Creo que nunca he estado muy de acuerdo con esa sentencia que afirma que el arte es una mentira a través de la cual conocer la verdad, la diga Picasso o Wilde. En realidad, no es más que un juego de palabras que no significa nada. Estamos todos bastante seguros, me parece a mí, de la diferencia entre ficción y realidad (ahora que lo pienso, es probable que algunos no estén tan seguros de esa diferencia…), pero la realidad puede ser una gran mentirosa, en la que la verdad nos elude con ironía, y la ficción no es otra cosa muchas veces que la representación de algunas de esas elusivas verdades. En realidad podría definirse al arte de muchas maneras, pero no me cabe duda que una de ellas sería como la búsqueda de la verdad.
Pero la verdad en el arte puede hacerse presente de muchas maneras, y puede hacer alusión a muchos ámbitos y conceptos. En otras palabras, el concepto de verdad abarca mucha cosas. En el arte existe la verdad del autor, que no necesariamente ha de ser la verdad del crítico o del espectador/receptor. Existe la verdad que hay que encontrar en el actor, existe la verdad que ha de residir en la creación de un segundo mundo en un género narrativo, existe la verdad de la palabra, la verdad explícita y la verdad implícita del discurso narrativo, la verdad (o la falta de ella) en la técnica pictórica o fotográfica, y en suma un montón de verdades a tener en cuenta en el arte. Pero yo de lo quiero escribir ahora y de lo que quiero hablar con el lector, es de la verdad epistemológica, la verdad científica, la verdad-verdad (o la falta de ella) que es el sustrato del que se nutre la ficción.
En cine y literatura, en la ficción narrativa, la verdad puede ser algo tan elusivo como en la realidad cotidiana en la que vivimos, pero no siempre. Y cuando no lo es, esa ficción es mucho más valiosa. La ficción necesita nutrirse de grandes dosis de realismo, de verdad, para ser algo más que la fantasía de un frívolo. La verdad que ansiamos encontrar en la realidad, de hecho, sólo podemos encontrarla en la ficción, y es posible que por eso hagamos ficciones. Esa emoción verdadera, libre de dudas o de falsedades, ese signo de algo que signifique (valga la redundancia) algo, esa idea o esa imagen que supuran verdad, tan solo pertenecen a los cuadros, las esculturas, las obras de teatro, la música, el cine y la literatura. Y en la vida, el carácter elusivo de la verdad juega con nosotros al ratón y al gato. Aunque no todas las ficciones parten de la verdad ni quieren contar una verdad. Y algunas de esas ficciones, sean películas o novelas, están muy bien hechas, son seductoras y hasta deslumbrantes, pero son simple y llanamente mentiras, y es necesario saber que son mentiras, y que como ficción y como forma de conocimiento y de revelación, valen por tanto muy poco.
Bien sabe de eso el mundo anglosajón en general y el estadounidense en particular. De hecho, las ficciones estadounidenses, las películas y las novelas, se han especializado durante muchas décadas, en contar mentiras bellamente contadas. Al contrario que otras cinematografías u otras literaturas de otras partes del mundo, las anglosajonas se caracterizan por buscar la magia, lo ilusorio, lo maravilloso, el final feliz… a ellos les pertenece Disney, los besos finales made in Hollywood, las fantasías en las que la luz vence la oscuridad, los relatos en los que la bondad triunfa y la maldad es castigada. No siempre, claro, pero mayoritariamente. Incluso cuando hablan de temas tan terribles como el holocausto, se trata de contar una victoria, no un fracaso. No están preparados para la verdad. No pueden verla y por tanto no pueden representarla. Y sin embargo poco a poco, muy poco a poco, van introduciendo en sus ficciones el sustrato de lo real, la naturaleza tóxica de la verdad, en series, en novelas, en películas. En gran parte siguen contándonos la misma película en la que los héroes triunfan y los malvados fracasan, pero también existen cineastas, creadores y escritores dispuestos a decir la verdad, sobre todo desde los años setenta, y cada vez más.
Hace pocos días pude empezar a ver la miniserie documental ‘Exterminad a todos los salvajes’ (‘Exterminate All the Brutes’, 2021), del realizador Raoul Peck (que algunos años atrás obtuvo merecidos elogios por su ‘I Am Not Your Negro’), en la que cuenta, mezclando algunas cosas (e imbuido como tantos otros investigadores, de la Leyenda Negra española) y con una mirada quizá excesivamente tremendista pero sin duda válida, el modo en que el ser humano extermina a minorías a la que invade, coloniza, conquista o reprime, y de cómo Estados Unidos es el ejemplo máximo de barbarie y genocidio a escala mundial (algo que por cierto ya apunté yo en un artículo reciente) incluso hoy día, y me vuelve a la cabeza la necesidad de que las ficciones no engañen, que no contribuyan con los que matan y destruyen impunemente, que no blanqueen a fascistas, o a políticos, o a empresarios, que no maquillen una verdad histórica, que no nos hagan mejor de lo que no somos. Si el arte, narrativo o de cualquier otro género, siempre está en búsqueda de la verdad, la verdad más importante es la del ser humano. Dicen que el primer paso para solucionar un problema es conocerlo, ponerle nombre y apellidos. Pues para eso está el arte.
Y es de esa manera que algunos elegimos nuestros hitos y el panteón de los más grandes… es decir en cierta forma somos elegidos por ellos, pero la relación con una obra narrativa, o con un artista en concreto casi nunca es casual. Más bien diría que nunca lo es. Puedes elegir seguir y leer a un autor mentiroso y tendencioso (ya he hablado de unos cuantos en estas páginas mías), o puedes elegir caer rendido ante ‘Meridiano de sangre’, por ejemplo, o ante ‘Deadwood’. Durante décadas el western (que tal como lo plantean muchos no es un género, sino un subgénero del cine histórico) ha sido el género de géneros, el que más y mejor ha contado ese cantar de gesta que fue la conquista del Oeste por parte de los anglosajones ahora llamados estadounidenses. Pero ni esa conquista fue real (porque el oeste ha había sido conquistado por los españoles doscientos años antes…), ni hay un cantar de gesta ni hay héroes ni hay nada. Toda esa época de los colonos buenos y temerosos de dios que eran masacrados por los malvados «indios» que estaban allí antes que ellos, ha sido desmontada poco a poco desde los años sesenta a la actualidad, y aunque muchos siguen creyéndose la mentira, algunos sabemos que el arte es capaz de contar la verdad. E imbuido de esa verdad el arte nos regala dos obras maestras, una literaria y otra cinematográfica, del calado de la novela de Cormac McCarthy y de la serie de David Milch, y en ambas el hombre blanco no es el héroe ni el que tiene la razón, sino que es una máquina de matar y de destrucción, capaz de arrancar más cabelleras que los comanches o de arramplar con todo lo que puede sin importarle las consecuencias.
La verdad nunca es simple ni maravillosa. La verdad es una puta a la que los poderosos y los interesados quieren mantener callada, oculta y bajo cuerda. Sólo los más grandes artistas pueden alimentarse de ella para crear sus ficciones. Cuando en ‘La princesa Mononoke’ dicen que el ser humano está maldito, olemos, percibimos, saboreamos la verdad. Nos estremece, pero de alguna forma nos hace libres: ya por fin alguien más nos la confirma. Cuando vemos ‘The Wire’ nos parece una historia apasionante pero lo que más nos conmueve, lo que nos enamora y nos pone en un verdadero problema ante ella es que notamos, sabemos casi, que eso que nos cuenta no es una mentira, sino una ficción que es una verdad, y está hecha de tal modo que supura verdad por los cuatro costados, ajena a esa ilusión made in hollywood que cree que el espectador necesita una mentira para acostarse contento. Del mismo modo, cuando vemos ‘Titanic’, más allá de su historia de amor, algo nos dice que nos están contando una verdad, que nos están hablando de la miseria de la naturaleza humana, de la codicia y la soberbia sin límites, del desamparo de los más desfavorecidos, de la lucha por la vida que caracteriza a todo ser humano, y cuando vemos ‘Avatar’ y el sádico coronel Quaritch dice que a los indígenas se les tratará «con humanidad», sabemos que nos están contando la verdad.
Y todo esto son ficciones, al igual que el documental de Raoul Peck (porque los documentales también son ficción), en las que el director o realizador da su punto de vista, pero la verdad que emana de ello es incontestable, y pocas veces la verdad ha alcanzado un punto tan alto en ficción como en ‘Apocalypse Now’ (F.F. Coppola, 1979), que no es otra cosa que el relato de un hombre en busca de la verdad de sí mismo, contada por un director en busca de la verdad, acerca del exterminio de otras etnias, de la destrucción del entorno natural, del apropiarse de la tierra, de ponerle precio a todo, de la locura que invade al hombre blanco en cuanto se ve en la jungla libre de las ataduras morales de la sociedad. Y es por eso, quizá, por lo que ‘Apocalypse Now’ es el filme más grande jamás realizado en EEUU, porque es la que cuenta la verdad más grande y aterradora, y la que lo hace de manera más terrible y, valga la redundancia, verdadera, a través de una ficción preñada de lo real, alimentada por el sustrato de lo verídico, adentrándose en la oscuridad humana como ningún otro cineasta había ni ha vuelto a hacer.
Pero supongo que seguirán filmándose y escribiéndose mentiras, algunas de ellas hechas de manera deslumbrante y muy seductora, mientras haya geste dispuesta a leerlas o a ir a verlas. Y cada cual es muy libre, por supuesto, de hacer lo que quiera. Pero si no ven más que mentiras, quizá, sólo quizá, un día se miren al espejo, el de verdad, el interior, y se den cuenta de quienes son y de cómo les han engañado, y de qué manera les han planteado una vida que no es cierta, y de que carecen de herramientas para enfrentarse a la realidad.
5 respuestas a “No más mentiras”
Al final, se está rodeado de mentiras disfrazadas o verdades descafeinadas. Difícilmente se suele estar ante verdades o mentiras 100% absolutas. Has hablado de algunas series y películas que ver ¿Qué piensas de hermanos de sangre y su verdad incomoda de la segunda guerra mundial?
¿Qué series y películas te han conmovido y te han hecho pensar?
La última que me hizo pensar fue El viento que agita la cebada, y un revisionado de En el nombre del padre
Un abrazo
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Hermanos de sangre es estupenda. Con ella tienes la sensacion de conocer la guerra como si la hubieras vivido.
Sobre series y películas que me conmuevan hablo mucho aqui y en el blog de criticas.
Hay muchos ejemplos de narrativa en busca de la verdad
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Por eso te pido una compilación de esas películas y series que te hayan impactado, pues The Wire o Los Soprano, aunque magistrales, no son series que impacten emocionalmente como si pasa cunado visionas por 1º vez Hermanos de Sangre o Chernobyl, pues ambas series son un golpe a los sentidos y como el ser humano puede llegar a ser tan aterrador.
Y en narrativa, ya me hago una idea con tu lista de hace unos días
Un abrazo
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Bueno… quizá para un futuro artículo
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Continuará…
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