Los demonios existen… y están todos aquí

En un momento de la formidable película ’21 gramos’ (’21 Grams’, Glez-Iñárritu, 2003), el personaje llamado Jack Jordan, interpretado con una fuerza indescriptible por Benicio del Toro, que está en la cárcel por haber cometido una atroz equivocación, le dice al cura que trata de ayudarle para que no vaya al infierno, que el infierno esta en su cabeza. «This is hell», le dice, llevándose la mano a la sien.

En una escena del apreciable western ‘El tren de las 3:10’ (‘3:10 to Yuma’, Mangold, 2007), remake de la pasable película homónima de 1957 de Delmer Daves, el personaje al que Russell Crowe da vida con su habitual carisma y energía, Ben Wade, un forajido al que llevan a la cárcel, ante la afirmación de uno de sus captores de que irá al infierno, le responde que en ese caso le librarán de este infierno, refiriéndose al mundo en el que vivimos.

Y yo creo que aunque uno y otro personaje tienen bastante razón en lo que dicen, no están del todo acertados, como no lo están todos los que piensan que dentro de todos nosotros existe un demonio o una buena persona, el bien y el mal, pugnando en nuestro interior y que debemos elegir a cual de los dos dejar salir en cada momento. Yo no lo creo, sinceramente, porque eso sería lo mismo que decir que en realidad no existen los demonios, y ahora voy a ser yo el que se ponga en modo Van Helsing cuando en ‘Bram Stoker’s Dracula’, con la voz de Anthony Hopkins, afirma que los vampiros existen… porque los demonios existen, y yo no sé si allí abajo está el Infierno, como no sé si allí arriba está el Cielo, pero si está allí abajo debe estar vacío, y todos sus moradores se han mudado aquí con nosotros.

Pero, claro, los demonios no son como nos los describían cuando éramos niños, pintados de rojo, con cuernos y colas bífidas, con ojos de fuego y tridentes… No, nada de eso. En este mundo, en nuestra realidad operativa, los demonios tienen un aspecto muy diferente a ese, porque se han construido su propia narrativa, han debido aprender la lección para que no sean tan fácilmente identificables. Los demonios del mundo real son de una luminosidad absolutamente deslumbrante, no de una oscuridad o de una apariencia tétrica, algo que queda reservado a los más infelices y desesperados de nosotros. Los demonios necesitan que se confíe en ellos sin ambages, y por eso vienen con la más maravillosa de las sonrisas, por eso cuando no son económica o socialmente poderosos, son los más generosos, los más abiertos, los que a todas horas pronuncian la palabra amor o amistad o libertad, los que se creen moralmente superiores, los que sin ninguna razón aparente te abren la puerta a la espera de que tú entres desarmado.

Por eso yo distinguiría entre dos tipos de demonios: los que trabajan en las élites y los que se mueven entre la gente corriente, y a pesar de las apariencias ambos son igual de destructivos. Son precisamente esas personas en las que confiarías plenamente, las que en todo momento están sonriendo, las que tienen cientos de amigos, las que son atractivas y elegantes y sociables y animosas y siempre tienen solución para todo, las que nunca verás hundidas o apagadas, las que jamás de los jamases creerías que se trata de una persona destructiva. Esas son las que con mayor probabilidad se van luego a la cama, se quedan solas, y se quitan esa careta de afabilidad y luminosidad extremas para quedarse tal cual son: mezquinas, manipuladoras y siniestras. Porque las cosas casi nunca son lo que parecen, y es posible que esa persona de aspecto hosco, poco sociable, raramente comunicativa, sea alguien valioso que sabe apreciar el valor de la amistad y de la confianza, y que esa otra que parece un ángel, que cada vez que sonríe ilumina la estancia, sea algo muy diferente a lo que te imaginas.

Y tales demonios pueden estar en todos los órdenes de tu vida: tu pareja, tu madre, tu hermano, tus amigos, tus vecinos, tus compañeros de trabajo. Están por todas partes, y nunca desconfiarías de ellas. Los otros, los de las élites, tienen una apariencia de legalidad absoluta, de rectitud moral, de líder honesto y con valores, mientras rapiñan todo lo que pueden, hacen pactos con delincuentes y con miserables, destruyen el medio ambiente, destruyen vidas y destruyen el tejido social. Son sacerdotes, políticos, hombres de negocios, supuestos filántropos, intelectuales, militares de alto rango, y un largo etcétera. Esos drenan la vida del planeta, y los otros, los que te encuentras en tu vida cotidiana, drenan la vida de los que no son como ellos. ¿Cómo es posible, por tanto, que la gente diga que no existen los demonios o que dentro de cada uno de nosotros existe el bien y el mal? Todo el mal que pueda hacer una persona corriente, todas las equivocaciones graves que pueda cometer, no son nada comparadas con la destrucción que deja a su paso una de estas supuestas personas, que con su atribuida superioridad, con su sonrisa deslumbrante, te arrebata tu amor propio, tu dignidad y tu confianza en ti mismo cada día que está contigo en tu casa, en el trabajo, incluso caminando por la calle…

Que el lector les llame como quiera: malas personas, mala gente, vampiros emocionales, demonios, narcisistas malignos… como quiera, porque sabe perfectamente, a poco que tenga un poco de sentido común y sepa mirar lo que tiene alrededor, que lo digo es cierto, y que no exagero ni un pelo… más bien me quedo corto.

4 Comments

      1. Los pajarracos son gentuza. Los demonios son aquellos que te traicionan de la forma más vil.

        En cualquier caso, no hace daño quien quiere sino quien puede y por eso, muchos acabamos teniendo coraza y siendo parcos en palabras para no contar nada que no pueda ser usado en nuestra contra y evitar esos malos tragos.

        Yo siempre intento tratar a los demás como me gustaría ser tratado y aunque uno tenga sus defectos, nunca he traicionado a los amigos.

        Pero claro, no es lo mismo conocer mil personas que tener amigos de verdad. Esos, por desgracia, son contados

        Le gusta a 1 persona

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