La Bigelow

Siempre nos referíamos, y nos seguimos refiriendo, a ella como «la Bigelow», no como Kathryn Bigelow, y desde luego no hablamos de una película suya como una película de Kathryn Bigelow, ni como una película de Bigelow, al igual que hablamos de un filme de Scorsese o de un filme de Anderson, como si fuera necesario en primer lugar el hecho de recalcar que es una mujer, que es el apellido de una directora, no de un director, y lejos de ser un acto machista me da la impresión de que es un acto de gran respeto por una directora que ha trascendido con mucho su condición de cineasta a pesar de no ser muy conocida para el gran público. Kathryn Bigelow es, sencillamente, un mito del cine.

Cómo no serlo cuando ya de joven se ganó un nombre en algunos circuitos artísticos como pintora, llegando a trabajar con Julian Schnabel, y pronto empezando a demostrar su talento como directora con el cortometraje ‘The Set-Up’ (1978), para terminar desarrollando una carrera notable, no muy amplia en títulos, pero lo suficientemente destacada en un mundo en el que muy pocas directoras consiguen sobresalir, pues el cine, especialmente el anglosajón, es un universo muy machista en el que simplemente si eres mujer y directora eres directamente una rara avis (y lo mismo pasa con los directores de fotografía, los músicos de cine, etc). Pero Bigelow ha conseguido, que ya es conseguir, cierta fluidez en su carrera, hasta acumular diez títulos a lo largo de cuatro décadas, y a pesar de que muchas veces no ha obtenido gran éxito de público y tampoco de crítica, pero volcando en ellos bastante personalidad y no pocas de sus obsesiones, convirtiéndose en algo parecido a eso que algunos llaman una verdadera autora.

Y es que a pesar de no poseer en su filmografía con ninguna obra maestra rotunda, son innegables la pericia técnica y narrativa, así como la fuerza expresiva y la coherencia estética desarrollada en bastantes de sus filmes, con historias habitualmente contadas por hombres (algo que se ha dicho mucho en su carrera, y que en esta ocasión sí es machista) y centradas en la que parece la idea fundamental de su personalidad artística: el fenómeno de la adicción en todos sus niveles, a partir de la cual se ramifican los argumentos de sus filmes más logrados. Tras arrancar con la estimable y poco conocida ‘The Loveless’ (1981), con un estupendo Willem Dafoe, codirigida con Monty Montgomery, dio un golpe encima de la mesa con la magnífica ‘Near Dark’ (1987), que aquí se conoció con el estimulante (para variar) título de ‘Los viajeros de la noche’, en la que deslizaba muchos aspectos de un estilo incipiente y deslumbrante, contando esta historia de vampiros nómadas (con parte del reparto de ‘Aliens’, algo que vaticinaba lo que estaba por venir…), en el que el elemento de adicción era, por supuesto, la sangre que necesitan los vampiros para sobrevivir, pero también la necesidad de la cercanía del ser amado o deseado.

Y era sólo un anticipo, porque sus tres siguientes películas conforman una trilogía policíaca que quizá sea lo más memorable y emocionante de su carrera: la que conforman ‘Acero azul’ (‘Blue Steel’, 1990), ‘Le llaman Bodhi’ (‘Point Break’, 1991) y ‘Días extraños’ (‘Strange Days’, 1995), en las que sigue explorando el tema de la adicción. En la primera la adicción a las armas y a la violencia, en la segunda la adicción a la adrenalina, y en la tercera la adicción a la nostalgia y a los recuerdos. Casi nada. Y los tres filmes con momentos muy logrados (especialmente los dos últimos), con secuencias de suspense formidables, y con secuencias de acción de primerísimo nivel, que la auparon como una de las directoras con mayor talento para las grandes set-pieces de acción y como una verdadera renovadora del género policíaco, con una influencia mucho mayor en él de lo que la mayoría de los analistas han sabido apreciar, pues su estilo ha sido mil veces copiado en infinidad de títulos y series de televisión y muy pocas veces igualado en intensidad e impacto visual. Etapa, por cierto, en la que estuvo casada (1989-1991) con James Cameron, el cual dicen que participó en el guion de ‘Point Break’ y que sí está acreditado en el de ‘Strange Days’, y cuya cercanía probablemente la influyó de la misma manera que ella le influyó a él.

Su carrera posterior a esa apócrifa trilogía sufrió bastantes bandazos, con los sucesivos fracasos de ‘El peso del agua’ (‘The Weight of Water’, 2000) y ‘K-19, the Widowmaker’ (2002), que no forman parte de lo mejor de su filmografía, pero cuando parecía que su carrera se había estancado y su continuidad corría peligro, llegó una pequeña película filmada en su totalidad con cámara en mano y cuyo estreno pasó desapercibido, pero que poco a poco fue creciendo con el boca a boca hasta convertirse, contra todo pronóstico, en un éxito de público y crítica y alzarse con el Óscar a mejor película, además de proporcionarle a ella el de mejor dirección, convirtiéndose en la primera mujer en la historia que lograba tal galardón. Y es que el cine es veleidoso, tanto que ese premio, sin duda merecido por una película con trazas notables, titulada ‘The Hurt Locker’ (2009), en la que volvía a su obsesión por la adicción, esta vez adicción por la guerra y la cercanía de la muerte, no la ayudó precisamente a conseguir una carrera muy fluida, y desde entonces ha filmado tan solo dos películas más, bastante inferiores a aquella, aunque sin duda con elementos narrativos interesantes, como son ‘Zero Dark Thirty’ (2012) y ‘Detroit’ (2017), cerrando otra trilogía apócrifa sobre la guerra dentro y fuera de Estados Unidos.

Ahora que la china-estadounidense Chloe Zhao parece más que segura ganadora del Óscar a mejor directora por ‘Nomadland’ (2020), después del León de Oro y del Globo de Oro, cabe preguntarse, con tristeza, si aquel premio a esta singular directora que ha sido la Bigelow, quien ya con 69 años puede que no tenga muchas más oportunidades para seguir filmando, realmente ha supuesto un cambio en la machista silla del director (y del director de fotografía, y del músico de cine), o no. Y la respuesta, sin duda, es que no, al menos en la industria estadounidense y en muchas otras, porque dos directoras en 21 años del siglo (y ninguna en el siglo pasado) es un pobre bagaje que demuestra que las cosas siempre cambian muy lentamente, y ni siquiera ese artificial movimiento que ha sido el #MeToo puede cambiarlas, porque hacen falta movimientos sociales y sísmicos mucho más profundos que ese para que grandes directoras puedan hacernos saber que están a la misma altura que sus colegas varones. Quizá dentro de cincuenta o sesenta años más… si es que aún hay cine.

2 respuestas a “La Bigelow”

  1. La verdad es que la película En tierra hostil es la obra maestra de su filmografía. Las otras ni fu ni fa. No están mal pero tampoco son grandes películas pero sin embargo, hay que reconocerle el mérito de ser la primera directora en ganar un Óscar y descubrir al camaleónico Ojo de Halcón de las posteriores películas de Marvel.

    Interesante artículo

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