Por mucho que los más puristas insistan en que el arte, sea o no narrativo, aunque especialmente cuando lo es, ha de operar con realidades, y no sumergirse en fantasías o en ilusiones (algo con lo que yo también he estado de acuerdo más de una vez), es probable que el divino Wilde tuviera razón (como tenía razón en casi todo) cuando dijo que un artista puede expresarlo todo. De hecho puede que esa sea su verdadera función en el mundo: ser aquel que, al contrario que los demás, puede expresarlo todo con cualquier elemento a su alcance. Y pese a que me considero muy poco o nada creyente (aunque de alguna manera sé que esto no es todo y que bajo ningún concepto estamos solos en el universo), hay algunas cuestiones que tienen que ver con lo oculto, con el misterio, que no puedo evitar que me subyuguen como han subyugado al ser humano desde el principio de los tiempos.
Tiene también razón Jesus G. Maestro cuando dice que la literatura (y acaso el cine no es más que una forma bastarda de literatura) nace del mito, la magia y la religión. Y quizá por ello quien sabe si ciertas cosas que podemos ver en las ciertas películas nos evocan reminiscencias de un pasado inmemorial, despiertan en nosotros instintos primarios, ancestrales, indagando en elementos supraterrenales que nos llevan de la mano a un estadio incognoscible de nosotros mismos, a ese terror o a esa hipnosis que nos deja literalmente sin palabras. Y a este respecto quiero referirme a la obra maestra de Martin Scorsese ‘Silencio’ (‘Silence’, 2016) y a la magnífica película de Robert Eggers ‘La bruja’ (‘The Witch’, 2015), que son prácticamente simultáneas en el tiempo y que comparten, sin proponérselo en ningún momento, un instante absolutamente sobrecogedor en el que escuchamos a sendas entidades, bien conocidas por todos, de forma absolutamente nítida, dirigiéndose a lo atribulados protagonistas (el monje portugués Rodrigues en la película de Scorsese, la joven Thomasin en el filme de Eggers).
Sin querer revelar nada particularmente destacable de su desarrollo argumental, sí podemos decir que ambas voces se escuchan en el instante culminante de las dos películas, y que la voz (en una la de Daniel Malik como Black Phillip/El diablo, en otra Ciarán Hinds como Dios) eclipsa cualquier otro elemento narrativo, visual, sonoro o conceptual, hablándole también al propio espectador, provocando una emoción muy difícil de describir. En el filme de Scorsese, Rodrigues lucha por mantener su fe en Dios, y en el de Eggers, una familia se enfrenta al mal absoluto proveniente de un bosque cercano y corporeizado en la figura del macho cabrío al que llaman Black Phillip. El objetivo de ambos cineastas, si bien esquivo y muy sutil, es inducir al espectador a una experiencia mística, con la que podrá rozar, valiéndose de la imaginación, la existencia tanto de Dios como del Diablo, pero en ningún momento de forma crítica o racional, sino entregándose a lo sobrenatural con una decisión y una valentía admirables.
No me imagino al cine de hace sesenta o setenta años proporcionando al espectador una experiencia semejante. Y es una experiencia enteramente construida con sonido y nada más, a pesar de que al escuchar la voz de Dios tenemos un plano detalle de un icono católico, y al escuchar la voz del Diablo tenemos a la niña en primer plano. El viaje de descubrimiento espiritual del monje, y el hundimiento en las tinieblas de la niña, quedan totalmente coherentes y convincentes porque ambas películas, desde el mismo principio e incluso en las secuencias posteriores a esas secuencias clave, están edificadas en torno a esa voz, a esa revelación mística. Y el objetivo final de Scorsese y Eggers (uno de los talentos narrativos a tener en cuenta en el futuro, sin ninguna duda) resulta evidente: sobrecoger al espectador, apelar a sus emociones más básicas, que no son otras en realidad que las espirituales, las que provienen de nuestros ancestros, de la religión, el mito y la magia… incluso de antes de la literatura: de la voz de aquellos que narraban historias, e introducían el virus de la narración en los corazones de aquellos que les escuchaban.
6 respuestas a “La voz de Dios y del Diablo”
Interesante punto de vista de la bruja. Le haré un revisionado después de salir descontento del cine la primera vez que la vi. De Scorsese no hay que decir nada: es un genio.
Otro artículo a tener en cuenta, y van …
Cómo siempre, da gusto aprender cosas nuevas del Sr Massanet
Un abrazo
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a mucha gente no le convence ‘La bruja’. Creo que simplemente no es lo que esperaban.
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Ciertamente. Además no da miedo en absoluto, y eso decepciona
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Es que no es una película de miedo sino sobre el miedo.
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Adrián, has señalado que no sos creyente. Y siendo España una nación eminentemente católica, ¿Cómo has hecho para no ser alguien religioso viviendo en una de las cunas del catolicismo? Se me viene a la mente El Día de la Bestia (1995) y te imagino imbuido de esa aura de qué esta impregnada esa película.
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Hola Robert,
Hay mucha gente en este país que no es creyente o religiosa, a pesar de ser como tú dices una de las cunas del catolicismo.
De todas formas podemos ser no creyentes, pero desde luego somos católicos, porque lo católico no solamente tiene que ver con ir a misa los domingos e ir a confesarse cada tanto tiempo. Lo católico también es una forma de ser y de comportarse y de pensar, y algo parecido os pasa allá en la Argentina.
Me temo que todos los madrileños tenemos algo de ‘El día de la bestia’ (1995). Es el mejor ejemplo de madrileño universal que existe.
Un abrazote!
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