Recuerdo muy bien a cierto compañero de clase, en el instituto, que hacía unos dibujos que eran una maravilla. Y no en plan: «oh, qué bonitos», no. En plan de verdad, cosas parecidas a la que he puesto en la parte superior de estas líneas, obra de Takehiko Inoue para su famoso manga ‘Vagabond’. Y por si fuera poco el muy cabrón los dibujaba a boli o a lápiz en diez o quince minutos, el mismo tiempo que otros dedicamos a bebernos una coca-cola o a caminar hasta coger el metro. Nos quedábamos todos tan maravillados que le animábamos a hacerlo de manera profesional… pero no esperando unos años: a hacerlo de manera inmediata, dejando el instituto y lanzándose a por ello. Tenía que hacerlo, punto. Y aunque le he perdido la pista y confieso que ya ni me acuerdo de cómo se llamaba el buen hombre, no me sorprendería nada que ahora estuviera trabajando en cualquier editorial importante, o que muchos dibujos o grafismos que haya visto por ahí los hubiera diseñado él, porque era un fuera de serie.

Ocurre lo mismo con los músicos: cuando te encuentras a un tipo, o a una tipa, que a los trece o catorce años toca el piano que parece Rachmaninov o el violín que parece Joshua Bell, sabes que lo va a conseguir, que va a llegar, y si él o ella no lo sabe, no tardas en decírselo: tienes que hacerlo, otra vez, como un mantra. Ya terminarás la carrera, o incluso la secundaria, más adelante. Ahora lo que tienes que hacer es convertirte en músico, porque por alguna razón genética, o neuronal, o divina, eres un puto genio con ese instrumento. Y así podríamos seguir con los bailarines o los cantantes, aunque en esos casos es un poco más difícil, porque hay muchos. Sin embargo nada de todo esto pasa con los narradores en general y con los escritores en particular. No. No pasa. No lees el cuento de un tipo que a lo mejor está destinado a ser un monstruo de las letras y te quedas tan alucinado que le mandas a su casa a escribir esa obra maestra que va a fascinar al mundo entero, ni ves el corto de un estudiante de cine y ya estás plenamente convencido de que va a arrasar en su carrera.

No sucede así. No con la narrativa.

Porque en la narrativa, y muy especialmente en la escritura, el genio, la potencia y la capacidad de hacer algo grande, es muy raro incluso en aquellos que son unos gigantes, que es algo muy diferente de esos grandes músicos, dibujantes y pintores, pues lo de estos últimos es una capacidad, no una potencia. En otras palabras: un buen escritor siempre escribirá bien, siempre hará buenos diálogos, tendrá una prosa estupenda y mucho ingenio, pero no siempre parirá grandes obras.

No es infrecuente, por tanto, encontrarse con directores que no demuestran gran cosa en sus primeros trabajos, incluso en sus primeras películas, y que en determinado momento te presentan una gran obra, o incluso una obra maestra. Y con los novelistas pasa lo mismo. Y tampoco es infrecuente encontrarse con un novelista o con un director que te firma una o dos o incluso tres obras maestras consecutivas, y a continuación se pasa diez o veinte años presentando trabajos mediocres, en el mejor de los casos, si es que alguna vez consigue levantar el vuelo de nuevo. Y es normal que eso suceda. Es casi necesario. La narrativa, en literatura, en cómic, en cine, en series, es tan resbaladiza, es una materia tan poco aprehensible, tan escasamente apta para el cliché, para el kitsch y el lugar común, que de pronto sus elementos se vuelven inestables, y lo que durante una época había sido una obra maestra ya no lo es, y hace falta esperar a los intérpretes y traductores correctos de otra obra para que la grandeza, la belleza, se revele ante nuestros ojos.

Escribir vamos a seguir escribiendo igual, y yo creo que lo hacemos, escribimos sin parar, ya sea poesía, novela, teatro, cuentos, guiones de cine, lo que sea… porque queremos asegurarnos de que vamos a entregar uno de esos trabajos superlativos, no uno de esos mediocres que cualquier escritor tiene en su cajón, y para eso hay que palear mucho, hay que pelearse mucho consigo mismo, hay que volverse loco. Pero también hay que aceptar tus pequeñas obras, las menos… afortunadas, las menos radiantes, y hay que estar orgulloso de ellas. Al fin y al cabo son tus hijos, y si luego has tenido hijos más robustos, más formidables, también es porque primero estuvieron los otros, así que no hay nada de lo que avergonzarse. Al fin y al cabo, la narrativa es una materia que admite pocas genialidades. Eso sí, cuando das con una, tienes que llegar hasta el final. No te queda otro remedio.

2 respuestas a “Tienes que hacerlo”

  1. Bueno un intérprete, por ejemplo un violinista, un pianista un guitarrista o un cantante si es genial lo es siempre porque posee unas condiciones innatas que le permiten serlo y si además le gusta practicará y cada vez lo hará de forma mas sublime, pero un compositor no siempre compondrá obras maestras ni por ejemplo un grupo musical sacará al mercado trabajos discográficos siempre de gran calidad, seguramente un buen traductor traducirá bien casi todos los libros que caen en sus manos, es una técnica también, como es escribir, otra cosa es que lo que escribas o compongas, aparte de estar hecho con una técnica perfecta nos abra una perspectiva o nos aporte una solución o lo que sea que podamos calificar de aportación, de invento nuevo por así decirlo, jamás antes disfrutado.
    Por ejemplo Jimi Hendrix además de un gran guitarrista fue un genio que compuso obras maestras, pero claro es que no todo lo que se hace puede ser El Quijote y hay que escribir mucho para que alguna vez nos salga alguna obra maestra. Pero yo no me plantearía nunca mis trabajos como la búsqueda del Santo Grial de la maestría, al final de la vida importa mas la constancia en nuestras aportaciones que el hecho de que hayan sido muy pocas y geniales, las que lo tengan que ser serán y surgirán como por un conjuro milagroso, si las buscamos seguro que se esconderán, porque las musas son vergonzosas y no les gusta exhibirse, vienen cuando nadie las llama y ellas sin que nadie lo espere porque quizás se aburren y en un momento inesperado deciden manifestarse (:-))

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