Uno de los aspectos que más se comentan a la hora de valorar una obra de arte, una obra narrativa de cualquier soporte, e incluso la voz y la mirada del artista que la perpetra, es su originalidad. Pero a mí siempre me ha parecido un elemento muy sospechoso, y además digno de aquellos intérpretes o analistas menos sagaces, que menos han reflexionado acerca de aquello sobre lo que escriben. Porque, ¿qué queremos decir exactamente con «originalidad»?
Yo creo que en muchas ocasiones entiendo lo que quieren decir con esa palabra. Es muy posible que con ella intenten sancionar aquello que es un cliché y ensalzar lo que es tremendamente personal, único. Lo que espero cuando un crítico literario o cinematográfico (o televisivo, que alguno hay aunque ninguno interesante) utiliza la palabra «original» es que se refiera a una obra o a un artista que ha encontrado o que posee su propia voz, muy diferenciada de la de los demás, su propio mundo, que es en definitiva lo que debería hacer un artista. Pero no es eso lo que se encuentra siempre en la argumentación del crítico o intérprete, sino la necesidad, por lo visto, de ser espontáneo, de no imitar a otros, de proponer formas e ideas nuevas. Pero es debido a esa búsqueda de la originalidad por la originalidad que muchos aspirantes a artistas se convierten en originalistas sin nada dentro, y es que las cosas, me parece, no son tan fáciles.
Voy a intentar resumir en una sola frase lo que es el cine y la literatura para la inmensa mayoría de los críticos literarios y cinematográficos de todo el mundo: el cine y la literatura es lo que a ellos les dé la gana. A partir de ahí, esos críticos o comentaristas o analistas del cine y la literatura (y de la televisión) decidirán, casi siempre a golpe de ocurrencia y sin el menor atisbo de un sistema de ideas preestablecido, qué obras son clichés de otras creaciones anteriores, y qué otras obras son dignas herederas, son sucesoras, representan una continuidad en el canon. En otras palabras: ellos decidirán cuáles son las originales y cuáles son las que derivan de ellas, y luego cuáles no derivan sino que son cliché, y cuáles no inventan nada sino que son originalistas. ¿Fácil, verdad? Eso los críticos, que dentro de su habitual cocktail de ocurrencias que suenan a elaboradas todavía ofrecen una visión en la que muchas veces se adivina conocimiento y pasión. En cuanto a los bloggers o comentaristas de twitter y gente así, el tema puede embrollarse ya hasta el infinito…
La originalidad es fundamental en el arte. Estoy convencido de ello. Ahora bien, habría que definir bien, sería necesario acotar lo máximo posible, lo que significa la originalidad. Original puede ser alguien que escribe su libro al revés, con algunas palabras escritas en símbolos, intercaladas con fotos, con las páginas invertidas… O puede ser alguien que te cuente la historia de una vaca que pasta en el campo y a la que por las mañana le da la luz del sol y por la tarde la brisa de primavera. Pero lo que queremos decir con originalidad, cuando hablamos de ellos, es que el artista ha encontrado su propia voz, su propia manera de hacer las cosas. Para entendernos, ha creado sus propias reglas del juego, que no pueden ser extrapoladas a ninguna otra novela, a ninguna otra película, pero que han de ser (si esas reglas del juego son geniales, esto es si crean una vida extraordinaria en sus páginas o en sus imágenes, si funcionan con la más inefable de las expresividades) adaptadas por nuevos jugadores, por nuevos artistas, que nunca deben jugar con las mismas reglas, con las mismas técnicas, sino hacerlas suyas.
Eso y no otra cosa es la originalidad. Y para hacer algo original hay que ser original, como persona, como ser humano, en la calidad y profundidad de tu pensamiento. De otra forma poco importara que lo intentes. ¿Estamos de acuerdo?
2 respuestas a “La originalidad”
Completamente de acuerdo, aunque ello sea por mi parte casi rutinario y poco original (:-))
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Jajaja, pero no por ello eres un cliché.
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