A esos se les tarda en identificar, o tardas en aprender a identificarlos, que viene a ser lo mismo. Se encuentran en todos los órdenes de la vida, por supuesto: en el trabajo, en la pareja, en la familia, en la cola del médico, en el autobús, entre los vecinos, en las instituciones… Pero del que voy a hablar –lógicamente, pues este es un sitio sobre narrativa–, son esos caraduras que acaparan los medios de comunicación, que son los que el público conoce, los que medran, los que llegan, los que tenemos que soportar lo que escriben, lo que proclaman, lo que rebuznan día a día. Y por supuesto voy a referirme a lo que conozco de aquí, de España, que es el país en el que he vivido y sigo viviendo, para bien o para mal.

España, este país en el que la meritocracia es un palabro inventado por duendes, y en el que sobre todo, ante todo, se valora al que «le echa morro», al que es «un varas», al que es «un sinvergüenza». Pero no por parte de la gente común y corriente, sino de las élites, que son a fin de cuentas las que seleccionan a los elegidos, las que en aras de mantener el status quo lo tienen todo meridianamente claro. Y esto sucede, como no, en el cine y en la literatura, y tenemos a una pléyade de «autores» o de «cineastas» todos muy serios, muy convencidos de lo que hacen, protegiéndose unos a otros como si fueran colegas de toda la vida. Todos muy seguros de lo que hacen y de lo que quieren, todos incapaces de soportar que pueda existir una crítica profesional que les ponga en su sitio. Un mundo en el que no se puede dudar, en el que no se puede vacilar por un segundo, porque es un mundo de seguridades, de argumentos sólidos e inapelables.

Pero el artista, el verdadero, siempre duda. Nunca está satisfecho, nunca está tranquilo, y desde luego nunca está seguro. No puede formar parte del grupo de los caraduras, no puede ir por ahí concediendo entrevistas en las que demuestra todo lo que sabe, y todo lo que piensa, porque no tiene muy claro qué es lo que sabe y qué es lo que piensa. El artista, el verdadero, está siempre en tránsito, siempre en búsqueda, en movimiento perpetuo, incapaz de ir por ahí soltando soflamas a menos que también sea (lo cual es posible), un crítico literario o cinematográfico, en cuyo caso sabrá diferenciar muy bien cuál es el momento del crítico y cual es el momento del autor. Pero los grandes autores, los que valen la pena, no andan por ahí de sectas, o de cañas, y menos con el grupo de caraduras. Van a lo suyo, siempre, sin colegueos, sin perder el tiempo con poses o con hipocresías. Simplemente no pueden, nacieron con la incapacidad de ser parte de la panda.

Esto lo he visto yo en las escuelas de cine y de arte a las que he asistido durante unos cuantos años: los que van por ahí de listos y que no son más que unos caraduras, que están deseando demostrarle al mundo entero que son unos genios (algo así como Albert Serra y personajes de condición parecida), y los que son más silenciosos, más callados, menos narcisistas (bueno, ser menos narcisista que ciertos individuos/as es bastante sencillo), a los que se les ve que nunca van a cejar, nunca van a detenerse, que es posible que al no ser unos jetas tarden mucho más en llegar, o que nunca lleguen a ser conocidos, ni mucho menos vivir de lo que escriben, de lo que pintan o de lo que filman, pero que tienen, irónicamente, muchas más cosas que contar. Pero los que nos cuentan sus películas, sus historias de indios, sus bravatas, son los otros, y son los que crean tendencia, los que dan vergüenza ajena, los que consiguen que el espectador/lector/receptor medio español sienta rechazo por el artista español, pero los que no pueden engañar a nadie con un mínimo de exigencia.

No tanto el cine o la televisión, pero la literatura y la música, españolas o de cualquier otro país, ha caído en picado en cuanto a riqueza, profundidad, pertinencia o vuelo estético. Ahora sólo hay reggaeton, canciones ñoñas, novelas escritas por periodistas o presentadores, ideas confusas y abyectas sobre lo que es la cultura, el arte, la novela, mucho twitter y redes sociales, pero escaso bagaje intelectual. Algunos intentamos poner en claro esas ideas, otros siguen intentando que sus trabajos salgan a la luz y demostrar que hay otro modo de entender la creación artística o la forma de comunicarse con el receptor, que no tiene nada que ver con lo que los jetas, siempre tan enamorados de sus inanes pretensiones, promulgan. Ya no tenemos nada que perder.

7 respuestas a “Los caraduras”

  1. Ciertamente en España lo que triunfa es la picaresca, la mayoría de las veces por no decir todas es poco pícara y muy feladora, pero en fin es lo que el fascismo que es lo que siempre ha habido en este país incluso antes de que el fascismo existiera ha ido fomentando , o sea la sumisión y el peloteo y eso con una guerra perdida por lo medianamente intelectual de este terruño y la masacre y exilio que conllevaron nos ha dejado un páramo intelectual, bien es verdad que el capitalismo vulgar que impera fomenta esta porquería comercial y la promoción de babosillos en otros countrys no solo en Caspaña, en fin digo esto porque el mal de muchos nos consuela incluso a los menos tontos.

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