En la muerte de Richard Donner muchos se han puesto a recordar las películas de este director tan comercial que en los años ochenta dio varias veces en la diana con algunos de esos títulos que los amantes del cine de esa década considera como «míticas», pero que antes, en los setenta, ya tuvo dos grandes éxitos: ‘La profecía’ (‘The Omen’, 1976) y sobre todo ‘Superman’ (1978), que de inmediato se convertía en la película-canon del personaje. Muchos creen, y me parece lógico, que aquella fue su gran película, su gran legado. Tampoco es que haya muchas cosas buenas que decir acerca de un director tan adocenado como Donner, que empezó muy bien pero que luego desaprovechó la comedia negra que pudo haber sido ‘Arma letal’ (1987) o la fantasía siniestra que nunca fue ‘Lady Halcón’ (1985), en favor de un cine puesto exageradamente al servicio del público. Y debo decir que todo esos que defienden con tanta pasión el Superman de 1978 es que o bien hace mucho que no la ven, o bien la nostalgia y la ceguera les impiden ver lo que hay: un filme muy básico y a estas alturas tremendamente ingenuo, que no soporta una revisión exigente, y que basa todo su encanto precisamente en eso, en la nostalgia.
Y no es un filme que esté mal realizado en absoluto. Donner sabía lo que se hacía, y con la inestimable ayuda de su operador Geoffrey Unsworth consiguió una fotografía maravillosa y algunos planos realmente formidables. Aunque más ayuda tuvo aún contando con uno de los scores más extraordinarios del sinpar John Williams, fácilmente una de las bandas sonoras más importantes de la historia del cine estadounidense. Es curioso que para su anterior película, ‘La profecía’, Donner también contara con otro trabajo musical excelso, el del inigualable Jerry Goldsmith, que se llevó el único Óscar por un filme de terror que se había entregado hasta la fecha. Pero sigamos con Superman: el filme narraba con emoción y sencillez la huida in extremis del bebé en la nave, abandonando su planeta natal y viajando a la Tierra, así como sus años de juventud antes de convertirse en el Clark Kent que todos conocemos, y culminaba con el enfrentamiento con Lex Luthor y su aparentemente invencible plan. Por mucho que nos gustara esa película (con guion por cierto de Mario Puzo, entre otros…), por muy bien que nos cayera el malogrado Christopher Reeve, los años no le han sentado nada bien, y no sólo en lo técnico, sobre todo en lo narrativo, en la dirección de actores, en su nula épica, su forzado romanticismo y su tono naif.
Imposible no acordarse del largo monólogo que Bill (David Carradine) declama ante una estupefacta Uma Thurman en ‘Kill Bill, vol. 2’ acerca de Superman. El cómic, claro. Afirma ahí que no es un cómic particularmente bien dibujado ni interesante, pero que su mitología es insuperable. Es cierto. Y la película de 1978 es igual. No es particularmente interesante y acaba siendo un poco boba, pero la mitología del personaje es insuperable. Es lo que nos engancha con él, lo que Clark Kent/Kal-El significa como metáfora, como espejo del ser humano, como anhelo o sueño de trascendencia desde una realidad gris hasta lo que significa surcar los cielos y ser dueño del propio destino. Faltaba, claro, en su transposición al cine, una materia más recia que aquella de la que estaba hecha el ‘Superman’ de Donner, y que tampoco se encontró en el muy flojo de Singer, veintiocho años después, quizá porque ni Donner ni Singer, dos cineastas hábiles, inteligentes e impersonales, pueden acceder a la emoción pura que significa este relato y este personaje. Hubo que esperar hasta 2013 para que tal cosa sucediera, con la británico-estadounidense ‘Man of Steel’.
Dirigida por el especialista en adaptaciones de cómics Zack Snyder, podemos aducir fácilmente que es su mejor película de lejos, pues en ella aunó un aspecto visual realmente único en muchos elementos con una épica y una emoción que son consustanciales a este personaje. Más cercano en la caracterización del protagonista a lo que haría en cómics Alex Ross, con un guion soberbio que enlazaba la acción del presente con los recuerdos de su infancia y adolescencia, se perciben en algunos planos y soluciones visuales una inspiración cercana a un Terrence Malick, un lirismo que le viene de maravilla, alejado ya de lo canónico de la película de Donner (incluso desechando el tema principal de John Williams), y cristalizando por fin una gran película sobre el «hombre de acero». ‘Man of Steel’ es una de esas extrañas afortunadas aventuras que sólo gana con el paso del tiempo, y que cuenta en sus imágenes con un reparto soberbio (Russell Crowe, Michael Shannon, Amy Adams, Diane Lane, Lawrence Fishburne…). En la muerte de Donner podemos certificar la desaparición de un artesano eficaz, pero también que lo canónico muchas veces está para ser derribado, demolido, ante el talento y la emoción del cine contemporáneo más afortunado.