Salimos del estado de alarma y esa misma noche, la que transcurrió del sábado al domingo, miles de personas en toda España se lanzaron a una fiesta masiva, que han venido en llamar «macrobotellones», sin distancia social ni mascarillas ni cautelas de ninguna clase, haciendo el subnormal y gritando la palabra libertad. Y yo, y creo no ser el único, empiezo a pensar que el coeficiente intelectual del ser humano ha descendido notablemente en las últimas dos décadas. Confundir el concepto «libertad» con la decisión de no respetar las normas de seguridad, y con el hecho de emborracharse pegando saltos es digno de mentes subdesarrolladas de las que por desgracia tanto abundan. ¿Dónde están las fuerzas de seguridad para hincharse a multar a tanto descerebrado? Y no me vengan ahora con que la culpa es del gobierno. No todo es culpa del gobierno, que es el único que, con sus aciertos (pocos) y errores (bastantes), ha tomado alguna responsabilidad en la gestión de esta pandemia, y no es cosa suya que los ayuseros se sientan ahora legitimados para hacer el imbécil en la plaza del pueblo.
Sigamos con la palabra libertad, que tanto está en boca de todos ahora mismo, y es que ha sido un concepto embarrado en la campaña electoral de Madrid hasta extremos inconcebibles (y que además es, irónicamente, el título del último y bastante deslavazado trabajo del por otra parte buen cineasta Enrique Urbizu) por la derecha más trumpista que existe en Europa, casi a la par con la que asola Brasil con ese psicópata que tienen por presidente. Y es imposible no notar que tanto en cine como en literatura se trata de una palabra muy mal empleada, empezando por el famoso libertad de William Wallace en la torpe y maniquea ‘Breaveheart’ (Gibson, 1995), siguiendo por la que se consigue en ese horror de trilogía ‘Matrix’ (hermanas Wachowski, 1999-2003) y terminando por los centenares de literatos o filósofos que han escrito sobre ella, hasta llegar a la conclusión de que no es un concepto narrativo válido, pues no hay nada más resbaladizo, efímero e ilusorio que la libertad, cuyo precio, siempre desorbitado, muy pocos, por no decir ninguno, están dispuestos a pagar.
Me dicen algunos buenos amigos que debería atemperar ciertas ideas mías acerca de los numerosos novelistas deleznables que pueblan nuestro país como la caspa, por eso de que no hay que ganarse enemistades si algún día quiero que me publiquen, que lo mejor si se quiere llegar a alguna parte es medrar besando algunos culos y callándose algunas ideas (es decir, lo que han hecho muchos de esos novelistas deleznables), y puede que tengan razón. Pero ocurre una cosa, que entonces no podría decir lo que pienso, me censuraría a mí mismo por una mísera posibilidad, que además no es cierta, de caerle bien a alguien que estuviese en el poder y que pudiera ayudarme en el futuro. En otras palabras: vendería mis principios por una galleta que a lo mejor es envenenada, convirtiéndome, esta vez sí, en aquello que tanto critico… de modo que va a ser que no. Creo en aquello que digo y lo creo con todas mis fuerzas a pesar de lo que pueda pasar. Y si me estrello lo haré con un poco de dignidad.
Escucho a muchas personas quejarse de todo el dineral que la NASA y otras agencias espaciales han gastado para enviar tecnología con la que estudiar Marte desde su órbita y sobre el terreno, por eso de que estamos con la Covid-19 y que hay muchísimas personas con necesidades, como para ponernos ahora a invertir en tecnología aeroespacial, en astrofísica, y chorradas como esas… No sé si vale la pena explicarles a estas personas que necesidades y penurias han existido siempre, y no sólo ahora con la Covid-19, sino desde hace cientos de años, y nos hemos gastado el dinero en guerras, en lujos innecesarios, en fronteras, en ejércitos, en caprichos de las élites. Que sí, que estamos en crisis, pero que esto de ir Marte no es un capricho, es una tarea fundamental de investigación que, como otras tantas, va a reportarnos muchas más cosas de las que cuesta financiarlas, pues la tecnología punta aeroespacial revierte en muchos aspectos de nuestra vida cotidiana. Pero tengo claro que explicar a algunos ciertas cosas es una pérdida de tiempo aún mayor que rezarle a Dios.
No sé en dónde leí el otro día que el beso que le da el príncipe a Cenicienta dormida, igual que el que le da el otro príncipe a Blancanieves dormida, es un beso no consentido y por tanto condenable, y me acordé de cierta vez (creo que hará como veinte años o cosa así) que un compañero de trabajo homosexual me reprochó que empleara la expresión «a tomar por saco», porque le parecía humillante para su colectivo, o aquella otra vez en que dije algo parecido a «su puta madre» refiriéndome a otro amigo, que me retiró la palabra porque entendía que había insultado a su madre, y otras cosas por el estilo. Y yo, que estoy por no querer ofender a nadie, creo que la cosa ya se está yendo de madre, y dentro de poco vamos a pedir perdón incluso por mirarnos a los ojos, que con esto de la mascarilla se han vuelto mucho más predominantes en nuestras interacciones sociales, y algunos ya van a interpretar ofensivo mirarles hasta de manera neutra. De modo que lo diré sin ambages: yo soy responsable de lo que digo, no de lo que tú pienses o creas que digo. Así que los ofendiditos por cada puta cosa que sucede en una película o por cada expresión malsonante que se diga aquí o allí, buscaros algo que hacer con vuestro tiempo libre y dejad de hacer el ridículo.
Último disparo de este revólver: ya que mañana es mi cumpleaños (y cumplo algunos más de los que me gustaría…) decidí autorregalarme algún blu-ray de los imprescindibles que siempre he querido tener sólo para descubrir (o mejor dicho, redescubrir…) que al igual que sucede con la televisión en España, y con la música, y con las editoriales, todo eso de la distribución y venta de películas en blu-ray es un circo sin pies ni cabeza en el que vete tú a saber quién decide qué debe estar en circulación y qué no, y a qué precio, y que una vez más (me pasó hace algunos meses) encontrar algunos títulos que muchos otros cinéfilos también quisieran tener es poco menos que una quimera… Acceder a películas comerciales o conocidas es bastante fácil, pero encontrar filmes de autor, incluso en DVD, es una empresa agotadora, y filmes de los años noventa, o de principios de siglo, muy valiosos, o bien están desaparecidos o bien te los vende un particular por un precio desorbitado, y filmes de autores como Von Trier, Verhoeven, Bergman, Bresson, Polanski o incluso Malick no hay dios que los encuentre, si es que alguna vez fueron editados, y cada vez es más difícil encontrar títulos que no sean ultra comerciales o de alguna franquicia. En una palabra: el panorama para poder tener en casa algo más que Marvel o Disney es desolador. Así de claro.
9 respuestas a “El cañón del revólver (VII)”
Pues muchas felicidades por el cumple y por el post, te lo firmo «ande» quieras yo mismo hubiese puesto lo mismo, peor redactado, en cuanto a las pelis difíciles de encontrar ya sabes………te las busco y te lo digo si las encuentro.
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Gracias tio!!
Tampoco quiero abusar de ti. Y no es lo mismo verlas en el ordenador que en la tele, pero al final voy a tener que recurrir a mi dealer…
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Bueno las teles ahora tienen todas un USB donde conectar el fichero para ver la película con todas las pulgadas de tu pantalla, ahora con tantas pulgadas de pantalla a algunos el cerebro les está encogiendo, que todo tiene sus peligros, jajajaja
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No sé si la mía tiene de eso, que uno es proletario
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Si es plana seguro que si, siempre por detrás que no se ven claro, las mas antiguas lo que pasa es que algunos códigos de video no los acaban de entender, pero bueno siempre se pueden convertir a otros códigos, tu me pasas el modelo por un mail privado y yo te lo investigo, ya sabes que para mi prescriptor cinematográfico no tengo limitaciones de investigación informática. :-))
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Jajaja venga vale le echaré un vistazo y te digo
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Pues felicidades atrasadas!!!!! xD
Y respecto a esas películas, pasa lista y seguro que mas de una te consigo 😀
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Gracias, aunque sean atrasadas!
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Realmente, se dieron en el justo momento 😂
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