en la dirección de actores desde «Pasión de los fuertes» a «Liberty Valance». En fin, creo que la dificultad de los clásicos muchas veces está en eso, en quedarse en una superficie genérica que aparentemente no cambia… ¡aunque dentro todo esté bullendo! Es como ir a un museo y decir que todos los retratos reales son lo mismo, por poner un ejemplo, y obviar los avances y modulaciones que hay entre ellos. «Llevar a un límite una tradición» no es una trivialidad, y se puede ser rabiosamente personal e innovador trabajando siempre sobre la misma.

        No creo tampoco que llevemos «X años loando a Hitchcock, Ford, Wilder y Hawks» en mayor medida que a Scorsese, Coppola o Tarantino. Veo a estos últimos directores mucho más aplaudidos que a los cuatro anteriores (de los cuales por cierto Wilder no me gusta nada). Y sin embargo, no creo que hayan sido ni la mitad de visionarios que los otros. Una vez eliminadas ciertas barreras del cine clásico, ¿qué hicieron Scorsese o Coppola con ese «nuevo cine» que nacía con el New Hollywood? ¿Consiguieron llevarlo a un límite como dices antes como los clásicos? Sin quitarles méritos, pero a mi modo de ver fueron De Palma, Cimino o Bogdanovich los mejores de esa generación, y precisamente fueron los que mejor asimilaron esa mezcla de influencias del cine americano anterior a ellos y el nuevo cine europeo. Para buscar a «agentes libres» en el cine americano hay que irse a Welles, Lynch o Hal Hartley. Y ni siquiera por eso son mejores.

        Y ya acabando, aquí dejo uno de los mejores textos que he leído recientemente sobre el cine clásico de Hollywood, de una de las críticas más lúcidas actuales, Axelle Ropert:
        https://raco.cat/index.php/Comparativecinema/article/download/329728/420343/

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      • Bueno, veo que tenemos percepciones bien distintas sobre unas cuantas cosas, pero no pasa nada.

        En mi opinión situar a De Palma, Cimino o Bogdanovich antes que a Coppola o Scorsese me parece mucho más osado que colocar a Hitchcock muchos peldaños por debajo que a Welles. A veces cuando creo que mis ideas pueden ser chocantes o exageradas, otros me sorprendéis con cosas como esa. Dudo mucho que ninguna película de De Palma, de Cimino o de Bogdanovich pueda acercarse a ‘Taxi Driver’ o a ‘La conversación’, pero es que no creo que la mejor película de Cimino o Bogdanovich pueda hacer nada frente a ‘La ley de la calle’ o a ‘Gangs of New York’. La única de ese trío que se me antoja grande, ‘Carlito’s Way’, es una rara avis dentro de la irregualr y extraña carrera de De Palma.

        Por otra parte poner a Hal Hartley en una misma frase junto a Lynch o Welles me parece más que osado. Me parece un verdadero órdago.

        De todas formas siempre está bien conocer otras visiones de este entramado apasionante que es el cine.

        Muchas gracias por su comentario y un saludo afectuoso!

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