A muerte con tus personajes

Existen muchos manuales y libros y estudios y vídeos y conferencias y talleres sobre la creación, desarrollo y escritura de personajes, tanto para novelas como para cine y teatro. Y dentro de ese magma de tratados y monografías, de enseñanzas y formaciones, hay un poco de todo en cuanto a lo valiosos o prescindibles que puedan llegar a ser. Sin embargo hay uno que está por encima de todos ellos, bajo mi punto de vista: escribir una novela. Cualquier novela. Aunque sea una mala novela. Incluso una deleznable novela. Cualquiera es muy libre de ir a un taller o de leer manuales escritos en sueco, en inglés o en francés, y de pensar que sabe lo que tiene que hacer o que tiene las ideas más claras, pero luego te sientas ante tu mesa de trabajo y estás en pañales.

Porque hasta que no te pones de verdad, todo lo demás es paja. Y cuando tienes delante la pantalla y el teclado es cuando ese personaje en el que llevas pensando quizá varios años, que puede ser tu mismísimo alter ego, esa creación tan fantástica y tan extraordinaria y tan increíble que te reclama que estés a la altura y resulta que todo lo que se supone que habías aprendido no te vale para nada y te encuentras una vez más en la casilla cero, y te queda mucho por remar, y te queda mucho por escalar. De hecho, los remeros olímpicos y los escaladores profesionales son meros aficionados al lado de un novelista que está empezando a aprender cómo armar a sus personajes, a escucharles y a comprender por qué escribe sobre ellos, con ellos, para ellos, y no para ningún otro. Y al principio tus esfuerzos, tus desvelos y tus amarguras no te valen de mucho, porque esa imagen inalcanzable del personaje o personajes anhelados que quieres poner en negro sobre blanco se te deshace entre los dedos como el barro, y sólo después de mucho trabajo el barro comienza a convertirse en arcilla…

Y con muchísimo trabajo, y muchas semanas de obsesión y casi de desvaríos, la arcilla se transforma en roca, y quizá con ella puedas empezar a armar tu edificio, es decir, tu novela, tu libro de cuentos, tu obra de teatro o tu guion cinematográfico. Pero hay que tener cuidado, porque al menor descuido, a la mayor imprecisión, a la más leve ruptura de tono, la roca se transforma de nuevo en arcilla, la arcilla en barro, y todo se te viene abajo otra vez.

Y esto le puede pasar a cualquiera, incluso a los más extraordinarios novelistas, cuentistas, dramaturgos, guionistas, actores o directores de cualquier estilo o clase. Lo hemos visto muchas veces. Y cuando pasa esto sucede por una única y exclusiva razón: el escritor, o el director, o el actor, han dejado de entender a su personajes, de escucharles, de ser parte de ellos en definitiva. Puede suceder a mitad de novela o de película, puede ser en la segunda parte de una historia, o puede ser en cualquier momento. Tan importante como la voz narrativa o el espacio-tiempo narrativo, el personaje reclama de su creador que se lo de todo, porque lo que queremos no es que sea un arquetipo o un monigote, sino un ser vivo, tan vivo, o más vivo, que cualquier persona del mundo real.

Entiendo de sobra a esos escritores que no quieren que los personajes se les rebelen, se les desmanden y así perder el control de aquello que están escribiendo. Pero se equivocan al no permitirles que hagan tal cosa. El autor ha de ir a muerte con los personajes, ha de dejarle ser ellos mismos hasta el final, pase lo que pase, y entonces la novela, o la película, será mucho mejor, no responderá a un plan preestablecido de su autor, poseerá su propio sistema inmunológico y será inmune a convencionalismos, clichés o lugares comunes. Es la única forma. Da mucho miedo y es justamente lo contrario de lo que recomiendan todos los talleres de escritura, pero en mi opinión es precisamente lo que se ha de hacer. Es más, si tienes la suerte de que eso suceda es que tu personaje por fin habrá cobrado vida propia, balbuciente y renqueante, pero vida a fin de cuentas, y tú no puedes despegarte de él y él no puede vivir sin ti, tendrás que acompañarle, guiarle el resto del camino, tratar de llevarle a aquellas zonas del argumento que tenías previstas, rezar porque quiera coger esos caminos y no otros, y que quiera hacerlo del modo en que tú crees que es mejor para él, y no del modo en que él lo cree… pero cuando haga lo que él cree que es mejor no tendrás más remedio que seguirle.

Es lo más parecido a tener hijos que vas a experimentar en tu vida si es que eres escritor. No puedes obligar a tus personajes a vivir aquello que tienes preparado para ellos punto por punto, tienes que permitir que cada vez tomen decisiones propias de mayor peso, hasta que por fin vuelen solos. Bajo mi prescindible, nada objetivo, escasamente prestigioso punto de vista, es la única forma de escribir una novela o un relato de cierta extensión. Volverte esquizofrénico perdido y regresar de la experiencia un poco más tocado de lo que ya estabas, después de haberles dicho adiós a tus creaciones.

2 respuestas a “A muerte con tus personajes”

  1. Qué grandes verdades. Cómo me siento identificado contigo y eso que ni por asomo soy un buen escritor, como tú si lo eres.

    Sigue por ese camino. Estoy convencido que vas a triunfar.

    Un abrazo

    Le gusta a 1 persona

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