El próximo jueves 18 de febrero, alrededor de las veintidós horas en España, un objeto artificial pugnará por ser el segundo en surcar las arenas de ese planeta que lleva varios siglos fascinando a la humanidad. Se trata del Perseverance, que tras la misión Hope de Emiratos Árabes y la TianWen-1 de China, será el tercer proyecto que llega a Marte este mes de febrero, en su caso con un Rover con el que se espera aprender muchas más cosas de las que ya sabemos y quizá empezar a sentar las bases de la futura colonización del planeta, que tendrá lugar en la próxima década. La razón por la que tres misiones de agencias tan distintas (aunque todas ellas han colaborado entre sí…) se acerquen al planeta e incluso pretendan bajar hasta su superficie (la china lo hará presumiblemente en mayo, después de tres meses orbitando) es que es ahora cuando el llamado «planeta rojo» está más cerca de la Tierra, pues no olvidemos que en su desigual rotación ambos planetas pueden pasar muchos meses con el Sol entre ambos, y a una distancia de casi cuatrocientos millones de kilómetros, ocho veces más que ahora.
Pero siempre hemos tenido la espinita clavada con Marte, y supongo que todavía hay muchas que averiguar y muchas sospechas que confirmar o que descartar. ¿Fue esa roca ahora inhóspita, hace cientos de millones de años, un planeta parecido al nuestro? ¿Proviene de allí la vida que aquí prolifera con tanta exuberancia? ¿Es posible convertirlo en un segundo hogar? Lo iremos averiguando con el tiempo. Lo único que es seguro es que es intención de Estados Unidos, China y Europa crear allí una colonia permanente, al igual que en la Luna. Colonia que a su vez servirá de base de operaciones para la minería espacial que tendrá lugar durante la segunda mitad del siglo XXI en el cinturón de asteroides que separa Marte de Júpiter. Todo esto suena a Sci-Fi, pero es completamente verídico, y con un poco de suerte estaremos allí para verlo. Pero antes veremos otra cosa, porque la Perseverance va a grabar su descenso a la superficie, y seremos testigos de ello en directo (con los obvios minutos de retraso de unas imágenes que han de recorrer más de cincuenta millones de kilómetros) aunque la nave se estrelle…algo que siempre es posible, si tenemos en cuenta que una de cada dos misiones a Marte ha fracasado. Podremos ver con todo lujo de detalles un descenso histórico aunque la imagen corte bruscamente a negro…
Y este anhelo que tenemos algunos (creo que muchos) por ver esas imágenes, tiene que ver con el apetito, el deseo casi, de mirar que sólo nos satisface el cine. El cine, y en menor medida la televisión, nos hace abrir los ojos, y si hace ciento veintipico años los presentes en la sala se quedaron impresionados y horrorizados ante un tren en movimiento que surgía de la pared para arrollarles a todos, y hace veinte años nos quedamos ensimismados viendo una y otra vez en la tele cómo las Torres Gemelas se derrumbaban, en esta ocasión tendremos ocasión de ver cómo un ingenio humano se acerca a un planeta que quizá dentro de diez años pise por primera vez un ser humano desafiando todas las leyes de la naturaleza, y que sospechamos que esconde respuestas a ciertas preguntas trascendentales, o por lo menos la llave a encontrar esas respuestas un poco más allá. Pondremos las imágenes una y otra vez, se estrelle o tenga éxito (aunque sospecho que si ocurre lo primero las pondremos incluso más veces), si es que la NASA consigue enviar al mundo entero un secuencia de descenso nítida y amplia… y si no también, deseando encontrar en ese fondo borroso las montañas y los cráteres de John Carter.
Eso es, creo yo, el cine en su estado más primordial, mucho más que el cuentacuentos dramatizado que tantas veces hemos visto: la capacidad de alguien de mostrarte algo que nunca has visto, de hacer abrir bien los ojos, de vivir una experiencia sensorial y estética fuera de toda norma o convención narrativa. Adentrarnos en el persistente espectáculo de la naturaleza, sentirnos dioses capaces de moldear la materia y el tiempo, de mostrar la vida y la muerte, lo hermoso y lo terrible, en un solo plano, en una sola imagen, de ser gigantes en lugar de seres raquíticos, de acomodados elitistas jugando a trucos visuales de salón. El cine puede y debe ser algo más que un Hitchcock o un Spielberg. El cine ha de ser un Welles, es decir un Cervantes, un Melville o un Mann. El cine puede narrarlo todo y mostrarlo todo, romper todas las barreras y dejarnos tan estupefactos como si hubiésemos vivido mil vidas, mientras la mayoría lo emplea y lo ve como un pasatiempos, un bastardo y ya agotado heredero de la gran literatura.
3 respuestas a “Perseverancia en la imagen”
Soberbio artículo, una vez más!
Dos breves cuestiones:
1) Mencionas la película John Carter ¿Qué te pareció?
2) ¿Crees que nuestros avances tecnológicos pueden hacer que lleguemos a recrear en la vida real películas como Atmósfera Cero o Desafío total?
Un saludo
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Gracias, hombre
No me disgustó John Carter, que recibió críticas atroces. Tiene mucho encanto.
Bueno, no es que lo crea, es que lo dicen los científicos. Supongo que aún falta bastante para eso, pero es el objetivo.
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Si, yo de hecho, me la compré. No entendí sus críticas pero el protagonista después de esa película y Battleship fue condenado al ostracismo de Hollywood.
Si, quién sabe. Con suerte, lo veremos antes de estirar la pata
Un saludo
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