Estética y belleza en la literatura

Leyendo y escuchando a Jesús G. Maestro, un tipo al que cada vez lee y escucha más gente (a través de su canal de youtube, aunque dudo que todos ellos se hayan leído entero ‘La crítica de razón literaria’… y no les culpo porque es bastante denso), que no despierta las siempre sospechosas y temibles unanimidades pero que tampoco deja indiferente a nadie, se llega rápidamente a la conclusión de que algunos se quedan en literatura, igual que otros se quedan en el cine, con algunos aspectos del fenómeno narrativo o artístico en cuestión, y desdeñan otros, ya sea por elección, o por afinidad, o por filias y fobias, o por incapacidad o manía. Y de igual manera que otros, como el tal Bracero de Twitter (que no es el único, ni mucho menos, de su muy nutrida especie), ya dicen que una película es una «obra maestra» (o una de las mejores de todos los tiempos) por las ideas conceptuales de un plano, o de una serie de planos, que prueban de manera fehaciente las intenciones lógico-narrativas del director en cuestión, en el caso de G. Maestro pertenece a ese estirpe de críticos para los que lo más importante parece ser el discurso o la filosofía del autor, objetivada en los materiales literarios, desdeñando la palabra escrita como vehículo o motor de cierta idea de estética, o a los formalismos como meros compendios técnicos que no contribuyen necesariamente a la grandeza de una obra determinada.

Interesante es, desde luego, porque yo creo que tanto Bracero como Jesús G. Maestro (con sus grandes y obvias diferencias de todo tipo) son personas muy inteligentes y en algunos aspectos muy preparadas, pero ambos funcionan como paradigmas de lo que significa quedarse con una parte muy tangencial de aquello que tratan de comentar con mayor o menor fortuna. Uno es profesor en la universidad de Vigo, y da su nombre a todo lo que escribe… otro es un tuitero que escribe con seudónimo y que vete a saber a qué se dedica. Ambos, aunque quizá («quizá» por decir algo suave…) el segundo lo niegue más que el primero, tratan de dejar huella en aquello que comentan, tratan de sentar cátedra, de establecer verdades objetivas, irrefutables o por lo menos lo más inexpugnables que se pueda. En otras palabras, se esfuerzan en cada comentario, en cada idea, en cada vídeo o en cada tuit, en demostrar lo mucho que saben y que aquello que dicen tiene mucho de verdad. Pero sobre todo en el caso de Maestro, que a fin de cuentas escribe y habla mucho más que todos los Braceros del mundo juntos, más que vérsele las costuras, que también, sorprende que algunos conceptos los tenga tan trabajados, y otros, como por ejemplo la misma noción de literatura, sean ideas tan poco desarrolladas y tan endebles.

Para Maestro la literatura es «una construcción humana y racional que se abre camino hacia la libertad a través de la lucha y el enfrentamiento dialéctico, que utiliza signos del sistema lingüístico a los que confiere un valor estético y otorga un estatuto de ficción, y que se desarrolla a través de un proceso comunicativo de dimensiones históricas, geográficas y políticas cuyas figuras fundamentales son el autor, la obra, el lector y el intérprete o transductor». Una frase, y una definición, demasiado rebuscada, y al mismo tiempo poco robusta, que parece que dice muchas cosas pero que en realidad no dice nada. También afirma Maestro que la literatura en particular, y el arte en general, es ante todo un desafío a la inteligencia humana. Y por cierto que sorprende que en su atildada definición aluda a la estética cuando es un concepto que a él, tal como ha afirmado en muchas ocasiones, no le agrada del todo, proviniendo de donde proviene. Sea como fuere, para Maestro, y para otros, la literatura no tiene que ver, necesariamente, con la palabra escrita sino con las ideas y la materialidad real del conocimiento. Y sobre todo opina que la literatura, y el arte en general, no tiene nada que ver con las emociones. Y aunque entiendo por qué lo dice (en su caso, para despreciar la crítica de la experiencia personal, o para desechar la tiranía del gusto personal de cada cual, cuestiones con las que estoy bastante de acuerdo) lo que acaba haciendo es proponer que la literatura es, en exclusiva, un desafío intelectual, y eso no es cierto. Esto no es más que otro reduccionismo, otro «bracerismo» si se me permite la expresión, que no conduce a un conocimiento profundo de la literatura.

Porque la literatura es un triple desafío: intelectual, emocional y psicológico. Es una experiencia estética que depende de manera íntegra de la belleza, una belleza (que nada tiene que ver con una superficial hermosura, espero se me entienda…) que mana de manera exclusiva de la palabra escrita, que es la verdadera esencia, la sangre, el núcleo, la materia de la literatura. Con esa palabra escrita, claro, se objetivan ideas, discursos y filosofías, pero se objetivan de una forma concreta, con una estrategia narrativa que algunos podrían llamar estilo, o por lo menos mirada, o búsqueda formal. Quedarse únicamente con lo intelectual, es parecido a quedarse sólo con las ideas conceptuales que emergen de los planos de una película, cuando el cine es interpertación, escritura, sonidos, música… Es un TODO, y eso es la literatura, aún más que el cine, es un TODO conformado por un abanico de conceptos intelectuales, emocionales y psicológicos, que proponen una catarsis ficcional en el lector/receptor de la obra. Es un viaje de múltiples aristas, no solamente sapienciales, porque a eso aspiran las bellas artes: a comunicar una cualidad trascendental de la emoción. Quieren, entre otras cosas, conmovernos, pero no con imágenes o historias tristes, sino con la ficción que se nutre de narrador, personajes y espacios y tiempos narrativos. Quieren perturbarnos y crearnos un serio problema personal que hemos de resolver con nosotros mismos. No son solamente un pedazo de filosofía, sino que son un pedazo de vida creado tan solo con palabras y papel.

Y es responsabilidad del crítico ser, además de un científico de la literatura, como se arroga Maestro, ante todo una persona como cualquier otro lector, e identificar el modo en que esa obra en concreto ha conseguido trascender la materialidad de las páginas para convertirse en un pedazo de vida, en una experiencia tan redonda y persuasiva en todos los sentidos, con qué elementos, técnicas y formas, con qué estilo y con qué concepción de la narrativa, más allá de lo que ese autor en concreto quiera transmitir de su filosofía y concepción del mundo. Y eso Maestro, y otros muchos como él, parece incapaz de hacerlo, o al menos no tiene el menor interés, y por eso quizá su trabajo como teórico literario adolece de un reduccionismo fatal, sólo interrumpido cuando habla de cuestiones tales como la amistad de Sancho por Don Quijote. Pero es que supongo que Cervantes es irreductible a los reduccionismos.

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